Ya me parecía a mí todo aquello muy raro. Yo no tenía que ir en coche. Ni siquiera sabía a dónde iba. Además hacía un tiempo fatal. Una combinación de lluvia y niebla que te impedía ver por dónde te movías. Y yo allí al volante, agobiado, siguiendo a ciegas las luces en semipenumbra del que iba delante. Y de pronto paró. No se veía un carajo. Verás, pensé, es el sitio ideal para que el que viene por detrás te dé una hostia. Y esperé acurrucado el golpe. Pero no hubo golpe. En realidad, no hubo nada. Daba la impresión de que estábamos en un túnel o algo así. Ni modo de dar media vuelta o intentar salir de aquel atolladero.
Allí parados, la situación comenzó a hacerse agobiante. Bajé la ventanilla y le pregunté al de al lado. Oiga, ¿sabe dónde estamos?. En el infierno, me dijo. Sí eso parece, le dije. ¿Usted ve algo? No, contestó, pero un poco más adelante está el control. ¿Control?, pregunté, ¿qué coño de control?. El del infierno. Está usted de coña, le dije de mal humor. Y cerré la ventanilla. Pero no avanzábamos apenas. Sólo a cada rato, parecía que la cola avanzaba unos metros. ¿Qué estará pasando?, me repetía yo.
Y de pronto, no me puedo explicar cómo ni de dónde salió (la verdad es que no se veía un carajo) me encontré delante de una mesa y unos tipos que paraban a los coches y mandaban bajarse para ir a la mesa. ¡Coño, pues sí era un control!, pensé. Pero parecía raro, así, tan formal. Y cuando me tocó el turno no me quedó otra que bajar y acercarme a la mesa.
¡Oiga!, ¿y esto que es?, fue lo primero que le dije. La recepción del infierno, me contestó. ¡Sin coñas, oiga, dije cabreado, que estoy de muy mala leche! ¡Ni siquiera sé dónde estoy ni qué hago aquí... y con este tiempo de mierda!. Bueno, me dijo, lo del tiempo es pura coreografía. Nadie creería que esto es el infierno si estuviera claro y brillara el sol. Simpático, pensé. Pues usted dirá, le dije. No, me contestó, el que tiene que decir es usted, aquí nadie viene obligado. E insistió, ¿qué es lo que desea?¿O mejor, por qué ha venido hasta aquí?
Espere, dije, ¿venir a dónde? Al infierno, ya se lo dije. No puede ser verdad, pensé. Esto es un puto sueño. Algo ha dicho o hecho usted que le ha llevado a desear el infierno, me aclaró. ¡No joda, contesté! Y pensé para mí, un sueño. Esto es un sueño o, peor aún, una pesadilla. Últimamente duermo mal. Pero no tenía como comprobarlo. Además el tipo insistía en que no me podía demorar mucho, que se estaba haciendo una cola horrorosa de coches esperando.
Y no tuve más remedio que ponerme a pensar. ¿Desear el infierno?, me dije, ¿qué me está diciendo este tipo? ¿Desearlo o merecerlo? Y los recuerdos llegaron en tropel: la conversación, la confesión, el llanto, la desesperación, el duelo por la pérdida, otro “nunca más”. Mis súplicas de perdón. El deseo de reformatear el alma para sacar de ella todos los virus invasivos, todas las costras acumuladas a base de frsutraciones, todos los malos rollos y comenzar de nuevo. Y al final, aquel dramático deseo de que todo acabase. Empecé a temblar. Demasiado definitivo como experiencia, pensé para mí. No deberían tomárselo tan en serio. Es verdad, le dije, en aquel momento debí desear el infierno, pero nunca creí que la cosa fuera tan real. Y ahora qué, le pregunté. Bueno, me dijo, esto es sólo una recepción simulada. En realidad, la puerta principal está en otra parte. ¿Y entonces?, quise saber. Bueno,me dijo, esto es solo un sueño. No olvide que en los sueños los deseos fuertes se hacen realidad. Usted sabrá cómo recuperar la situación, o quizás no. De todas formas, no le será fácil, ya lo verá. Esas heridas tardan curar. Tendrá una dura penitencia. ¿Cómo sabré qué hacer?, le pregunté. Lo sabrá, me contestó, en plan película de espías. Y añadió, por ahora no le toca quedarse, pero tampoco puede eternizarnos la cola de gente que espera. ¡Que tenga suerte! Y me hizo señas de seguir.
