lunes, septiembre 14, 2009

Ser uno mismo


Era la hora de la siesta. Entre que tomas el café, que te adormeces un poco, que pasas de las noticias malas del telediario a los deportes y después al pronóstico del tiempo ya había llegado al momento propicio para la cabezadita del pomerigio. Entre sueños advertí que empezaba una peli de sobremesa con algo que tenía que ver con las Vegas (Algo pasa en la Vegas, supe después que era su título, una película del año 2008 dirigida por Tom Vaughan y protagonizada por Cámeron Díaz y Ashton Kutcher).
No es que pasara mucho en Las Vegas, la verdad. Las típicas situaciones tan manidas de que se cogen una melopea y acaban casados (acaban de retomar una locura parecida en la reciente Resacón en Las Vegas). En fin una película que se deja ver en esa duermevela de la sobremesa pero que, con seguridad, no optará a un oscar. Tiene cosas divertidas, como las visitas a la terapeuta de familia, pero poco más. Y sin embargo, me dejó pensando.
Al acabar la historia, a través de meandros previsibles (aproximaciones y separaciones intermedias que ya se sabe concluirán en un reencuentro final), el protagonista quiere que una amiga de su novia le diga a dónde se ha podido escapar ésta después del último desencuentro. La amiga le dice que no lo sabe pero añade algunos comentarios interesantes. Por ejemplo, le asegura, que ella (la escapada) había combiado mucho desde que se había encontrado con él. Y aquí viene lo grande: “que por primera vez desde hace muchos años, ella había vuelto a ser ella misma”. Ser uno mismo, dije para mí, cuántas veces lo repetimos pero que poco claro queda lo que significa. ¿Cuándo se es uno mismo?

Más adelante, él va a buscarla al lugar donde ella le ha confesado que se sintió feliz, plenamente feliz, por última vez. Y en ese encuentro final, y feliz como era de suponer, ella vuelve a lo mismo. Durante muchos años ella había estado tratando de hacer lo que otros le pedían, de responder a sus expectativas, de ser lo suficientemente buena para ellos (sus jefes de trabajo, sus padres, sus novios, etc.), pero cuando se encontró con él, como lo odiaba, había adoptado la distancia necesaria, ya no tenía que resultar interesante y valiosa, ya no tenía que pretender nada. Había vuelto a ser ella misma. Y eso le llevó a romper con su trabajo, con su ex novio, con todo aquello que la obligaba a ser como no quería ser.
Y la idea me quedó colgando de las telarañas del sopor de esas horas difíciles. ¿Será que ser uno mismo es eso, no tener que responder a las expectativas de los otros? ¿Y es eso posible puesto que esos “otros” siempre están ahí de una manera u otra?
Hace unos años una amiga que hacía el Camino de Santiago me contó su propia versión de este “ser uno mismo”. Al poco de comenzar el Camino, quizás en la tercera o cuarta jornada, no lo recuerdo, conoció a unos chicos que también iban haciendo el Camino. Le cayeron simpáticos y desde entonces hacía lo posible por caminar cerca de ellos o, cuando menos, por verse durante el Camino y también por las noches en los albergues. Así que estaba constantemente pendiente de si ellos iban por delante o por detrás para no perderlos de vista. Procuraba organizar sus jornadas para que coincidieran con las de ellos y hacer las paradas de descanso con ellos. Pero llegado un momento, tanta tensión se le hizo menos llevadera. Ella se planteó a sí misma: “no estoy haciendo mi Camino, estoy haciendo el Camino de ellos”. Y se decidió dejarlos marchar y, también, según sus palabras, “volver a ser ella misma, volver a su propio Camino”.

“Ser tú mismo”. Algunos lo han relacionado con la necesidad de renunciar a ser perfecto (ésa era la posición de la Cameron en la peli), otros con la necesidad de no querer deslumbrar a los demás, sobre todo a nuestros padres o parejas. Pero pudiera ser que algunas personas sean justamente eso: buscadores de la perfección, o conquistadores profesionales del aprecio de los demás. Quizás ésa sea su vida. Supongo que permitirles a ser imperfectos no les haría más felices. Otras recetas tampoco son claras. Los que te dicen que para ser tu mismo lo primero que tienes que hacer es conocerte bien, tus fortalezas y debilidades, tus valores tus capacidades… La cosa es que eso no lo descubrimos nunca del todo. Y además todas esas virtualidades de cada uno dependen mucho de tus circunstancias, de tu momento, de las personas con las que estés, etc. Es muy curioso cómo personas que se han separado y se han vuelto a unir a otras parejas se transforman y parecen otras personas: les gustan cosas que antes no les gustaban, se visten de manera distinta, se les ve distintos y distintas. No es fácil saber si es ahora cuando son ellos mismos o era antes cuando lo eran. Pudiera ser que antes y ahora. O, también pudiera ser, que ni lo eran antes ni lo son ahora. En fin, un lío, como decía.
Por otra parte, a mí eso de “ser uno mismo” me parece, a veces, echarle mucho morro a la vida. A mí me desesperan las personas que te dicen después de hacerte alguna barrabasada o de montarte un cirio, “disculpa, es que yo soy así”. Pues, coño, no seas así. Es como si dejar salir el ser primitivo y menos presentable que llevamos dentro pudiera justificarse por el mito ése de “ser uno mismo”.
“Ser uno mismo”; “realizarse como persona”; “ser empático y, a la vez, asertivo”; “ser honesto y non fingir ni traicionarte por quedar bien con los demás”; “saber decir que sí y saber decir que no”. ¡Tantas cosas! Es como un cruce de carreteras con muchos indicadores. Y como te entretengas a ver cuál te conviene, enseguida empiezan a pitar los que vienen detrás porque les estás interrumpiendo el paso. ¡Qué presión!

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