domingo, abril 13, 2008

50 años fértiles. ¡Felicidades FELIPE!



Tenía que suceder. El calendario que no perdona a nadie, ha cumplido su venganza y aquellos estudiantes magníficos del curso 79-80 (probablemente el mejor de mis 35 años de historia como profesor) han llegado a la cincuentena. Era algo previsible. E inevitable. Y ahí están, con menos pelo, más barriga y alguna arruga sobrevenida. Pero con mucha experiencia a sus espaldas e igual de interesantes que entonces. Así que éste será un año de celebraciones, aunque me pega que algunos van a querer pasar por alto tal efemérides. Da igual, porque ya lo sabemos. A algunos, los más próximos, no les perdonaré una robusta celebración. Y, en cualquier caso, ahí va mi más sincera felicitación para todos ellos y ellas. Lo pasé muy bien con todos ellos. Hice cosas que nunca más he vuelto a repetir (aquellos grupos de encuentro, aquellas colonias en La Lanzada con niños del orfanato de Orense, aquellos debates relacionales en clase) quizás porque nunca he sentido tan fuerte la fuerza que tus estudiantes te transmiten. Con ellos me sentía capaz de cualquier cosa. Todavía miro con nostalgia su orla cada vez que bajo las escaleras de la Facultad. Fue un gran año. Así que se merecen bien mi felicitación en esta fecha tan especial.

Y entre ellos, algunos y algunas se lo merecen de manera muy especial. Con estos, nuestra vida se ha ido cruzando y abrazando, hemos vivido juntos situaciones intensas y, aunque en algunos casos nuestros itinerarios han seguido trazados diversos, en otros, por el contrario, hemos avanzado en espacios y afanes comunes. Y ahí estamos, formando parte de una amplia familia académica y afectiva.

Todo esto viene a cuento de que el jueves pasado celebramos la cincuentena de Felipe. Uno de los cincuentones de aquella hornada. No pude asistir al festejo porque estaba de viaje pero él sabe bien que por nada del mundo hubiera faltado a la cita. Todo lo dicho hasta ahora de aquel curso vale especialmente para él, que ya por entonces mostraba maneras: independiente e iconoclasta; original; danzarín y bon-vivant; luchador…Buena parte de sus genes (los familiares, supongo) lo arrastraban a una cierta vocación de hedonista pijo y otra parte (los jesuíticos, calculo) lo contenían y abocaban a la ascética vital y la provocación intelectual. Con esa carta marina se podía haber quebrado la crisma intentando cruzar, por huevos, “la marola” de la vida postuniversitaria, pero era claro que acabaría liderando algo importante. Y hasta no era gran riesgo suponer que las cosas le saldrían bien. Y así ha sido. Y eso justifica que hoy sea, para él y para cuantos nos enorgullecemos de ser sus amigos, un gran día. Algo a celebrar por todo lo alto.

Dice la Oficina del censo de los EEUU que la “edad mediana” (middle age) va de los 45 a los 64 años. Así que por ahora aún estás, Felipe, en tu edad mediana temprana (early middle age). Un yogurín, vamos. Así que no cabe quejarse, ni deprimirse, ni lamentar lo rápido que pasa el tiempo. Es que, como decía mi suegra (pero ya lo decían también los faraones egipcios), los chicos de ahora es que no aguantáis nada. Eso sí, lo malo de los años y sus prisas es que va creciendo el vértigo y la impaciencia. Y así, los peligros se acumulan. Stanley Jones (aunque esto sea un blog, no tenemos por qué perder nuestros vicios, ni siquiera los académicos) en una obra que titula La Vida Abundante (un buen título para referirse a esta edad), identifica algunos de esos peligros de la edad mediana: el peligro de acomodarse y ponerse a seguro (creo que este virus lo tienes ahí agazapado y esperando atacar, aunque ya nos encargaremos algunas moscas cojoneras de que no se salga con la suya); el peligro del dinero abundante (quizás por este peligro haya que preocuparse menos y hasta vendría bien un poco más de tentación para poder demostrar lo poco que nos va a dominar); el peligro del poder creciente de la gente sobre nosotros (este peligro esta bien superado con nota alta); y, finalmente, el último peligro según Jones, es la tendencia a meterse en un grupo de viejos (y en esto no insistiré, no vaya a ser que ahora nos mires por encima del hombro a quienes seguimos en una edad mediana aunque haya perdido la cualidad de temprana). También señala otros riesgos menos controlables pero igual de desagradables: la calvicie, las bifocales, las dentaduras postizas y las protuberancias (de barriga o papada). Pero con respecto a esto, mejor lo dejamos estar y miramos para otro lado.

Bueno Felipe, ya ves que, salvo detalles imponderables, la cosa va bien. Lo bonito de los años que cierran décadas es que te permiten hacer balance. Alguien decía que la felicidad es “el balance final”. Se es feliz cuando el conjunto que abarca la perspectiva ofrece un balance positivo y las cuentas de la vida empiezan a cuadrar. Se es feliz, supongo, cuando los dos ingredientes de la felicidad, el gozo y el dolor, se han repartido sin asfixiarnos. Cuando podemos sentir que lo que dependía de nosotros se ha afrontado con valentía y acierto, y lo que no dependía de nosotros de ha aceptado con coraje, luchando con las muchas o pocas fuerzas que uno tenga, contra los dragones del vacío y la desesperanza. Nunca sabemos cuantas “Marolas” deberemos cruzar, ni cuantos virajes habremos de ir introduciendo en nuestro cuadro de mando. Para esto no hay GPS que nos vaya conduciendo por el camino más corto al lugar cierto. Algo que, por cierto, sería mucho menos divertido.

A veces, “hacer balance” requiere ampliar un poco el campo de análisis. Para no agobiarse. Tu última década no ha sido precisamente dulce. Te arrojó al infierno. Pero lograste salir de él. No a los tres días, como hacen los dioses, pero lo hiciste. Y estoy seguro de que semejante hazaña fue una tarea colectiva. Lo lograste porque contaste con la fuerza visible e invisible de Lourdes y de tus hijos. Y, un poquito, también de tus amigos. Por eso, esta década también es la suya. Lograsteis juntos un milagro de sinergias del que podéis estar orgullosos. El balance, pues, es bien positivo, como cuando uno sale de una batalla o de un accidente lleno de heridas pero vivo y capaz de seguir adelante, cabezón e insistente, con el mismo proyecto de vida.

En fin, los 50 años no dan para ponerse serios. Estamos en “la mejor edad y en el peso justo”, como le gusta repetir a Elvira. Además, si te fijas, la mayor parte de los premios nóbel se consiguieron después de los 50. Leí en algún lugar que a los 50, como en los viejos western, es fácil distinguir entre dos tipos de personas: los pioneros y los colonos. Los pioneros sienten la necesidad de continuar su búsqueda, de asumir riesgos, de ir hacia delante. Los colonos prefieren jugar sobre seguro y quedarse en casa. Ni se me ocurre hacerte la desconsideración de señalar entre quienes te cuento.
Pues nada, cincuentón. Un gran abrazo. Y muchas felicidades.

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