martes, agosto 11, 2009

Un cuento de Navidad



Ver una película con este título a mediados de Agosto tiene su mérito, pero la verdad es que no había mucho que escoger en el videoclub. Y los cines tampoco es que tengan una programación como para lanzar cohetes. Así que uno tiene que ir acomodándose a las posibilidades de cada momento. Y así caímos en esta película.
Está dirigida por Arrnaud Desplechin, al que mucha gente considera el substituto de Bergman. Yo no lo conocía (es la primera película suya que pasan en España), así que si tengo que explicar porqué escogí esa cinta mis razones son mucho menos fundamentadas. La verdad es que me llamó la atención que tuviera éxito en Cannes 2008. Me pareció suficiente aval. Que trabajara Catherine Deneuve también ayudó.

De todas formas, me equivoqué de punta a cabo. Pensé que sería una cinta agradable y distendida (un cuento de navidad), pero es un dramón espectacular. Se trata de una familia con problemas sanitarios hereditarios en su sistema auto-inmune. Se muere un niño pequeño de leucemia, la madre acaba diagnosticada del mismo tipo de enfermedad. Ella puede ser tratada, sin muchas garantías, con un trasplante de médula. Y de eso va la película, de los amores y desamores en el seno de una familia con muchos problemas. Y lo del cuento de navidad, traído muy a contrapelo, se refiere a que la familia se reúne por Navidad y ahí, claro, estallan todas las locuras que iban arrastrando.

No debió ser fácil para el director definir con tanta claridad la gran cantidad de caracteres que aparecen en la película. La verdad es que cada personaje es un caso clínico y todos juntos constituyen un auténtico manicomio. No falta de nada. Da para repasar los manuales de Psicopatología que estudiamos en la Facultad: la madre enferma y egocéntrica, el hijo alcoholizado, la hija melancólica y vengativa, el amigo deprimido, la nuera desorientada, la recién llegada enigmática, los niños pequeños hiperactivos, en fin, un cuadro. En medio de ese caos, me encantó la figura del pater familiae (Jean-Paul Roussillon), firme como una roca, cabal, capaz de llevar el timón en medio de tanta tormenta.

Quizás, lo más llamativo del film sea lo intenso y, a la vez, descarnado de las emociones que expresan los miembros de la familia. Esas cosas suelen sentirse, a veces, pero pocas veces se dicen de esa manera: una madre que no quiere a su hijo y lo dice así de claro; una hermana que destierra a su hermano y le guarda odio profundo; un marido que acepta resignado que su esposa se acueste con su mejor amigo. Una forma de dar y de recibir que más parece una condena que un don. Va avanzando la película, larguísima por cierto (2 horas y media), y a cada nueva situación te preguntas qué otra cosa de locos puede pasar a la escena siguiente. Y en qué acabará todo. Uno siempre espera que al final, la Navidad ejerza su poder salutífero pero ve que la cosa se va alargando y el milagro no llega por ninguna parte.

Como en los buenos vinos, el retrogusto es satisfactorio. No deja mal sabor de boca aunque acabas con la cabeza un poco tarumba ante tal orgía de emociones encontradas. Menos mal que está el abuelo y cada vez que aparece la cosa se relaja. ¡Menuda Navidad le dieron al pobre!

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