domingo, septiembre 06, 2009

Los momentos



“¿Sabes lo que te digo? Que todo en la vida tiene su tiempo y su momento”, eso oí que le decía la señora al señor que caminaba a su lado por el Paseo Marítimo de la Coruña. Ella, ya mayor, hablaba toda cargada de razón, él, de edad similar, escuchaba impasible. Ignoro de qué estarían hablando, aunque por echarle un poco de pimienta y ajo a la ocasión, me dio por imaginar que el señor le había pedido algo a la señora que ella no estaba dispuesta a concederle. Luego pensé que eso que yo pensaba era harto improbable en aquella distribución de roles. Quizás si fuera el señor el que lo dijera…
El caso es que me quedé pensando en esa historia del tiempo que pasa. No es la primera vez que la oigo en estos días y me tiene un poco harto, sobre todo porque hay poco que hacerle: el tiempo pasa, da lo mismo cómo te lo tomes. Y no solo pasa, tiene un pasar que se hace cada vez más agresivo. Y al final pasa arrasándolo todo. Hace una política de tierra quemada. Los momentos duran cada vez menos, lo que puedes hacer en ellos se hace cada vez más fútil porque tienes menos sosiego. Al final, el tiempo se acaba convirtiendo en el gran protagonista de tu vida. Y eso que él no hace nada, sólo pasar. Una pesadilla.
Así que a cada esquina te vas tropezando con los “Uy, yo no ya no estoy para esos trotes”; “¡Estás loco!, ¿qué edad crees que tengo?”;”¡Qué más quisiera, pero ya no…!” O sea, que el tiempo no sólo te destroza las vértebras o te enloquece la tensión y el colesterol, además va inoculando su virus del “nunca más”. Y, como somos obedientes, vamos tachando cosas que hasta ese momento nos habían hecho la vida más agradable aunque fuera sólo como expectativas (esas cosas que uno, en los momentos vivos, sueña hacer aunque no sepa cómo ni cuándo). Pero si las tachas ya no tienen esa capacidad de movilizarte, te vas quedando sin energías. Y todo por culpa de ese tiempo insensible que a la chita callando te va agostando los ánimos y los proyectos.
Por eso me dan mucha envidia las personas que son capaces de burlar al tiempo, de romper con sus corsés rígidos y paralizantes: quien tiene un hijo a los 70 años, los abuelos que ves corriendo la maratón municipal de cada año, las viejitas que se hacen el Camino de Santiago entre sonrisas y antiinflamatorios; el sesentón que se enamora de una chavala de 35; los que olvidan sus años y se pasan bailando en las fiestas del pueblo hasta las 4 de la mañana; los rebeldes que hacen cosas raras al margen de las décadas con las que tengan que cargar; las parejas mayores que tiran de autocaravana y se van recorriendo el mundo. Romper la tiranía del tiempo y de sus condiciones.

Hay que echarle huevos y más cosas pero es que esto de que “cada cosa en la vida tiene su tiempo y su momento” es muy deprimente. Y además ni siquiera tiene por qué ser verdad.
Deberíamos respetar menos al tiempo. Incluso volverlo del revés como el Señor Button de la película (“El extraño caso del señor Button, EEUU, 2008). ¿Quién no sería feliz muriendo, como él, en el medio de una gran mamada? Aunque solo fuera para dar por el saco al tiempo.

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