sábado, octubre 03, 2009

Si la cosa funciona

A Woody Allen le pasa lo que a mí (perdón por la desmesura), que no puede hablar de otra cosa que de relaciones personales. Da lo mismo de qué vaya la historia, el tema es siempre el mismo o muy parecido.Sólo que él, de forma insuperable, lo hace con un guión y una cámara en la mano. Los demás lo tenemos que hacer con herramientas muchos menos expresivas y evolucionadas. Lo bueno de Allen es que lo borda.

La cosa no había comenzado bien. Como llegamos tarde a la taquilla, nos dieron una segunda fila. Cruel (pero buena señal: el cine estaba a tope). Menos mal que se trata de una de esas salas enormes con una zona amplia (supongo que para poder evacuar en caso de peligro) entre los espectadores y la pantalla. Aún así, marea ver las escenas tan cerca. Pero, al menos esta vez, no importó.
Si la cosa funciona es un Woody Allen resumido: original, inteligente, provocador, pesimista, divertido. Dicen que el guión estaba escrito desde los años 70. Puede que sea cierto, pero él ha sabido ir espigando recursos y situaciones de todas sus películas para compendiarlas en ésta. Se copia a sí mismo. Pero eso está bien porque sigue siendo una muestra cabal de lo que puede dar de sí el cine como conversación inteligente y como diálogo con los espectadores. Lo que más me gusta de él es la forma tan simple y directa de meterte en la historia. Da lo mismo si saca a los personajes de la pantalla o si te mete a ti en ella, el caso es que no te permite quedarte de mirón, te provoca, te reta, te escandaliza. Y, desde luego, lo consigue: al final eres uno más en la pandilla de personajes que van desfilando por escena.
Si la cosa funciona se estrenó ayer en España (me encanta esto de ir a ver películas que se acaban de estrenar; te da cierta ventaja, cierta pátina chic de chico de vanguardia que puede presumir de estar al día). La historia es sencilla, pero eso, al final, es lo de menos. Allen responde a aquel principio de que cualquier cosa simple puede contarse de forma absolutamente compleja. Y ni siquiera importa que todo sea bastante previsible, quizás porque uno ya cuenta con su particular tendencia a incorporar un notable nivel de caos en sus relatos. O porque, como narcisista nato que es, todas sus historias resultan, a la postre, bastante copernicanas y autobiográficas. En resumen: un tipo mayor, cascarrabias, borde, misántropo y pesimista (Larry David) nos cuenta su vida para convencernos de que la vida es solo la antesala de la muerte y que incluso las personas superdotadas como él (profesor de Física cuántica, especializado en la Teoría de las cuerdas y casi premio nobel) tienen pocas razones para alegrarse de estar vivos. Pero hete aquí que se cruza en su vida una joven simple e ingenua (Evan Rachel) que trivializa y tergiversa sus elevados pensamientos y poco a poco le va rompiendo todos sus esquemas (y él los de ella). Ella se había escapado de su casa y, un tiempo después, sus padres ( Patricia Clarkson y Ed Begley) que se habían separado, acaban localizándola y vienen a buscarla cada uno por su cuenta. En realidad a buscarse a sí mismos pues son ellos los que están realmente perdidos. Su contacto con el ambiente neoyorkino (N.Y. es la otra gran protagonista de este film, lo que le permite a Woody Allen recuperar sus viejos amores) acabará cambiando sus vidas. Y al final, nada será como era al principio (“realineamiento” de quereres, se le llama ahora).
Ésa es la moraleja del film: todo es muy relativo, todo depende de coyunturas y probabilidades imposibles (de si la cosa funciona…). La nada es el todo, y todo es, en definitiva, nada. “Si comes verduras y paseas puedes aumentar la longevidad, pero, al final, es menos importante ser bueno que tener suerte”. Y así puede zarandear todo cuanto se le ponga por delante: el amor, la salud, la muerte, el sexo, la religión, la fidelidad, la homosexualidad, la inteligencia, la bondad, la cordura, el lenguaje, todo. Lo hace con ese estilo locuaz y discursivo que lo ha convertido en patrimonio propio. Los diálogos y monólogos de Woody Allen deberían ser conservados como patrimonio cultural de la humanidad. Son tan provocadores, tan agudos, tan actuales que, incluso cuando te ofenden, los adoras. La gente se reía a carcajadas en la sala. Estaba hablando de nosotros, de nuestras miserias, de nuestras, según él, falsas creencias y ritos (en la comida, en el amor, en el sexo, en la religión, en la cortesía, en la aceptación de lo políticamente correcto, en todo), y nosotros nos reíamos. Es la complicidad con que hemos aprendido a ver a Allen.
En resumen, como comencé diciendo, una hermosa y provocadora película sobre las relaciones personales y sentimentales. Según Woody Allen, en ellas como en todo, pero sobre todo en ellas, todo dependen de la suerte que tengas. De que tengas un encuentro afortunado y, desde luego, de que la cosa funcione… Parece imposible decir y hacer cosas tan radicalmente desagradables y pesimistas como las que dice y hace el protagonista. Y, sin embargo, uno sale del cine feliz y optimista. Quizás es que hemos tenido suerte. O que la cosa funciona…

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