Suena a cursi, muy cursi, cierto, pero describe bastante certeramente el empacho de emociones peliculeras del fin de semana. Y eso que aún me falta la de esta tarde. Tendremos que escoger alguna con tintes dramáticos, para compensar. El caso es que después de un sábado familiar celebrando juntos la patrona de Poio y disfrutando como locos de los nuevos retoños de la saga, Roque y Almudena, que están como para comérselos, volvimos a las sesiones convencionales de sofá hogareño. Y me subí del cineclub una peli que suponía relajante y divertida: “Vacaciones” (The Holiday), de Nancy Meyers. El plantel de actores no está mal con la Cameron Díaz y Kate Winslet de preciosidades enamoradas y con Jude Law y Edward Burns de galanes. También aparece Eli Wallach, el tradicional malo de las pelis del oeste, ya mayorcísimo pero muy interesante y haciendo valer su experiencia y saber estar.
La historia es sencilla pero atractiva: dos chicas (inglesa y americana) tratan de huir de sus recientes fracasos amorosos y para ello intercambian sus casas para las vacaciones navideñas. La inglesa, que llevaba una vida modesta, se ve en una inmensa villa americana rodeada de todos los lujos. La americana, rica, se va a un cottage rural inglés en la mitad de ninguna parte y en pleno invierno. Como es suponer, ambas van conociendo otra gente y generando nuevos amores. También sus antigüos enamorados siguen ahí sin lograr olvidarlas y sin dar por acabadas las relaciones. Así que el núcleo del dilema es si aceptan mantener una situación que no lleva a ninguna parte (por lo menos clara) o atreverse a iniciar las nuevas relaciones que sus vacaciones les va ofreciendo. Relaciones que en su inicio parecen fáciles, pero que según se van conociendo se ve que no, partiendo de que se encuentran en países que no son el suyo y de que sus nuevos enamorados también tienen una vida anterior. Por supuesto, en un final previsible, triunfa el amor y las dos parejas pueden celebrar felices el fin de año.
Es una historia con idas y venidas, con un juego entre pasado y presente que resulta muy interesante. Como todas, tiene momentos y frases memorables. En este caso, sobre todo en boca del Sr. Scott (Eli Wallach), guionista jubilado, al que sus colegas de Hollywood quieren hacer un homenaje. Cuando la inglesa llegada a Los Angeles le cuenta sus desventuras, él le dice, con una metáfora cinéfila: “oye, te comportas como si tu papel fuera el de amiga de la chica, pero en realidad la protagonista eres tú”. Me pareció genial. Tantas dudas y condicionantes en función de los otros, cuando la respuesta estaba es que ella misma debiera tomar el timón de su propia vida y decidir lo que a ella le conviniera más.
En fin, una de las películas románticas que más me han conmovido, aunque reconozco que en ese juego de emociones a flor de piel soy una presa fácil. Pero algo tiene esta película que la hace especialmente emocionante. Quizás, la alegría y sinceridad con que actúan los personajes, quizás la forma en que cada uno afronta sus propios dilemas sin rehuirlos. En fín, que uno acaba el film conmocionado y con los ojos llorosos.
Posiblemente, lo que sucede es que siempre son hermosos esos momentos en que se van construyendo las relaciones. Y eso te trae añoranzas de cuando tú mismo andabas en esas faenas y tenías dudas parecidas a las que ves en pantalla y ponías la misma ilusión y empeño que ves en los personajes de la película. Cuando tu relación entra en un momento de madurez, cuando ya llevas muchos años casado y te va bien y parece que ya no tienes problemas importantes que resolver, ni dilemas que afrontar, ver, aunque sea en pantalla, ese derroche de ilusión, esa pelea por ganarte al otro emociona y te da un poco de envidia. “Si es por eso, me dijo mi mujer que me lee los pensamiento, no te preocupes, me echo un amante y así te doy la oportunidad de volver a reconquistarme”. ¡Qué agobio, señor!
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