Ni lo dudé. Volví al coche y salí de allí pitando. Fue salir de aquel tunel infernal y las cosas se hicieron más claras. Lo sabré, me repetí, eso me ha prometido. ¿Lo sabré, lo sabré, lo sabré? Y entoncés comenzó a sonar un timbre machacón, como un despertador. Y ya no recuerdo más.
Allí parados, la situación comenzó a hacerse agobiante. Bajé la ventanilla y le pregunté al de al lado. Oiga, ¿sabe dónde estamos?. En el infierno, me dijo. Sí eso parece, le dije. ¿Usted ve algo? No, contestó, pero un poco más adelante está el control. ¿Control?, pregunté, ¿qué coño de control?. El del infierno. Está usted de coña, le dije de mal humor. Y cerré la ventanilla. Pero no avanzábamos apenas. Sólo a cada rato, parecía que la cola avanzaba unos metros. ¿Qué estará pasando?, me repetía yo.
Y de pronto, no me puedo explicar cómo ni de dónde salió (la verdad es que no se veía un carajo) me encontré delante de una mesa y unos tipos que paraban a los coches y mandaban bajarse para ir a la mesa. ¡Coño, pues sí era un control!, pensé. Pero parecía raro, así, tan formal. Y cuando me tocó el turno no me quedó otra que bajar y acercarme a la mesa.
¡Oiga!, ¿y esto que es?, fue lo primero que le dije. La recepción del infierno, me contestó. ¡Sin coñas, oiga, dije cabreado, que estoy de muy mala leche! ¡Ni siquiera sé dónde estoy ni qué hago aquí... y con este tiempo de mierda!. Bueno, me dijo, lo del tiempo es pura coreografía. Nadie creería que esto es el infierno si estuviera claro y brillara el sol. Simpático, pensé. Pues usted dirá, le dije. No, me contestó, el que tiene que decir es usted, aquí nadie viene obligado. E insistió, ¿qué es lo que desea?¿O mejor, por qué ha venido hasta aquí?
Espere, dije, ¿venir a dónde? Al infierno, ya se lo dije. No puede ser verdad, pensé. Esto es un puto sueño. Algo ha dicho o hecho usted que le ha llevado a desear el infierno, me aclaró. ¡No joda, contesté! Y pensé para mí, un sueño. Esto es un sueño o, peor aún, una pesadilla. Últimamente duermo mal. Pero no tenía como comprobarlo. Además el tipo insistía en que no me podía demorar mucho, que se estaba haciendo una cola horrorosa de coches esperando.
Y no tuve más remedio que ponerme a pensar. ¿Desear el infierno?, me dije, ¿qué me está diciendo este tipo? ¿Desearlo o merecerlo? Y los recuerdos llegaron en tropel: la conversación, la confesión, el llanto, la desesperación, el duelo por la pérdida, otro “nunca más”. Mis súplicas de perdón. El deseo de reformatear el alma para sacar de ella todos los virus invasivos, todas las costras acumuladas a base de frsutraciones, todos los malos rollos y comenzar de nuevo. Y al final, aquel dramático deseo de que todo acabase. Empecé a temblar. Demasiado definitivo como experiencia, pensé para mí. No deberían tomárselo tan en serio. Es verdad, le dije, en aquel momento debí desear el infierno, pero nunca creí que la cosa fuera tan real. Y ahora qué, le pregunté. Bueno, me dijo, esto es sólo una recepción simulada. En realidad, la puerta principal está en otra parte. ¿Y entonces?, quise saber. Bueno,me dijo, esto es solo un sueño. No olvide que en los sueños los deseos fuertes se hacen realidad. Usted sabrá cómo recuperar la situación, o quizás no. De todas formas, no le será fácil, ya lo verá. Esas heridas tardan curar. Tendrá una dura penitencia. ¿Cómo sabré qué hacer?, le pregunté. Lo sabrá, me contestó, en plan película de espías. Y añadió, por ahora no le toca quedarse, pero tampoco puede eternizarnos la cola de gente que espera. ¡Que tenga suerte! Y me hizo señas de seguir.
Ni lo dudé. Volví al coche y salí de allí pitando. Fue salir de aquel tunel infernal y las cosas se hicieron más claras. Lo sabré, me repetí, eso me ha prometido. ¿Lo sabré, lo sabré, lo sabré? Y entoncés comenzó a sonar un timbre machacón, como un despertador. Y ya no recuerdo más.
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