sábado, abril 26, 2008

Odette

Después de una semana viajera viene bien un sábado relajado con dosis fuertes de paseo mañanero y siesta de sofá. Incluso se podría ir a la playa (esta mañana había bastante gente comenzando su periodo de moreneo) pero aún da pereza. También está la alternativa del cine guay (el de pagar entrada y meterte en situación, si no fuera por las puñeteras palomitas) pero estas últimas semanas no tenemos una oferta atractiva. Yo iría encantado a ver “Fuera de carta” pero mi moza me dice que de eso nada, que me vaya solo. Y no tiene caso. Así que hemos pasado al plan B: visita al cineclub de debajo de casa y echar mano de las novedades. Y así hemos recalado en Odette Toulemonde.

Una película sencilla, de las que a mí me gustan. Y diciendo esto no sé bien si debo enorgullecerme de mi libertad de espíritu o avergonzarme por disfrutar con historias dulces, pelín cursis y lejos de toda pretensión intelectual. Supongo que es algo que uno debe negar hasta el martirio, pero a mí me encantan Paco Martínez Soria (aún llamo a mi padre, otro fan como yo, cada vez que ponen alguna en la tele para que no se la pierda), Luis de Funes, los Monty Python y hasta me divierto con el cine de barrio. No hace mucho me recriminaba un colega académico por haberme divertido con Full Monty. Según él aquello era un drama que reflejaba la honda problemática del paro y las reconversiones. Había que llorar, decía él, no divertirse. ¡Un triste!

Bueno, basta de rollos autoexculpatorios. Lo confieso. Me divertí con Odette. Es como si te contaran un cuento. Cuento que no se empeña en disimular que es un cuento. Por eso tiene fases de pura fantasía y otras poco verosímiles. Pero los cuentos tienen eso. Y, normalmente, si no te comes mucho el coco, eso te hace feliz. Y ése era, supongo, el objetivo del director y guionista (Eric-Emmanuel Schmitt ). Catherine Frot hace una Odette muy creible y Albert Dupontel un Balsan muy bien caracterizado tanto en sus momentos de escritor creído de sí mismo y vividor como en los momentos de novelista venido a menos (el papel de deprimido lo borda tanto que hasta te contagia).

La historia, si no la tomáramos como un cuento, podría ser muy bien, la moraleja de un estudio sociológico (digo esto sólo por jorobar a los críticos sesudos que la han puesto a parir). Hay mucha gente como Odette. Sobre todo mujeres. En algunos momentos me recordó a la española “Cándida”(mucho peor película que ésta pero con el mismo mensaje). Son personas con una vida muy complicada pero que no se abruman por ello. Al contrario, aceptan la realidad como es y se permiten el lujo de ser felices. No son personajes bobos ni carecen de ilusiones y frustraciones, pero los encaran como si fuera lo más natural. Y van sobreviviendo, y se ríen de la vida, y se sienten bien. Y hacen sentirse bien a los que les rodean. Son personas terapeúticas. Quizás porque son simples. De manera que su simplicidad no es un demérito sino, en su caso, una condición para poder vivir la vida con alegría. He leído a alguien que decía que al salir del cine se sintió mejor. No es que pudiera levitar o ponerse a cantar como hace la protagonista. Es fácil entender que ésa es la parte de “cuento” de la historia. Pero se sentían mejor porque ver a la Odette en sus diversos trances era como una catarsis.

Y luego, como toda película (y más si es francesa), también ésta tiene sus ideas, sus frases, sus escenas que merecen ser marcadas con un lápiz de colores. “Debe ser terrible estar con un hombre deprimido”, reconoce él en un momento. Y es verdad. Es lo jodido de las depresiones, que además de pasarlo mal, el deprimido se da cuenta de que debe resultar poco apetecible para quien le acompaña. Y con eso vas echando más leña al fuego de la depresión. Una bola de nieve. Y un fastidio. “Muchas veces la gente busca la felicidad donde no debe. Para ser feliz primero hay que conocerse y aceptarse”, dice Balsan al presentarle a Odette su último libro. Y supongo que ése es el mensaje general de toda la película. Eso es lo que hace feliz a Odette, que se conoce bien y que se acepta como es. Nunca niega ser una dependienta de grandes almacenes, ni pretende ser una intelectual. Le gustan los libros de Balsan y lo reconoce. Aceptarse a sí misma le permite aceptar también a los que le rodean: esos hijos enloquecidos que tiene,los vecinos que son para echarles de comer aparte, su ídolo que resulta ser un deprimido patético, su clienta maltratada. En fín, esa fauna multicolor que tiene a su alrededor. Con todos mantiene una relación normalizada y sin dramatismos. Y eso hace que todos se beneficien de su optimismo.

Me dejó especialmente afectado su recuerdo del marido difunto: “Murió en mis manos, mirándome a los ojos. Y ése fue su mejor regalo”. Me lo figuré. Y me figuré a mi mismo en esa situación, con la mirada suplicante en una despedida infinita. Fue como un golpe bajo en medio de tanta felicidad. Menos mal que pronto vinieron imágenes más divertidas. Por ejemplo, la metáfora de la fontanería: “Hombres y mujeres tenemos cañerías muy diferentes. Y para los hombres amar es querer meterse en tu interior de tus conductos, en un sentido posesivo”. Vaya con la Odette, pensé, ella que se permite el lujo de levitar en sus fantasías, mira que plástica y realista se pone aquí.

En fín, lo dicho. Una película amable. Con momentos bien cómicos. El no poder decir su nombre al llegarle el turno en las dedicatorias y quedarse ésta en un deslucido “Para …Dette”. La figura errante de un Jesús que va viviendo su propia pasión como si fuera un contrapunto dramático de la felicidad de la protagonista. Pero hasta a él le trata ella con normalidad, como si fuera el portero de la casa que se hubiera vuelto un poco majara. El pijama de la pantera rosa con rabo incluido que le dan al deprimido Balsan. Los bailes caribeños que se monta la familia al completo (por cierto, me hubiera encantado estar allí y añadirme al grupo, ¡qué delicia de ritmo!).

Al final te quedas bien. Eso sí, pensando en algunas cosas. La diferencia entre amar y estar enamorado, por ejemplo. Pensando en la superficialidad del éxito. Estás tan bien, tan crecido y tan creído de ti mismo y basta el simple vientecillo de una crítica o una decepción para que todo el castillo e naipes se te venga abajo. Y sobre todo eso, que los intelectuales están bien para dar conferencias pero la felicidad está en las cosas sencilla. Y, por lo general, también en las personas sencillas. Sólo me queda una duda. Si esas personas sencillas tendrán su blog.

1 comentario:

angel dijo...

Supongo que alguien envió un comentario a este comentario que he borrado sin querer. Últimamente están entrando comentarios inapropiados (de tipo sexual y cosas por el estilo) que me han obligado a administrar su inclusión. Pido disculpas por el error e invito a quien pudiera ser (firmaba "utopía") a que lo vuelva a escribir. No volverá a pasar.