lunes, febrero 22, 2010

Infinita


Una tarde especial ésta. De ésas en las que tú mismo te asombras de tu suerte. Tuvimos entradas para poder ir al teatro. Un milagro que ocurre pocas veces cuando no has sido previsor. Pero como ésta vez actuaban en sábado y domingo, fue posible encontrarlas para el domingo. La obra era Infinita de la Familie Flöz, de Berlín, unos mimos absolutamente extraordinarios.
La propaganda presentaba el espectáculo con palabras excesivas: “INFINITA es una obra sobre los primeros y últimos momentos del juego final entre la vida y la muerte. El tiempo en el que suceden los mayores milagros: la primera aparición en el mundo, los primeros pasos valientes y la primera osada caída. INFINITA es un mosaico físico de la vida compuesto simple y virtuosamente, una breve mirada en la infinidad del nacimiento, el sexo y la muerte y de todo aquello que sea cómico”. Algo tan rotundo te hace entrar temblando al teatro. Y, además, el cartel anunciador del espectáculo, incluye una frase chocante de un tal Kart Valentin: “Le he tenido toda mi vida miedo a la muerte, ¡y ahora esto!” Algún alegato sobre la muerte, pensé. Y, en verdad, la coreografía del escenario aludía a eso: unos cuantos panteones alineados a ambos lados y una pantalla de sombras el fondo en la que ya se estaban proyectando desde media hora antes del espectáculo sombras de gente que iba a un entierro. ¡Chungo!

Luego comenzó con música de violonchelo, muy baja y bronca, y un tipo al que arrastraban sentado en su silla y que, supuestamente, iba a depositar una flor a la tumba de alguien (su esposa, quizás). ¡Chungo!

Y sin embargo, algo había de mágico en todo aquello. Las sombras del fondo comenzaron a animarse. Ya no eran sombras negras sobre fondo blanco. Ahora se turnaban con sombras blancas en fondo negro. Y los personajes comenzaron a tener vida. Niños que nacían y comenzaban con sus primeros movimientos y juegos, viejos que entraban en una residencia y allí sobrevivían cada uno a su manera, pero siempre con mucho humor. Y todo con un fondo musical, a veces del violonchelo (cuya sonoridad y perfección iba en aumento a medida que se avanzaba en la edad), a veces con el piano, todo en directo. Una gozada.

Ver a estos mimos trabajando es acercarse a la perfección. Los movimientos parecen absolutamente espontáneos de tanto que los han ensayado. El niño subiéndose a una silla es toda una obra maestra. Y no digamos nada de los viejos sintonizando las antenas o, después, haciendo música con sus bastones. Y cuando quisieron meterse al público en el sombrero, les bastó un balón de espuma. Y todo sin una palabra. Para no perdérselo, de veras.

No sé si el tema iba de la vida y la muerte. Quizás sí, pero resulta una interpretación un poco dramática. Quizás hasta eso forme parte del juego dramático y quieran acojonarte un poco para que después puedas soltar esa tensión interior a través de la alegría que transmiten los actores. De lo que sí va es del poder de comunicación que tiene un buen actor. Y eso que van siempre con una máscara que, por definición, convierte en rictus la expresión y dificulta la variación de matices que conlleva el mimo. Pues no es verdad, incluso con máscara son unos actores muy expresivos, te hacen entrar en sus personajes, percibes los matices de su estado de ánimo en cada momento, disfrutas y sufres con ellos. En fin, es teatro puro, liberado, incluso, de la palabra. Y no habiendo palabras, el mensaje es más profundo, te cala más hondo. La mente tiene menos que trabajar para decodificar lo que estás oyendo. Es tu corazón, tus sentimientos, tu cuerpo entero el que se vive las situaciones. Sin intermediarios. Es ese placer profundo que se manifiesta en una sonrisa más que en una carcajada.

Y al final, la gran sorpresa técnica. Durante la función muchas veces te preguntas si los que hacen de niños serán niños, porque la verdad tienen tamaño de niños y se mueven como ellos. Unos niños actores maravillosos pensé para mí. Pues no, eran todos adultos y además muy altos. Parecía un milagro que gente así hubiera podido hacer papeles tan desproporcionados con su tamaño. ¿Cómo diablos pudieron encogerse tanto? Y no fue sólo eso, resulta que todos esperábamos que salieran 6 personajes y solo aparecieron 4. Otro milagro técnico. ¿Cómo demonios pudieron transformarse tan rápidamente de unos personajes a otros? Pero si además no era sólo la ropa, eran las máscaras, el tamaño, la expresión. Incomprensible. Maravilloso.

O sea, un magnífico trabajo. Se nota que hay un gran equipo detrás. Una familia, dicen ellos. Ojalá mucha gente tenga la oportunidad de verlos y disfrutar de esa hora y media de sensaciones inenarrables. Les aseguro que saldrán del teatro emocionados. Y con una sonrisa que les durará días.

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