domingo, agosto 30, 2009

Despedidas

Aunque habíamos sacado la entrada para ver la última de Coixet, nos colamos en la sala donde se proyectaba “Despedidas”. Verás cómo ésta, que ya se estrenó a primeros de Julio, la quitan enseguida, nos dijimos. Ya volveremos a la de Isabel otro día. Creo que fue un acierto. Me encantó la película de Yôjirô Takita. Y eso que el tema no es fácil.

La muerte es, desde luego, un tema universal, pero hacer una película en torno a ella no resulta nada fácil. La historia comienza con el protagonista (Masahiro Motoki) tocando el celo en una orquesta que se deshace por problemas económicos. Debido a ello, decide, con el beneplácito de su esposa, regresar a la casa que le quedó en herencia en la pequeña ciudad de sus padres. Allí encuentra trabajo en una funeraria donde tiene que preparar los cadáveres para su despedida final. No es un trabajo ni fácil ni bien considerado. Y de eso va la película, de su propio proceso interior hasta aceptar el sentido de lo que estaba haciendo, y la del proceso que siguen su mujer y sus amigos para quienes hacer lo que él hacía era poco digno. El guión va diseccionando con mimo los avances y retrocesos que unos y otros van dando en torno a eso de “trabajar con/sobre muertos”. Pero lo que consigue la película es hacerte ver ese trabajo como algo bello y digno. Yo, desde luego, lo he vivido así. Creo que no sería capaz de hacerlo, pero reconozco que ha sido extremadamente bello y emotivo todo lo que el protagonista y su mentor hacían con los difuntos. Al final, es más una película sobre la vida y sobre los afectos que sobre la muerte o los muertos.

La película es extremadamente bella, llena de detalles. Con ese abigarramiento de cosas de las coreografías japonesas. Pero todas ellas muy bien colocadas, con encuadres perfectos, con colores exquisitamente compensados dentro de su gama. Todo en espacios pequeños, con un gran predominio de los primeros planos de los personajes. En fin, la fotografía excelente. Y no digamos nada de la música. Los solos de violoncelo con que nos deleita el protagonista son deliciosos. La verdad es que, metido como estás en embalsamamiento de cadáveres, te transportan a un limbo infinito donde sólo tienes de escuchar y dejarte llevar por la melodía.

Los actores, todos, están excelentes. Con esa emotividad contenida de la cultura japonesa (por eso las lágrimas silenciosas recorriendo las mejillas del protagonista en las escenas finales son mucho más elocuentes que cualquier grito desgarrado) pero con una totalidad sinceridad del gesto. No sobra nada, no hay aspavientos, pero te hacen llorar de emoción.

Es curioso esto de la muerte y del trato con los muertos. ¡Varía tanto de una cultura a otra! Y de unas sensibilidades a otras. Lo que a unos nos parece un gesto de máximo respeto y cariño a la persona que acaba de abandonarnos, a otros les parece una desmesura sin sentido (¡es un cuerpo, masa, nada!). Emociona en la película ver la sensibilidad, el mimo con que tratan al difunto. Y todo delante de sus seres queridos. Se les brinda un último homenaje, un adiós consentido. Y qué maravilla los movimientos perfectos de los embalsamadores: pausados, perfectos, respetuosos. Desde luego, no podrían hacerlo mejor de estar vivos. Y qué emoción cuando el esposo o la esposa o los hijos vienen a gradecerles el esfuerzo (“nunca estuvo tan hermosa como ahora”; “gracias, muchas gracias”).

Ni qué decir tiene que, mientras ves la película, pasan por tu cabeza tus propios difuntos. Piensas en ellos, sientes de nuevo su proximidad, rememoras su imagen final, aquellas miradas furtivas y angustiadas cuando los despedías para siempre. Y a cada recuerdo una nueva oleada de emociones y lágrimas. Pero visto así, en la óptica amable y tranquilizadora de esta película, no resulta difícil reconciliarte con tus recuerdos y sentir sentimientos apacibles.

Me parece muy justo el Oscar que recibió a la mejor película extranjera del 2008.

No hay comentarios: