sábado, agosto 01, 2009

Frost-Nixon- Los políticos y sus cuentos

Comenzar el veraneo lloviendo puede parecer un mal presagio, pero esto es Galicia y aquí hasta los presagios son inciertos. El caso es que estamos a uno de Agosto y se ha pasado la noche lloviendo. Lo siento por la gente que haya pagado por venirse de vacaciones a este paraíso terrenal sin un plan B. De todas formas, prefiero, sin duda, esto a los calores y fuegos que están martirizando otras zonas del país. Ya tuvimos eso aquí hace un par de años y fue una de las experiencias más terribles que recuerdo.
Nuestro plan B, cuando no hay playa, es mirar mucho por la ventana y entretenerte en esas cosas varias que toda casa deja pendientes para estos momentos. Yo, además, tengo el blog que es un amigo muy acaparador y se aprovecha cuando te ve menos agobiado. Parece un termostato, en cuanto tu nivel de estrés baja de la línea roja, aparece enseguida (ignoro quién puede andar filtrando datos tan íntimos, quizás sea la mirada o los andares más lentos) con sugerencias que más que solicitudes parecen órdenes. Y aquí estoy. ¡Qué puede hacer uno ante su blog, y más en vacaciones! ¿Qué excusa pones?
Bueno, pues ayer, siguiendo esa manía inveterada de los fines de semana alargados (llegar el viernes por la tarde a Coruña), no pude resistirme a pasar por el cineclub y tomé una peli del año pasado que no habíamos visto en su momento: Frost contra Nixon. Pensé que con la movida que hay ahora en la política española con corrupciones a diestro y siniestro podría estar bien esta versión dramatizada del asunto Watergate. Además había sido nominada para 5 Oscars y estaba dirigida por Ron Howard. No estaba mal para empezar.
Luego resultó que estuvo entretenida. Y eso que dura dos horas. Frank Langella que hace de Nixon borda realmente su papel. También lo hace bien Michael Sheen como periodista aunque no llega a su nivel. Y la pléyade de secundarios resulta muy buena. Todas sus caras te suenan de haberlos visto en otras películas y lo hacen bien. Es una película típica de esas que en sus inicios fueron obras de teatro o que se realizan siguiendo los cánones del teatro, como los juicios o las entrevistas, como en este caso. Espacios cerrados, diálogos vibrantes, movimiento de personas que rompa la estaticidad, muchas puertas que se abren y cierran, etc.
La historia no es original pues todo el mundo ha oído hablar del Watergate. Eso hace más meritorio el trabajo del director y de los guionistas. Efectivamente, te hacen sentir como si te estuvieran contando cosas nuevas. O detalles desconocidos de cosas que ya sabías. El caso es que las 4 entrevistas contratadas, con guiones pactados y estrategia de confrontación se hacen muy entretenidas. Se ha logrado un lenguaje cinematográfico muy eficaz con momentos de movimiento manual de cámaras (lo que te hace sentir como en un reportaje), juegos de primeros planos lentos (para expresar los sentimientos de las personajes en ese momento), momentos de tensión para romper la monotonía de una historia presumible, etc. Lo dicho, está bien. Se aprende mucho de cómo funciona este tipo de espectáculos periodísticos.
Y de trasfondo, toda la historia política real. Un tipo, presidente de un país, que espió, o dejó que lo hicieran, a sus adversarios y que luego, cuando se descubrió intentó que la cosa se quedara en casa, sin escándalos. De todo el argumento de la película, esto me pareció lo más increíble: que haya un país donde ese tipo de cosas puedan llevar a la recusación parlamentaria de un presidente y a su renuncia. Aquí que se espían dentro de los propios partidos, que se hace cualquier cosa por tapar los errores y que no intervenga la justicia, que se presiona a los jueces por vías directas e indirectas, escuchar lo que te cuentas en la película y el dramatismo que ponen en ello, resulta ciertamente alucinante. Parece una novela.
Pero de todo ello, lo que más me llamó la atención, ya al final, es el recurso al “pueblo”. El periodista se empeña en que Nixon confiese que ha engañado al pueblo, al pueblo americano. Esa idea de pueblo como entidad abstracta o todopoderosa. Y se diría que ellos creen en ello. Pasa también con los japoneses. Se angustian, lloran, se arrepienten, se suicidad porque “han traicionado al pueblo”. Dice una cosa Nixon que llama poderosamente la atención: de lo que él más se arrepiente es de haber manchado la imagen de los políticos ante los jóvenes, “ahora aquellos que quisieran dedicarse a la política van a pensar que aquí todo es corrupto”. Cosa curiosa, esa confesión. No porque no sea cierta y, efectivamente, los jóvenes, y no solo ellos, piensen hoy que la política es un nido de gente corrupta. Sino porque atribuya ese pensamiento a esos hechos minúsculos que, a fuerza de darles vueltas y alborotos, acabaron con su carrera política. Él podía sentirse orgulloso de haber invadido Camboya y asolado aldeas enteras de gente inocente pero se sentía muy culpabilizado por haber defraudado a su pueblo por haber intentado sobornar a dos infiltrados para que no confesaran que habían espiado por orden de su partido. ¡Hasta qué punto se pueden trastocar los criterios!
Y qué decir de nuestros políticos y del uso y abuso que hacen de la idea de “pueblo”. Sonaría a chiste oír a alguno de los nuestros decir que se sienten avergonzados porque han traicionado al pueblo. Aquí la idea de pueblo es mucho más fluida. Un blandiblú al que se le da forma según convenga. Asombra oir que “ el caso de Camps es distinto, a él le apoya todo el partido popular y todo el pueblo español”; o que “el pueblo español está orgulloso del papel de nuestras fuerzas armadas en Afganistán”. Vamos que el pueblo español sirve para un roto y un descosido. Pero nadie se avergüenza por no por haber defraudado al pueblo español. Bueno y de dimitir o suicidarse ni en sueños. ¡Estás de coña, o qué!

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