sábado, diciembre 22, 2007

Querido Javier.


Querido hermano, ayer, por fín, pude acercarme al cementerio a hacerte una visitica. Ya me estaba tardando. Ya sé que los otros hermanos pasan por allí con una cierta frecuencia, pero para los que estamos lejos es más difícil. Y se echa mucho de menos. Pero ayer aproveché que paso unos días con los papás antes de las navidades, para bajar a Tafalla y pasar un rato contigo.

Cuando llegué vi un montón de coronas bajo tu nicho y me dije, ¡vaya, sí que duran las flores!, si ha pasado más de un mes. ¿O será que las reponen? Después me asombró que había una corona preciosa que decía “De tus sobrinos de Galicia”. ¡Coño!, pero si mis hijos no me habían dicho nada de que hubieran enviado una corona. Ni siquiera se lo agradecí, pensé. Y seguí viendo los ramos y coronas sobrevivientes. Entonces me di cuenta que había una, la mayor, que decía “De tu esposa, hijos (hasta ahí todo iba bien, pero la cosa seguía) nietos y biznietos”. Vamos que no eran para ti. Y ya vi que acababan de ocupar el nicho debajo del tuyo. Así que ahora estarás más compañado. Casi todos los que te rodean son gente mayor, menos un chaval de 30 años a tu derecha y otro chico jovencito enfrente de ti.

Así fueron los primeros tanteos, un poco erráticos. Me quedé deambulando por allí y fijándome en las cosas. Como si tuviera miedo en aceptar por qué estaba allí o en dejar que los sentimientos y amarguras comenzaran a fluir. Pero poco a poco los círculos que iba haciendo se fueron haciendo más cortos y finalmente quede atrapado junto a tu nicho. Ha quedado precioso, que lo sepas. Mérito de Iñaki, creo. Y han puesto una fotografía tuya, supongo que tus hijas, en la que estás muy bien. Tal como eras, sonriente, con esos ojillos tiernos y cargados de párpados que hemos heredado de los Beraza, transmitiendo vitalidad y confianza. Era fácil imaginarte sentado en la silla de al lado en el comedor de los papás comentando cosas o haciendo bromas. Así que también fue fácil hablar contigo. De cualquier cosa al principio y luego de cosas más importantes para ambos, o al menos, para mí.

Para ponerme en situación me imaginé momentos en que ambos hubiéramos estado así charlando de temas personales. Y es curioso, no son tantos. Incluso siendo hermanos que se llevaron siempre bien, no abundan los momentos en que hayamos compartido cuestiones personales. Y eso que no nos han faltado motivos ni oportunidades. Sentí pena atrasada de no haberte aprovechado más en ese terreno. Porque siempre me infundiste mucha confianza (recuerdo que fuiste la primera persona a la que llamé tras nuestro accidente) y creo que hubiera aprendido mucho de ti. Lo malo es que he comenzado a aprender demasiado tarde.

Te comenté lo mucho que admiraba la forma en que, al final, habías conseguido tomar las riendas de tu vida. Los infortunios económicos y diversos avatares de todo tipo te arrojaron a los pies de los caballos. A veces se te veía como un de esos gladiadores a los que les han arrojado la red y cuando más se mueven y más bracean para librarse de ella más se enredan y más difícil tienen salir. Hasta que tu salud protestó y te dio un serio aviso. Por entonces era la vida la que te llevaba a su antojo. Tú tenías poco que decir. Como cuando te arrastra una ola y vas chocando contra todo hasta que logras hacer pie y recuperar el control. Y eso hiciste. Y ¡qué bien!. Poco a poco, reconquistando pasito a pasito cada uno de los espacios personales y profesionales que habían quedado medio arruinados por el huracán. Los hermanos que están intentado aclarar tus papeles están asombrados de lo bien que has dejado todo. Y los demás, incluidas tus hijas y los papás, no dejamos de admirar lo bien aprovechados que han sido estos dos últimos años que te regaló la vida.

De todo eso te comentaba yo. Tú no es que estuvieras muy hablador. Nunca lo fuiste, así que ya contaba con eso. Pero así tuve más tiempo libre para poder contarte también de mi vida y de cómo se parece a algunos momentos de la tuya. Atrapado, como tú, en esa red en que la cuanto más haces por salir más te enredas. Fue bueno poderme sincerar contigo. Eres buen escuchador, no tienes prisa y, desde luego, no se corren riesgos de indiscreciones. Pero lo que me interesaba más era imaginar qué me podrías decir desde esa otra parte de la vida, ahora que has aprendido todas las lecciones. ¿Y sabes qué? A fuerza de repetir mis propios mensajes creí reconocer el tuyo. Pero no fue estando allí contigo, sino luego, a lo largo de la tarde. Fue creciendo en mí la sensación de que ya me habías dado tu respuesta. Me pasó como a esos detectives distraídos que haciendo otras cosas van atando cabos hasta llegar a esa idea que se estaba fraguando en su interior sin ellos darse casi cuenta. Al final, si mi problema es en algo similar al tuyo, la respuesta que he de darle no se puede alejar mucho de la que tú le diste y por la que ahora valoramos tanto estos dos años tuyos. La idea de “recuperar las riendas de tu vida” estuvo rondando en mi cabeza durante toda la tarde y ahí está plantada ahora como un sueño, como un deseo, como una promesa de año nuevo. Y ya ha empezado a dar sus frutos. En lugar de seguir chapoteando infructuosamente para librarme de la red, he decidido cambiar cosas importantes en mi vida e introducir ese fondo de sosiego personal y profesional que, últimamente, me estaba faltando.

Ya ves, Pachín, fue bien rentable la visita, aunque se reabrieran las heridas y aparecieran las lágrimas. Verte allí de nuevo en la fotografía, tan tranquilo, tan sereno, con la mirada tan limpia me concedió la oportunidad de hablarte y, quién sabe, incluso de escucharte en el eco de mis propias palabras. En todo caso, hermanito, me ha gustado mucho poder pasar este rato contigo. Y muchas gracias, una vez más, por tu ayuda.

No hay comentarios: