“Te quiero mucho” oí que le decía él, aunque la verdad su gesto no era de esos que expresaran un gran entusiasmo. La miraba, sin más. Una mirada neutra, de mal augurio. Por eso casi ni me extrañó cuando él siguió, tras una pequeña pausa. “Te quiero pero no te deseo”. Buah!, pensé para mí, vaya papelón.
Como íbamos en la cinta rodante del aeropuerto de Barcelona, no tenía como zafarme del novelón. Pero tampoco podía parecer interesado y meticón. Así que simulé mirar para otro lado, como quien se asombra de las novedades de la nueva terminal, pero orientando la antena hacia la pareja que avanzaba delante de mí. Más joven ella que él, aunque no mucho. Ella no se lo debía esperar porque quedó como paralizada y en estado catatónico. Solo miraba. Aparentemente, hacia ninguna parte. Supongo que trataba de controlar su tsunami interior. Debía estar más acostumbrada a que le dijeran lo contrario (me gustas muchísimo pero sin ir más allá), así que este nuevo escenario con aquel tío la dejaba descolocada. ¡Pobre!. Entonces acabó el trozo de cinta rodante, pasamos al suelo fijo y yo los perdí de vista. Pero me quedó dentro el navajazo: “te quiero pero no te deseo”. ¡Señor, señor…!
Tiene que ser jodido que alguien te diga eso. Si se analiza racionalmente la cosa es clara y, seguramente, describe bien una situación que debe ser bastante habitual: parejas que rompen o que se cansan de la relación; desenamorados; gente que en un tiempo sentía esa emoción erótica por el otro pero que tras haber probado otros placeres altera su apreciación; gente que se hace mayor. En fin, fácil de entender en abstracto o como algo que puede pasarles a los otros. Terrible si uno lo piensa sobre sí mismo. En cualquiera de los dos papeles, como quien lo dice o a quien se lo dicen. Ya es doloroso que el otro pueda pensarlo, así que el que te lo digan así de claro es un buen bofetón. Pobre chavala.
Un colega prejubilado me decía, con esa sonrisa forzada que te enseña la resignación, que su drama era que había perdido la potencia pero le quedaba el deseo. Y se quejaba de esa descompensación que, según decía, era progresiva, cuanto más descendía la primera más se descontrolaba el segundo y se le iban los ojos a diestro y siniestro. Un viejo verde, es lo que tú eres, le dijimos a coro. En cualquier caso, qué terrible vacío se debe sentir cuando alguien te dice que te quiere pero no te desea. Desear es un verbo tan amplio, tan perturbador que es como si al perderlo cayeras al mar sin salvavidas. Supongo que para evitar ese riesgo algunas personas coleccionan deseos. Y si pierden uno saben que les quedan otros en la recámara. Previsores que son.
Oye, me ha dicho el blog que me miraba fijamente mientras asistía a mi soliloquio, ¿es verdad eso del aeropuerto? Por supuesto, le he dicho yo. ¡Es que te pasa cada cosa…!, ha concluido él
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