domingo, abril 20, 2008

Elegy



Los ojos de Penélope Cruz en el cartel de la película son impresionantes. Sólo eso daría pié para animarse a ver esta película estrenada hace un par de días: Elegy. Para mí, además, tiene todo el morbo de tratarse de un profesor universitario que se enamora de una alumna. Otra vez un profesor de Literatura. Y eso es para cabrearse. ¿Por qué eligen siempre a los de literatura? ¿Será que uno de Física, o Química, o incluso los de Pedagogía tenemos menos encanto? ¿O es que como ellos manejan mejor la cosa esa de las poesías y las frases de Shakespeare basan en ello su morbo particular? Una decepción, la verdad…
Bueno, la cosa es que resultaba apetecible la cinta de la Coxet. Y allí fuimos.Yo con muchas ganas de identificarme con el profe protagonista, todo hay que decirlo. Luego resultó que Ben Kingsley era mayor de lo que yo suponía, pero así y todo seguía causando estragos. Me hizo gracia (por ser tan americano) aquello de que “desde que le pusieron el cartel contra el acoso sexual cerca de su despacho ya no recibía a alumnas en sus tutorías”. Bien hecho, pensé, muerto el perro se acabó la rabia. Pero resulta que después organizaba una fiesta en su casa al acabar el curso. ¡Qué morro, dije para mí, cómo se lo monta! Imposible, además, para nosotros. Claro que él estaba separado y hacía de su capa un sayo en estas cosas.
Pero la cuestión es que él quería ligar y ligó. Nada menos que con la Penélope Cruz. Vista allá en la primera fila de la clase, generosa en su vestimenta y atractiva hasta el infinito, fijarse en ella fue sólo cuestión de sentido común. Y de buen gusto. No hace falta mucho esfuerzo de identificación para ponerse en su lugar. Pero luego, en su fiesta, fue directo a por ella. Y eso no me gustó. Eso no lo hace nunca un buen profesor. Debe guardar las formas, por dios. Un interés tan unidireccional no se puede notar. Ha de aparentar igual interés por todo el mundo. Aunque se esté reconcomiendo por dentro por una persona en contreto. Politesse, ante todo, por favor, que eres un profesor.
Pero él lo consigue. Con buenas lides, desde luego (¡cuánto hay que aprender, santo cielo!). Y la historia que allí se inicia es interesante, aunque convencional: profesor mayor se anamora perdidamente de alumna joven. Ella queda fascinada de su inteligencia (aunque eso suena a demasiado elevado) y él de su cuerpo y su juventud. La vida misma.
Y esa asimetría,como no podía ser menos, genera una historia de amor muy atípica. O típica, si se quiere, porque no podría ser de otra manera. Por eso ha dicho alguien, que, en el fondo Elegy habla del miedo (del miedo al compromiso, a la enfermedad, a la muerte, a la felicidad y al amor). El profesor tiene miedo (por su pasado, por su edad, por su condición) y ella, que parecía llena de ilusiones, acaba sucumbiendo, también, a sus propios miedos. Los amores entre profesores y alumnos (más frecuentes de lo que parece) tienen eso. Están llenos de miedos. Lo dice él mismo con simpatía: ligar con una chica joven es como jugar al fútbol con jóvenes. No haces otra cosa que convencerte a cada momento de que puedes menos que ellos.
Y los miedos te llenan de celos. Resulta patético el profe con sus preguntas sobre otros hombres. Y lo es también cuando va a intentar sorprenderla en la disco. Pero así es el drama que él estaba viviendo. Eso es lo que hace el sentirte inseguro. La inseguridad que le hacía sentir que no podía competir con gente joven, la obsesión de que le había dicho que le quería pero nunca que añoraba su “polla”, sus propios temores sexuales a no ser capaz, a no estar a la altura (“cuando haces el amor con una mujer es como si te vengaras de todas tus insatisfacciones…confiesa él) Lo dicho, como la vida misma.
Lo que no entiendo muy bien es por qué a historias ya de por sí difíciles, se empeñan los guionistas en añadirles dificultades y enfermedades innecesarias. Y, curiosamente, quizás como contraste antinatural, es la chica joven, la que entra en problemas. En “Otoño en Nueva York”, aquella preciosa película de Joan Chen en la que un maduro Richard Gere se enamora de una joven y encantadora Winona Ryder, es ella la que debe morir por una enfermedad incurable. Aquí es también la chica joven la que padece un cáncer.Injusto y poco creible.
La crítica ha acusado a la Coixet de ser demasiado explícita. No en el sentido puritano de mostrar escenas de fuerte contenido erótico (las que aparecen son preciosas y estimulantes) sino por haber tratado de verbalizar en exceso los sentimientos. Hubiera bastado, le dicen, con gestos. Sugerir más que contar. Las conversaciones del profesor con su amigo, por ejemplo, sobraban según esos críticos. Bueno, yo no estoy de acuerdo. A la vista está en este blog. Los sentimientos tienen su narrativa. Se entienden mejor (nunca se entienden del todo) cuando se cuentan. Al profesor de la película le pasa eso. Por eso sabemos mucho más de cómo vive él la historia que de cómo la vive ella. Él lo cuenta. Ella lo vive pero resulta más hermética.
En todo caso, es una hermosa historia. Todas las historias de amor lo son. Incluso las que no acaban bien. Incluso las historias necesariamente tortuosas, como ésta entre un profesor y su exalumna. Tiene frases, ideas, cosas realmente chocantes. ¿Sensibilidad de Coixet? Las ideas sobre la vejez, con las que se abre la película,por ejemplo. “La mayor sorpresa de los hombres es la vejez”.Y, citando a la Bette Davis, “la vejez es cosa de valientes”. Creí que por ahí iba a ir la película. Sobre vejez y sexo,sobre cómo afrontar esa combinación explosiva con orgullo. Y aunque es una de las obsesiones masculinas, me hubiera interesado menos, creo. Ya tendré tiempo de pensar en ello dentro de unos años.
Más interesante, más real, es el discurso sobre el cuerpo. El cuerpo de la chica joven,por supuesto. El cuerpo del profe pasa desapercibido en el film. El de ella no. “Las mujeres guapas son invisibles”, repite varias veces el amigo del profe. ¿Invisibles? Sí, insiste, porque nunca entras dentro de ellas. Es todo tan perfecto fuera que no sientes necesidad de ir más allá. Y así, nunca llegas a conocerlas en profundidad. Supongo que pasa, pero en otros ambientes. Un profesor no puede ser tan bobo.
Las escenas finales son de una dulzura y un patetismo inmenso. “Eres el hombre que más ha amado (o adorado, no sé cómo lo dice) mi cuerpo” Otra vez el cuerpo. El de ella. Y eso sí lo creo. No le dice que es la persona que más le ha amado. No. El que más ha amado su cuerpo. Yo me echaría a llorar, si me dicen eso. No porque no fuera verdad (no tengo ninguna duda de que fue el viejo profesor quien adoró con mayor idolatría su cuerpo, eso forma parte del sentido de la relación), sino porque no sería justo. La adoraba (o eso parecía) a ella, toda ella, su mirada, su vitalidad, su pasión, su conversación. Por eso no entendí esa mirada perdida e insegura de él cuando ella le pregunta si seguirá follándola cuando pierda un pecho. Quizás no me fijé bien en su expresión, pero si su apatía corporal significaba que no, es que además de viejo era idiota.

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