domingo, septiembre 20, 2009

La furia

El domingo (13.09.09) pasado apareció un artículo en el País Semanal (pags. 24 y 25) que me hizo pensar mucho. Tomé unas notas en un papel suelto que va pasando de bolsillo en bolsillo hasta que definitivamente se pierda. Así que voy a aprovechar esta madrugada de domingo en Sao Paulo (estoy en un piso 22, a no más de 200 ms. del aeropuerto de Congonhas, como si fuera la torre de control: veo entrar y salir a todos los aviones y hasta puedo distinguir a los operarios que se afanan por tenerlo todo a punto) para retomar ese tema interesante de la furia.


El artículo hablaba, como se puede suponer, sobre las relaciones humanas y cómo a veces acciones incontroladas que duran poco, que no tenían por qué darse, que surgen así, casi sin darte cuenta porque se te llena la boca, acaban generando problemas insolubles. "La furia provoca daños que luego hay que reparar. Unos segundos desafortunados pueden destruir una confianza que se ha tardado años en edificar", decía el autor. Y citaba aquella frase de Schopenhauer: la ira no nos permite saber lo que hacemos y todavía menos lo que decimos. Estoy de acuerdo. ¡Cuántas veces pasa eso! Estás tan tranquilo hablando o discutiendo de algo y, de pronto, comienza a elevarse el tono de la conversación y se desata la caja de los truenos. Y con ese rollo moderno de la asertividad, mal entendida claro, te quedas hecho polvo. O eres tú quien deja hecho polvo a quien esta contigo. Un desastre.

Siempre me ha llamado mucho la atención lo vulnerables que son las relaciones. Lo que parecía que iba viento en popa, con una compenetración a prueba de bombas, llega un tropiezo y parece que nada de lo anterior cuenta. Como si se abriera una cuenta nueva y hubiera que comenzar de cero (o de menos de cero, porque la furia te lleva al infierno del sótano -3). Recuerdo de hace unos años haber escuchado en la cafetería de la Facultad una conversación entre varias estudiantes. A lo que pude entender, el novio de una de ellas había estado tonteando con otra en la fiesta del día anterior. Las otras la miraban condolientes y como esperando que tomara una decisión drástica. Pero ella, muy sensata y segura de sí misma, les vino a decir que después de estar tanto tiempo con ella y conocerla bien no podía preferir a otra que acababa de conocer. Y que si lo hacía, pues no merecía la pena continuar. Un poco ingenua la suposición, pensé para mí, pero muy sensata. Podría haber reaccionado con ira y romperlo todo sin más. Pero así las cosas dejaban una puerta abierta.

Esta historia de la furia tiene, además, un segundo inconveniente, sobre todo para los tímidos que no nos podemos permitir ese lujo de cabrearnos y exteriorizarlo. Quedas perdido, sin armas. O te aguantas o, si la cosa se pone fea, te agrarras a esa cosa íntima y asequible que es el odio. Pero aún es peor el odio que la ira, penetra más dentro y te destruye y destruye la relación de manera más inmisericorde. También mencionaba el autor (debería haber tomado su nombre pero no lo hice, algo imperdonable en un profesor que sabe que referenciar sus citas es obligatorio; lo siento de veras) un viejo dicho oriental: "aferrarse a la ira es como agarrar un trozo de carbón candente con la intención de arrojarlo contra alguien. Al final quien se quema eres tú".

Otras cosas que decía también eran interesantes. Esa idea de Vitorio de Sica de que "la Biblia enseña a amar a nuestros enemigos como si fueran nuestros amigos, probablemente porque son los mismos". Y, con frecuencia es verdad. Al final con quien tenemos las grandes agarradas es con nuestros amigos. Los que no lo son, ni merecen el esfuerzo que supone el enfadarte. Uno desearía que sus amigos lo fueran de forma constante, que resaltaran tus méritos y cualidades, pero no suele ser eso lo normal. A veces, las peores críticas (merecidas o no), las que más teduelen las recibes de ellos. Debe ser por eso que en toda amistad se produce un juego de amor-odio que fluctúa. Lo mismo que en las parejas. Cuando predomina el amor todo funciona bien, cuando acaba predominando el odio las cosas acaban de mala manera.

Tampoco estuba mal la idea de que no hay defectos que molesten más en los otros que los que nosotros mismos tenemos. No sé si será verdad. Me tendría que poner a pensar en cuáles son los defectos que más aborrezco en los otros, cosa compleja para estas horas de la mañana. Pero me queda como tarea pendiente. Y lo que no deja de ser verdad es aquello otro de que "cuando nos enfadamos de forma desproporcionada con alguien es posible que estemos enfadados con nosotros mismos". De esto puedo dar fe. No hay peor cosa que estar mal con uno mismo (en un sentido genérico eso de estar mal: porque estás jodido de veras, porque estás deprimido, porque has dormido mal, porque llevas una tensión dentro que pareces una olla exprés, cualquier cosa vale) para que lo veas todo mal en los otros y todo te cabree intensamente. A mí me suele bastar con dormir bien para que los nubarrones vayan disipándose.

Bueno, este soliloquio mañanero se está haciendo demasiado largo y reiterativo. Pero aún hay otra idea que me gustó, porque la siento casi como mía. Hasta pensé que me la habían copiado. Ya he escrito en el blog sobre "las conductas paradójicas" y su interés para poder sobrevivir a un conflicto. Pero el autor del texto cita a Jaume Roselló que dice eso mismo con una hermosa frase: "lo contrario es lo conveniente". Y el texto que sigue lo explica muy bien: "si en los momentos de conflicto aplicamos la misma energía (negativa) que nuestro opositor sólo lograremos duplicar la negatividad. Si decidimos apostar por la emoción contraria quizás podamos revertir la situación". Es decir, en lugarde iniciar una escalada simétrica en el conflicto (esto es, pelearse a ver quién es más borde, quién grita más, quién dice las cosas más hirientes, quién hace más daño), caminar en la dirección contraria. Claro que te gustaría ganar la batalla de la ira y joderle bien jodido (eso es lo que te pide el hígado a gritos) pero justo ahí buscas el camino contrario: lo contrario (de lo que te apetecería hacer) es lo conveniente. Sin bajarselos pantalones (o lo que sea) por supuesto, sin darle la razón al otro, al menos en eso en lo que estais discutiendo. No es que te rindas, es que quieres cambiar el sentido del enfrentamiento. Tú empiezas a alabar en él o ella ciertas cosas que encuentras valiosas (no estoy de acuerdo en esto pero me gusta mucho cómo planteas...). La cosa puede resultar chocante. Incluso puede que, en lugar de menguar la ira del otro, la incrementes porque sienta que le estás tomando el pelo. Pero en fin, merece la pena intentarlo. Por eso son situaciones paradójicas.

En fin, qué rollo, por Dios. Casi parece el sermón del domingo (bueno, hoy es domingo, así que descontextualizado no está). "¡Ya, ya!, estoy oyendo que murmura el blog que debe estar despertándose después de tantos días sin escribir nada, ¿y se puede saber todo esto a qué viene? ¿Algún cabreo soterrado de estos días que tratas de superar?". No seas bocazas, anda. Ya sabes que ésta es una de mis obsesiones de siempre. No es que me dé mucho resultado, pero al menos, me entretengo. Y, además, ¿quién es el guapo que no tiene un conflicto que desee superar?

Y aquí va la última guinda del texto. Un proverbio chino que dice " cuando te inunde la alegría no prometas nada; cuando te domine la ira, no escribas ninguna carta". Del blog no dice nada.

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