lunes, abril 14, 2008

Sofía de Primera Comunión.


Le hacía mucha ilusión. Igual que a todas sus amigas y amigos del cole. Aproximándose Mayo, había llegado la fecha. Y los dilemas. ¿En Sevilla o en Galicia? Cada alternativa tenía sus pros y sus contras. En Sevilla la haría con sus amigas, pero a la hora de la fiesta familiar, cada una se iría con la suya y se quedaría sola con los pocos familiares y amigos que hubieran podido desplazarse hasta allí. En Galicia, la Comunión la haría sola (más protagonista del acto) pero luego estaría con los muchísimos primos y amigos con que cuenta, incluidos algunos sevillanos que vendrían hasta aquí. Ganó Galicia y la Comunión fue un auténtico éxito. Se notó el poder de convocatoria de madre e hija. Y, sobre todo, había muchos niños. Llenaron una mesa enorme y colmaron el Náutico de esa inquietud imparable que provoca la infancia.
Es complejo esto de las Primeras Comuniones. Se proyectan tantas miradas distintas sobre ellas y tantas contradicciones que se convierten en un auténtico campo de batalla ideológico. Algunos blogs de Internet asustan al ver la radicalidad con que tratan el tema. Pero muchos de los críticos (en realidad críticos de las creencias religiosas y de su visibilidad) se olvidan de que es la gran fiesta de los niños. Son fiestas religiosas (la religión se construye y se expresa a través de fiestas) en la que ellos y ellas son los protagonistas. Cuando los adultos intervenimos en exceso, la cosa de hace demasiado seria y pierde esa natural ingenuidad con que los niños suelen afrontar estas cosas.

En todo caso, la Comunión de Sofía, salió muy bien. El Monasterio cisterciense de Armenteira es un lugar maravilloso y fuera del ruido mundano. Cuenta la tradición que San Ero, el monje que lo fundó y que fue su primer abad daba frecuentes paseos por aquel paisaje idílico del monte Castrove. Y en uno de ellos se quedó subyugado por la belleza del canto de un pájaro y el sonido del agua de un riachuelo. Y entró en extasis, del que se recuperó muchos años después. Así que cuando volvió al Monasterio nadie le conocía y tuvieron que mirar en los libros para encontrar la anotación de que, efectivamente, había existido un abad llamado Ero, monje venerable, del que no se había sabido más una vez que saliera de paseo. Hoy, el enclave perdió algunos de sus encantos (o pedimos nosotros la capacidad de verlos) pero para algunas personas sigue siendo un lugar muy especial. Entre ellas está Ángeles. El Monasterio juega, para ella, un importante papel. Estoy seguro de que algunas decisiones importantes de su vida las ha pensado ahí, entre el silencio y la seguridad que otorgan aquellos muros románicos enormes y la calidez con que atienden sus actuales inquilinas. De hecho, cada poco vuelve a aquel entorno. Supongo que a realimentar convicciones y afectos. Así que la Primera Comunión de su hija Sofía sólo podía hacerse allí. De esta forma se unen viejas y nuevas emociones y crean entre ambas un nuevo espacio con especial sentido para ellas. Algo que las unirá todavía más.

Sofía estaba preciosa con su traje blanco y su diadema. Seria cuando se movía entre adultos (a ratos, incluso agobiada por la presión de todos para hacerse fotografías con ella o para cumplimentar a cada recién llegado) y más relajada cuando compartía con los otros niños los avatares del día, incluida la excitante tarea de abrir los cientos de regalos que se le hicieron. Pero lo llevó bien. Incluso el sermón particular y personalizado que le dedicó el sacerdote (poco acostumbrado a tratar con niños, seguramente). Leyó su ofrenda sin titubear. Pidiendo por su madre y los padrinos, cosa que he de agradecer por lo que me toca. También lo hicieron sus primos. Y su madre, para condensar en una petición preciosa de verdad, sabiduría y belleza para la propia Sofía, los deseos que todos nosotros teníamos a flor de piel.

La ceremonia religiosa fue, pues, entrañable y cálida. Y la fiesta familiar, en el Náutico de Sanxenxo, generosa y amable. Aunque algunos adultos o medio adultos hubieran preferido las croquetas y las tortillas de los niños a sus vierias, la comida fue excelente y el ambiente igual de cordial y próximo que siempre. Ése es el estilo Parrilla, tan envidiable por muchas cosas. Y todo ello en ese marco maravilloso de la ría de Pontevedra y la Playa del Silgar.

Así fue la Comunión de Sofía. Sin disputas escatológicas ni análisis complejos. Un día estupendo, con dos protagonistas guapísimas, y muchos familiares y amigos acompañándoles en el evento y uniéndonos a su felicidad. Y a sus compromisos, que también hay de eso en la Primera Comunión. Sobre todo para los padrinos.

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