martes, agosto 18, 2009

Cocktail de sentimientos

Ahora están de moda los “centros de interpretación de la naturaleza”. Los van poniendo en parques naturales, paisajes de interés, lugares de especial significación por algún motivo ecológico o cultural, etc. Sirven, supongo, para que los menos enterados sean capaces de entender lo que tienen por delante. El nombre que se ha escogido es un poco pretencioso, pero parece interesante. Hay mucha gente que sólo es capaz de ver pastos o árboles o piedras o montañas (así en bruto y sin matices) cuando sale al campo. Así que un poco de ayuda para “aprender a ver” parece más que conveniente.
La cosa es que necesitaríamos “centros de interpretación” de muchas cosas. De los sentimientos, por ejemplo. Podría ser una salida profesional para tanto psicólogo en paro: ayudar a la gente a interpretar lo que está pasando. Sobre todo, cuando se trata de experiencias abigarradas y difíciles de “leer”.
¿Qué haces cuando se arremolinan sentimientos cruzados, cuando te sientes bien y mal, cuando se mezcla todo? Eso es el verano, me dice mi coach, ya sabes que los vapores tienden a subir y los ánimos a caldearse. No sé de qué me estás hablando, le he dicho. Yo solo sé que tendría que estar encantado y feliz pero no siento esa alegría. Lo más probable es que sea cosa del disco duro, ha seguido él, a veces es suficiente con resetear y las cosas vuelven a organizarse. También podría ser una sobrecarga de tensión, con el calor de estos días mucha gente usa más energía de la habitual y se producen apagones. ¿Tú estás bien?, me he visto forzado a preguntarle, dices cosas raras. Desde luego, con tu ayuda, no creo que vaya a interpretar yo mucho.
Después de todo, quizás tenga razón. Ayer vi en el telediario un mapa cromático del país. Los colores eran más intensos en función del calor que había hecho en cada zona. Y la verdad, casi toda España se veía de un rojo violento, casi infernal. Y siempre se dijo que los calores estropeaban los buenos productos. Por eso nacieron los frigoríficos, pero quién mete en un frigorífico sus emociones. Quién puede, siquiera, ordenarlas. Y así se van agolpando todas sin orden ni concierto. Muchas sensaciones polarizadas: la desazón del aire acondicionado que no funciona, la emoción de ver de nuevo a tus padres, la alegría de abrazar a hermanos convalecientes pero ya en plena forma, el notición de un nuevo embarazo, la satisfacción de reunirse de nuevo toda la tropa familiar, la ansiedad del caos producido por tanta gente, los encuentros y desencuentros con las personas que quieres, la nostalgia de las ausencias, las brusquedades inesperadas, los gritos y los silencios. En fin, todo eso que sucede en una gran reunión familiar. Es como si nos pusiéramos a cantar en coro y disfrutaras haciéndolo pero sin poder evitar los gallos o las salidas de tono.


Ya sé lo que te pasa, me acaba de soplar el coach, eso es un virus. Lo leí el otro día en una revista especializada. Hacia la mitad de las vacaciones, sobre todo si hace mucho calor, las defensas se relajan y te entra el bicho. No le habían encontrado antídoto pero seguro que las aguas frías de Coruña acaban con él. Ojalá tengas razón, le he dicho, aunque lo que estaba pensado era que estaba como una cabra, pero me lo he callado para no parecer descortés.
Creo que, por ahora, me tomaré un cocktail. Y mañana será otro día.

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