lunes, septiembre 07, 2009

Y no era doncella

Aunque se la vendieron (y cobraron, supongo) como si fuera una pobre criatura de pocos meses, pues resulta que no. La cabra tenía 7 meses (que debe ser mucho en la particular biografía de una cabra). Y si hacemos caso al experto que la sometió a una minuciosa revista, ya había conocido varon y hasta había parido. Muy precoz. Hay que mirarles a los dientes, nos dijo. Y a las ubres. ¡Claro!, pensé, ¡cómo se les pasaría por alto a mis amigos una cosa tan obvia! Y eso que se pasaron un buen rato intimando con ella antes de subirla al coche. Los dientes y las ubres, por Dios. Es que es de cajón...
Bueno, el desvelamiento del fiasco fue casual, he de reconocerlo. La cabra primero lo pasó mal y estaba deprimida. Prefería el pienso a la hierba (algo contranatura en una cabra) y siempre que veía una puerta de la casa abierta marchaba corriendo a buscar refugio dentro (lo que contradice aquello de que la cabra siempre tira al monte; ésta tiraba más bien al salón). Eso ya nos debió hacer sospechar algo, pero como estábamos convencidos de que era una pobre cría de biberón, nos pareció una manía típica de tan corta edad. Todavía se está socializando, pensamos.
Todo cambió cuando empezó a relacionarse con una peña de ovejas. Ella empezó a cobrar confianza y a sentirse más relajada, más cabra. Buscando hacerle la vida más agradable, Antonio que era quien le cuidaba, fue a ver a un cabrero. No tenemos mucha idea de cabras pero a todos nos pareció que nuestra cabrilla precisaba de un novio. Su amistad con las ovejas podría provocarle alguna confusión de identidad sexual. El cabrero fue amable y nos dio algunos consejos. Dijo, entre otras cosas, que las cabras entran en celo cada veinte días. Y se nota en que mueve mucho el rabo y mira constantemente hacia atrás. Bueno, le dijimos, está bien saberlo, pero la nuestra es aún una niña. Eso, si llega, será más adelante.
Como una cosa lleva a la otra, estábamos equivocados también en eso. A los pocos días, el sobrino de Antonio, un chaval perspicaz, le avisó al tío que la cabra andaba nerviosa, que movía mucho el rabo y miraba ansiosa para todas partes. ¡Coño, dijo él, a ver si va a estar en celo! Pues sí. ¿Quién lo iba a decir, tan joven…?
A los pocos días se fue con ella al cabrero. Lo primero que le dijo es que la cabra no era tan joven, que pasaba de los 7 meses y que ya había parido una vez. ¡Joder!, se sombró Antonio, si parecía una cría. ¡Leches, una cría!. En cuanto vio al castrón (así se le dice aquí al macho, que somos finos y no queremos insultar al pobre cabrón), nuestra dulce cabrita se fue a por él y se puso en posición. Ni unas palabritas para intimar ni nada de nada. Al asunto sin subterfugios ni esperas innecesarias. La pobre debía venir muy necesitada. Yo creo que fue la influencia de las ovejas que nos la malearon.
Y ahí está, preñada. Ya han pasado los veinte días sin que mueva la cola ni mire ansiosa para atrás. Cinco meses de embarazo, nos han dicho. Y luego cabritillos.
En fin, a los amigos de la metieron doblada. A la cabra también. Y dentro de nada tendremos cabritillos. O cabritillas quien sabe, y todo comenzará de nuevo. Pero esta vez les miraremos los dientes.

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