miércoles, septiembre 30, 2009

El secreto de sus ojos.

El domingo, pese a todas las congojas y resacas (una llegada precipitada de México el sábado y a la media hora una boda hasta las tres; un entierro a media tarde del domingo) hubo cine. La normalidad hay que encauzarla rápido y saborearla con tazas bien repletas. Pero nos equivocamos de sala y entre dimes y diretes llegamos al Secreto de sus ojos cuando ya llevaban algunos minutos de proyección.

Ya he confesado otras veces que me encanta el cine argentino, sobre todo el que cuenta historias y esta película de Campanella, que se acaba de estrenar en España el día anterior, es una estupenda película. Está basada en una novela de Eduardo Sacheri, que se desarrolla en forma de narración medio policíaca medio romántica pero muy dinámica y que te mantiene en tensión durante las dos horas que dura. También tengo debilidad por Darín, este actorazo que borda todo lo que interpreta. Y me quedé encandilado con Soledad Villamil, guapa a rabiar, sensible, pero, sobre todo, con unos ojazos y una mirada que te encandila cada vez que le enfoca la cámara.

En una película de gestos muy medidos, muy intensos. Todos los actores lo hacen muy bien, como si lo fueran de teatro. Te hacen ver la desesperación, el dolor, el abismo de la pérdida, la intensidad de una búsqueda policial, de una amenaza o de un interrogatorio. Y todo ello a través de las miradas, esas miradas largas y definidas que definen el mundo interior de la persona que expresa en ellas todo el torbellino de emociones que vive en su interior.

La historia está muy bien construida. Un oficial del Ministerio Fiscal que se jubila y decide dedicar su tiempo a la reconstrucción de un crimen que vivió y le dejó traumatizado (ésa es la parte que me perdí, así que no sé si esto lo cuento bien). El, jubilado con vocación de escritor, va construyendo la historia a la vez que la película reconstruye lo que fueron aquellos días. Cómo aparece muerta y destrozada una chica, cómo se sume en la desesperación su esposo, cómo la policía pierde la pista del sospechoso y cómo a través de fotografías (la fuerza de su mirada) los dos secretarios de juzgado llegan a descubrirlo y a perseguirlo. Y entre medias tres historias de amor que se cruzan y que le dan alma a todo el film: la del viudo con su esposa asesinada que conmueve hasta las lágrimas; la del asesino con la asesinada, un amor imposible con un final trágico; la del secretario del juzgado con su jefa, un amor lleno de vericuetos, de desencuentros pero profundo y potente. Más allá de la frialdad y tensión comedida de la historia policíaca, este amor casi imposible pero real y contagioso te permite salir de la sala con buen sabor de boca.

Y lo demás, todo perfecto. Las imágenes perfectas (con muchos primeros planos de esos que de dejan seco), la fotografía (con unos juegos de cámara increíbles), la música, el ritmo con momentos de enorme tensión y otros relajados, excesivos, incluso. Y para aliviar la densidad de la historia, aparece la figura de Guillermo Francela, colega de trabajo en el Juzgado y un tipo humano magnífico, simpático y medio borrachuzo. De descojonarse cada vez que toma el teléfono para no responder a una llamada y se identifica con grupos imposibles: el club de donadores de sangre; la oficina de recolección de esperma. Un cachondo mental pero un gran colaborador y buen amigo. Y, como perro viejo en el estudio de casos, un buen psicólogo. Me encantaron sus consideraciones sobre las personas y nuestras pasiones. Hay cosas en las que no podemos cambiar, dice Francela: en las pasiones. Esas se mantienen. Puedes apasionarte por cosas o por personas pero las pasiones no cambian. Se mantienen, nos dan continuidad, nos delatan.

En fin, el juego entre el presente (cuando escribe la historia) y el pasado (cuando sucedieron los hechos) les permite a los guionistas contraponer lo que los protagonistas son y lo que fueron, lo que hicieron en su momento y lo que sienten que debieron hacer. “A veces me miro (entonces) y no me reconozco”, dice Darin. Está bien. Debe ser lo que nos pasa a muchos. Pero es, sobre todo, la mirada lo que cambia, el poder que transmite, la sinceridad, la emoción contenida, el brillo, los secretos. Había secretos en la mirada del asesino, pero había emoción y mucha en la mirada de todos los demás. Y la mirada de ahora les permitió ver los mensajes de las miradas de antes que en aquel momento fueron incapaces de interpretar.

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