domingo, septiembre 06, 2009

Mapa de los sonidos de Tokio


No han sido misericordiosos los críticos con ella. “Nada es creíble” (El Mundo), “Me parece una tontería” (El País), pero a mí me ha gustado. Quizás la historia deja qué desear en cuanto a credibilidad, pero es cine en estado puro. Y eso que los sonidos de Tokio son bastante menos impresionantes que sus luces, que su estructura, que la belleza formal con que la Coixet la retrata. En realidad es una película destinada a la exaltación de los sentidos. Le pega mucho a la Coixet.
Japón, creo yo, ha sido siempre una especie de mundo idealizado por muchos occidentales. Ahora mismo mi hijo anda por allí y cuenta que está alucinado. Tan lejanos a nosotros, con una estética tan diversa, con una cultura tan rica e indescifrable, con una comida tan endiablada. Lo que tal para que se conviertan en una especie de mundo de hadas. En mi curso en Londres de este verano tenía un compañero de clase japonés. Asesor de empresas. No era muy simpático, quizás por las dificultades para comunicarnos (su inglés era bueno gramaticalmente pero no había hijo madre que le entendiera lo que decía), pero sí muy buen compañero. El caso es que tuvimos que hacer una presentación en Power Point y él la hizo sobre Japón. Lo hizo muy bien y nos convenció de que merecía la pena conocer Japón, el turístico y el que está fuera de las rutas. Me quedé con muchas ganas, así que ya iba muy bien predispuesto al cine esta tarde.
Lo dicho, me encantó. Estamos muy acostumbrados a ver New York en las películas y se nota cuando un director quiere hacerte disfrutar con la ciudad en la que está rodando. A veces las películas son un homenaje a una ciudad. Ésta, sobre todo al principio, es un auténtico homenaje a Tokio: qué hermosas imágenes navegando bajo los puentes; impresionantes las tomas desde el aire recogiendo la hermosura de los rascacielos y las calles repletas de luces y coches; preciosos los primeros planos del trabajo en el mercado o la entrada automatizada en el Motel. Todo muy sugerente, con una fotografía fantástica. Un virtuosismo de la directora y de sus fotógrafos.
Y luego está la historia que se cuenta. Esa que los críticos tachan de poco creible. No me gustan mucho los directores que escriben y dirigen sus películas. Es difícil ser bueno en ambas cosas. Sería suficiente que supieran rodar bien historias escritas por buenos escritores. Pero da lo mismo. Quizás, lo importante en este caso no es tanto la historia sino los personajes que aparecen en ella, la forma que tienen de vivirla y representarla.
Lo que más llama la atención es la aparente inexpresividad de los japoneses. Los primeros personajes son como palos hieráticos: casi no hablan, sus sentimientos son tesoros guardados bajo siete velos. Se hacen difíciles de entender las relaciones vistas desde nuestra óptica: personas que son amigas (o lo aparentan) pero no se hablan ni saben nada del otro, caras serias sin ninguna expresión o con reacciones exageradas. Todo muy en plan cliché. Pero poco a poco, la película va adentrándose en los personajes, nos aproxima a ellos, les va dotando de vida: un empresario destrozado; un amigo fiel y platónico; una asesina enamoradiza; un vinatero que va de latinlover displicente. Es como si se nos abriera una ventana para poder mirar a su interior. Y allí hay mucha movida. Ya se parecen más a nosotros, a todo el mundo, con sus pasiones, sus celos, su angustia, sus deseos.
En el fondo, la película, sobre el escenario de los millones de luces de Tokio es una historia de amor. De varios amores cruzados. Con mucho erotismo. El inicio de la película es ya de shock: con ese restaurante en el que la comida se sirve sobre el cuerpo de preciosas mujeres desnudas. Una pasada. La película es muy sugerente con momentos de un erotismo de alto nivel. Me ha gustado mucho seguir el discurso de una directora mujer sobre el sexo. A veces se escuchan comentarios despectivos en películas con fuertes cargas eróticas: “Bah, se nota que la ha dirigido un hombre”. Esta vez quien llevaba la batuta era una mujer y, la verdad, ha metido una caña que pa qué. Las escenas en el hotel (una cosa muy extraña esa habitación de motel que más parecía un vagón de metro con sus asientos, sus barras y sus agarraderas: quizás estuvieran allí a propósito para facilitar posturas especiales) han sido de lo más excitante. Uff!
En fin, un canto a los sentidos, como decía. A todos ellos, desde la vista (esas hermosas imágenes de Tokio) al oído (una preciosa música a lo largo de todo el film, los sonidos de la ciudad que se van recogiendo), desde el gusto (esa pasta sorbida con ruido, el vino) al olfato (el mercado con su bacanal de olores que casi llegas a percibir de próximo que estás a ellos).Y, por supuesto, el tacto que lo puedes vivir hasta el orgasmo (primer dedo, segundo dedo…).

Todo muy Coixet.

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