lunes, agosto 10, 2009

RESIGNACIÓN

Te veo resignado, oí que le decía. Él no contestó nada pero le miró con esa mirada especial y esa leve subida de hombros de quien renuncia a explicar lo obvio. ¿Y eso?, continuó el otro. Y se repitió la misma respuesta, ojos planos y alzamiento de hombros. Debe ser, pensé para mí, que la gente resignada tiende a ser parca en palabras. Aquella lo era. Siguieron varias preguntas más, preguntas simples, qué te ha pasado, desde cuándo, estás bien… Pero las respuestas seguían siendo pura mímica. Tampoco es que parecía especialmente incómodo el resignado. ¿Será que la resignación es una especie de limbo anímico en el que no se está tan mal? E, igual que cuando ves a alguien deprimido te vas dándole vueltas a lo jodido que debe ser verse así y, cuando ves a alguien feliz, lo dejas envidiando su suerte, me marché pensando en la resignación y sus muchas caras.
De pequeño nos enseñaron que la resignación era buena. Chico, es la vida, me decían. No tenemos nada que hacer. Luego, las explicaciones se fueron haciendo más sofisticadas: la voluntad de Dios, el destino, la naturaleza, la realidad. Teníamos muchos elementos que limitaban nuestras expectativas. Parte de nuestro trabajo era crecer sabiendo dónde estaban los límites y evitándonos la lucha inútil de tratar de romperlos. Lo otro, lo que no tenía límites eran los sueños pero ya nos advertían de que era bueno soñar pero resultaba muy confuso y peligroso mezclar sueños y realidad. Pertenecían a negociados distintos y se jugaban con reglas muy diferentes.
Luego, de mayor, ya no hace falta que te lo expliquen. Ya lo ves. Esas rocas con las que has de evitar romperte la crisma están en cada esquina. En la etiqueta de cada nuevo episodio. Son como las etiquetas que traen las cosas que compras y que te advierten de cómo has de lavar la prenda y cómo debes evitar usarla si no quieres que se estropee. Algunas etiquetas solían poner una bomba antes de las advertencias más relevantes. Así nos viene la vida, con etiquetas y bombas, dejando claros los límites.
Me ha gustado, desde siempre, aquella frase de que “es más importante querer lo que se tiene que tener lo que se quiere”. Sin embargo, soy consciente de que resulta bastante pantanosa y te puedes ir hundiendo en la tibieza y la apatía que son peores aún que la resignación. En cambio, me desespera esa otra frase de “virgencita, que me quede como estoy”. A parte de cursi, es que tiene muy mala leche. O buena, claro. Depende de cómo sea ése “como estoy”. De todas formas, lo que no puede ser no puede ser y, además, es imposible. Quedarse como estás es imposible. Es una actitud que no lleva a ninguna parte. “Aprender a convivir con lo que tienes”, sigue teniendo la misma mala leche pero parece más positiva. Puedes trampear un poco con lo inevitable. O echar mano de las pastillas adecuadas. Lo malo es cuando se van acumulando muchas cosas con las que tienes que convivir: la tensión, el estrés, el trabajo, la columna, la memoria. En fin, dejémoslo estar.
Si uno trata de documentarse algo sobre esta historia de la resignación, siempre sale a relucir la vida de pareja. Debe ser el escenario donde más claramente se vislumbra el nivel de resignación al que uno llega en su vida. Emilio Jorge Atognazza, que debe ser, aunque parezca una redundancia, argentino y psicoanalista, intenta diferenciar las parejas tormentosas de las trascendentes, en base a la resignación. “Resignarse tiene que ver con un acto de sumisión, de mansedumbre, de ceder para no causar trastornos, para evitar discusiones o peleas. Cuando uno se resigna no acepta que el deseo propio haya sido frustrado. La resignación siempre incluye enojo, bronca que puede transformarse en deseos de venganza:vas a saber quién soy yo”. No está mal, aunque lo de la mansedumbre suena aún peor que lo de la resignación (¿calzonazos?, ¿huevón?). Y de ahí saca sus conclusiones de cara a las parejas:

En las parejas tormentosas no hay aceptación de que el otro es como es, que sus deseos son SUS deseos. Por el contrario, se le quieren imponer los propios como si fueran grandes verdades. A su vez, el otro miembro de la pareja, vive la misma realidad: sus deseos y proyectos son los auténticos y verdaderos, no los del otro. Si por imperio de las circunstancias uno tiene que ceder su deseo en aras del proyecto del otro, no se lo hace con gusto, con esa condición del amor que es la renuncia, sino con fastidio, con refunfuño, esperando consciente o inconscientemente una reparación.
Aquel fastidio por postergar sus deseos sin defenderlos adecuadamente, puede transformarse, con el tiempo, en una especie de "ausencia de deseos". Llegado a este estado la persona se adhiere al deseo del otro. Es típico de esta situación el pedir la misma comida que su pareja o amigo. El despertar de un deseo necesita, en estos casos, de la iniciativa de un otro. Pero se trata de un deseo vacío, empobrecido, engañoso, falso porque no surge de la propia interioridad de la persona sino de la iniciativa de otro. Esto también nos muestra lo desparejo de esa "pareja" y este estilo puede dar lugar a demandas y quejas del tipo "!Nunca se te ocurre nada a ti!".
En las parejas trascendentes, en cambio, como se respetan las individualidades, se aceptan los deseos del otro eligiendo participar en ellos o no. Esto da lugar a un enriquecimiento mutuo por cuanto se llegan a compartir experiencias, relacionadas con el cumplimiento del deseo del otro, que nunca se vivirían de otra manera. En la pareja tormentosa, al adherirse al proyecto del otro o al atacarlo pero cediendo al fin, no hay enriquecimiento por cuanto se "participa de mala gana". No hay, entonces, una asimilación de esa experiencia. En la pareja trascendente, aunque no haya aspiración de tal o cual cosa, hay un profundo y auténtico anhelo de compartir la experiencia de realizar tal proyecto sabiendo que, al hacerlo, se están creando las condiciones para contribuir a la felicidad del otro
.” (http://www.isabelsalama.com/Pareja%20trascendente%20vs%20pareja%20tormentosa.htm)
Bueno, creo que me he liado en exceso. Total, fue que había escuchado preguntarle a alguien si estaba resignado y que eso me había dejado pensando. No sé cómo demonios hemos ido a parar a hablar de las parejas tormentosas. Bueno, en todo caso, la resignación también tiene sus partidarios. Algunos que filosofan: “Resignación, qué triste palabra pero qué buen refugio”; “si no aceptamos con conciencia, si no aceptamos con malicia e inteligencia una realidad inmodificable, ¿de qué puede valerse el hombre para confrontar en esta vida los imposibles?”. Otros que pontifican: "Aquel que se acomoda a lo que fatalmente sucede, es sabio y apto para el conocimiento de las cosas divinas". Algunos, incluso hacen de ella poesía: “¿Sabe la flor que por ella se resigna la raíz a no ver las estrellas? Bueno, tampoco le faltan detractores como vemos en la frase de Balzac: “la resignación es el suicidio cotidiano”.
“¿Y a santo de qué viene esto de escribir hoy sobre la resignación? ¿Has pasado una mala noche?”, me acaba de preguntar el blog cuando ha visto mi texto. La verdad no he sabido qué decirle. Sólo esa ligera subida de hombros propia de la mímica de estas cosas.

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