Hablando de familia y de fiestas familiares, parecía lo obvio que la peli de este fin de semana (después de los 800 kms. de regreso desde Pamplona) fuera La familia Savage, otra peli que se acababa de estrenar en España dos días antes. Dirigida por Tamara Jenkins, viene avalada por dos nominaciones al Oscar como mejor guión y mejor actriz (para Laura Linney). Así que parecía una buena opción. Y lo fue.
Se anuncia como comedia pero tiene poco de eso y bastante de drama, aunque se lleva bien. Es la historia de dos hermanos (Laura Linney y Philip Seymour Hoffman) que se vuelven a reencontrar tras muchos años de vivir separados y con poca comunicación. Ambos vuelven donde su padre (Philip Bosco) que vive desde hace años con una compañera. Ella que padecía un Alzheimer avanzado fallece y él va cayendo en el pozo de conductas seniles cada vez más fuertes. La película narra, pues, una doble historia: la enfermedad del padre al que ingresan en una residencia y el encuentro de los hermanos a quienes la atención a su padre y la elección de la residencia les enfrenta a su propio desconocimiento y a los fantasmas de una historia familiar y personal compleja.
Una historia densa y llena de sentimientos profundos. Sale uno del cine pensativo y abrumado. Decía un crítico de cine que es una película para saborear y disfrutarla el día después. Y me parece una intuición brillante. Al principio pesa demasiado la historia (la imagen doliente del padre a lo largo de todo el film te deja desfondado). Pero luego reconoces la gran humanidad de los personajes. Comienzas a ver la naturalidad de los procesos y a disfrutar de los momentos graciosos que los guionistas han ido intercalando. Como sucede en la vida, vamos.
Se pueden sacar muchas lecciones de este film. La primera y más evidente se refiere a lo compleja que se hace la vida en esta sociedad moderna. Y la importancia de la familia pese a que la historia familiar no haya sido todo lo dulce que la literatura romántica suele describir. Al final te queda la familia y poco más. La suya se rompió pronto. Su madre los dejó y cada uno comenzó su propio itinerario vital de forma independiente. Se diría que se habían roto los lazos definitivamente y así fue durante años. Eran hijos o hermanos pero eso quedaba fuera de sus vivencias reales. Pero llegó la enfermedad del padre y su precariedad y se vieron en la necesidad de reconstruir aquellos vínculos destruidos. Sin ellos su padre no era nada y ayudándole descubrieron que ellos también lo necesitaban para recuperarse como hermanos. Incluso para recuperarse a sí mismos.
Está también el propio dilema moral y personal que plantea el internamiento en una residencia de un familiar. Cuestión bien actual y que trae de calle a muchas familias. El sentimiento de culpa por abandono que te provoca, el dilema del costo, el problema de las atenciones e, incluso, la dimensión material y estética del alojamiento (la hija estaba obsesionada por el “olor” de la residencia) son aspectos que la película describen con mucha sensibilidad. En realidad es el hilo sobre el que se desarrolla la historia. Con momentos graciosos, es verdad.
Y luego está la vida personal de cada hermano. Cada uno con sus propias historias amorosas no demasiado exitosas, con sus problemas profesionales, con sus dudas con respecto a sus proyectos vitales. Además, el hermano era profesor, así que eso lo hacía bastante próximo. Era fácil vivir sus dudas. Pero, en realidad, los dos están bien dibujados y lo que les pasa, lo que sienten, las angustias y alegrías que viven son las que, más o menos, nos tocaría vivir a cualquiera de nosotros en una situación similar. Eso es lo bonito del film. Quizás, por eso, lo nominaron al Oscar al mejor guión. Se lo merece.
Se anuncia como comedia pero tiene poco de eso y bastante de drama, aunque se lleva bien. Es la historia de dos hermanos (Laura Linney y Philip Seymour Hoffman) que se vuelven a reencontrar tras muchos años de vivir separados y con poca comunicación. Ambos vuelven donde su padre (Philip Bosco) que vive desde hace años con una compañera. Ella que padecía un Alzheimer avanzado fallece y él va cayendo en el pozo de conductas seniles cada vez más fuertes. La película narra, pues, una doble historia: la enfermedad del padre al que ingresan en una residencia y el encuentro de los hermanos a quienes la atención a su padre y la elección de la residencia les enfrenta a su propio desconocimiento y a los fantasmas de una historia familiar y personal compleja.
Una historia densa y llena de sentimientos profundos. Sale uno del cine pensativo y abrumado. Decía un crítico de cine que es una película para saborear y disfrutarla el día después. Y me parece una intuición brillante. Al principio pesa demasiado la historia (la imagen doliente del padre a lo largo de todo el film te deja desfondado). Pero luego reconoces la gran humanidad de los personajes. Comienzas a ver la naturalidad de los procesos y a disfrutar de los momentos graciosos que los guionistas han ido intercalando. Como sucede en la vida, vamos.
Se pueden sacar muchas lecciones de este film. La primera y más evidente se refiere a lo compleja que se hace la vida en esta sociedad moderna. Y la importancia de la familia pese a que la historia familiar no haya sido todo lo dulce que la literatura romántica suele describir. Al final te queda la familia y poco más. La suya se rompió pronto. Su madre los dejó y cada uno comenzó su propio itinerario vital de forma independiente. Se diría que se habían roto los lazos definitivamente y así fue durante años. Eran hijos o hermanos pero eso quedaba fuera de sus vivencias reales. Pero llegó la enfermedad del padre y su precariedad y se vieron en la necesidad de reconstruir aquellos vínculos destruidos. Sin ellos su padre no era nada y ayudándole descubrieron que ellos también lo necesitaban para recuperarse como hermanos. Incluso para recuperarse a sí mismos.
Está también el propio dilema moral y personal que plantea el internamiento en una residencia de un familiar. Cuestión bien actual y que trae de calle a muchas familias. El sentimiento de culpa por abandono que te provoca, el dilema del costo, el problema de las atenciones e, incluso, la dimensión material y estética del alojamiento (la hija estaba obsesionada por el “olor” de la residencia) son aspectos que la película describen con mucha sensibilidad. En realidad es el hilo sobre el que se desarrolla la historia. Con momentos graciosos, es verdad.
Y luego está la vida personal de cada hermano. Cada uno con sus propias historias amorosas no demasiado exitosas, con sus problemas profesionales, con sus dudas con respecto a sus proyectos vitales. Además, el hermano era profesor, así que eso lo hacía bastante próximo. Era fácil vivir sus dudas. Pero, en realidad, los dos están bien dibujados y lo que les pasa, lo que sienten, las angustias y alegrías que viven son las que, más o menos, nos tocaría vivir a cualquiera de nosotros en una situación similar. Eso es lo bonito del film. Quizás, por eso, lo nominaron al Oscar al mejor guión. Se lo merece.
En fin, lo dicho. Al final, lo que queda es la familia. Menos mal.
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