miércoles, agosto 19, 2009

El luchador

En realidad, el perdedor, aquel que va bajando los escalones de la fama a trompicones hasta encontrarse en el sótano -3 con la crisma rota y sin otro futuro que la muerte. Todo muy cutre, muy triste. Pero una película inmensa, de las mejores que he podido ver en estos últimos tiempos.
Se nos había pasado en su día. La busqué con ansiedad en el periodo de los oscars, pero la he podido admirar sólo ahora, seis meses después de su estreno en España. Y me ha dejado impresionado.
Me he enterado que Darren Aronofsky es un director que cuida mucho la descripción de sus personajes, que escarba en su mundo interior y que le gustan sujetos perdedores. Supongo que es cierto porque eso, justamente, es lo que hace en este peliculón. Y desde luego acierta de pleno con los actores: Mickey Rourke, el luchador venido a menos, está que se sale (a veces te da la impresión de que sobreactúa pero según vas siguiendo la historia ya ves que no, que simplemente lleva su papel hasta el extremo); Marisa Tomei, la stripper pasada de años, está buenísima y lo hace requetebién. El resto apenas si importa (incluida la hija que se hace bastante repelente). La fotografía es muy realista y sin artificios. El guión, excelente. La música perfecta para la situación. Lo dicho, una película que no se puede dejar de ver.
Alguien ha descrito la película como la historia de una agonía. Creo que es una acertada descripción. Todos los personajes están viviendo su personal agonía: esa lucha por sobrevivir, por superar el paso del tiempo, la pérdida de los brillos y oropeles de las buenas épocas. No es fácil saber aceptar las condiciones cada vez más duras que te impone la existencia. Menos aún si has vivido la vida tan intensamente como lo han hecho los protagonistas de esta historia.
A medida que iba viendo los entresijos de la lucha libre con todo lo que tiene de ficción, de camelo visual me iba medio convenciendo de lo fatuo de ese mundo. Pero la película no te permite quedarte en esa superficialidad y te enfrenta con la dureza de esa vida extremosa: los cuerpos sufrientes, los golpes, las salvajadas que te impone el espectáculo, la necesidad de meterte drogas y calmantes a mansalva, la resignación ante el sufrimiento. Otro tanto sucede con la vida de la stripper. Parece todo tan sencillo: tener un buen cuerpo y saber moverte y mirar con insinuaciones. Uno tiene ganas de envidiar a esas personas. Pero todo eso es solo la pantalla, lo que hay que dejar ver. El mundo interior es otra cosa, mucho más doloroso, mucho más humano.
“Hay que ver qué vida más dura, pero cómo atrapa”, comenta Elvira. Y es verdad. Los dos protagonistas viven de su cuerpo, sufren con el paso del tiempo, pero ambos están atrapados en su trabajo (por llamarlo de alguna manera), lo necesitan para sobrevivir, es cómo si no supieran hacer nada más allá de su propio sacrificio en el ara del voyeurismo de quienes les mantienen. Necesitan darles carnaza, sentirse reconocidos, saborear los instantes del aplauso de su público. Es como una droga de la que resulta difícil escapar.
Hay escenas simpáticas, como el intento de resocialización del luchador como simple tendero (dan más miedo las viejecitas maniáticas que van a comprar más que a sus encarnizados enemigos del ring). Y escenas eróticas muy sugerentes, con la Tomei en plena forma. Otras son espeluznantes (como la salvajada de clavarse grapas en todo el cuerpo). Otras emotivas, como su encuentro con su hija y su petición de perdón. Y al final, ese vuelo sin fin de quien, perdido todo, ya no tiene por qué preocuparse.
En fin, una hora y media larga que se pasa pronto. Y al final, no es que te quede una sensación angustiosa. Al menos yo, seguiré odiando la lucha libre y admirando a la gente que es capaz de poner todo su empeño en sobrevivir sean cuales sean las condiciones que la vida les imponga. Una gran película. De las mejores.

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