sábado, diciembre 08, 2007

Las caras del amor



No la ponía muy bien la crítica pero, a falta de mejores opciones, fuimos a ver la recién estrenada “El juego del amor” de Rober Benton. Y no estuvo mal. Reúne un plantel de buenos actores (con el omnipresente Morgan Freeman, el simpático Greg Kinnear -el de “la pequeña Miss Sunshine” que, ¡vaya casualidad!, había visto esa misma tarde en casa-, y un trío de actrices espléndidas), un guión aceptable y un director con amplio pedigree (suyos son guiones famosos como el de Bonnie and Clyde o Superman, y películas como Kramer contra Kramer con la que ganó un Oscar). Me encantó la fotografía muy en ese estilo moderno de ofrecer primeros planos capaces de hacer visibles los menores gestos y emociones (asunto importante en este film) y, también, de reforzar la belleza de los actores y actrices (el director ha sido generoso en desnudos y escenas eróticas, cosa que, aunque haya de decirlo dentro del paréntesis, donde las cosas pasan más desapercibidas, se agradece). Ahora a estas películas las llaman “corales”, quizás porque aparecen diversas historias que se van entrecruzando. Y eso sucede, desde luego, en ésta.

Total para contarnos, algo bien sabido, que el amor es un lío, una realidad con muchas caras, algo que igual que te sube al colmo de la felicidad puede arrojarte a un pozo de amargura (aunque, en la película, las pérdidas tampoco se viven con exceso dramatismo). Las historias se van hilvanando entre sí: al simpático, le deja su primera mujer para irse con otra y la segunda para volver con su amante; el guapo inicia un romance con mal pronóstico con su nueva compañera de trabajo; el experimentado, hace de testigo de las muchas idas y vueltas de esa cosa intangible que es el enamoramiento mientras él mismo va curando sus heridas. Con un tema tan polivalente y tan de todos, no faltan situaciones en el film que dan para reflexionar, para identificarte con los personajes y para proyectar lo que allí se ve sobre tu propia experiencia o la de otros/as próximos a ti. A mí me llamaron la atención varias cosas.

La primera de todas fue revivir esa sensación de las muchas caras de las personas. Todos tenemos caras visibles y caras ocultas. En la película, todos los personajes están en un juego de roles permanente. No es que el amor sea un juego, como dice el título, es la vida la que es un juego. Cada uno somos muchos personajes y mostramos en cada momento aquel o aquellos que más nos convienen. No estoy seguro de que esto lo hagamos siempre conscientemente. A veces es un juego consciente (tener un amante en la cara oculta y mostrarte como persona libre y dispuesta a casarte en la cara visible) y otras puede que no (la orientación homosexual). Pero cada uno de nosotros tenemos diversos “yoes” jugando simultáneamente el juego de la vida. Toda historia individual es, a la postre, una historia coral porque son muchas historias entrecruzadas. Esa multiplicidad me parece fascinante. Te parece que conoces a las personas que te rodean, a quellas con las que convives pero, en realidad, sólo conoces una pequeña parte de ellas. La cara que da hacia ti. Las otras caras resultan invisibles y, por eso, cualquier rotación te puede sorprender.

Otra sensación que produce el film (ésta supongo que forma parte del mensaje que quiere transmitir) es que el amor campa a sus anchas y posee su propia lógica. No sirve de mucho lo que hagas, no es una cuestión de méritos sino de impulsos, de movimientos sobrevenidos. Es un poco desmoralizadora en ese sentido, sobre todo para los hombres. Hay un momento de la película especialmente patético en ese sentido. Él se siente feliz. Ha preparado con esmero el cumpleaños de su mujer. En el colmo de su deseo de agradar, le compra un perro. Y hasta se atreve a verbalizar el éxtasis que está viviendo: “En toda relación, le dice con la copa de champán en la mano, hay siempre un día perfecto. Es hoy”. “Sí, le dice ella”, que esa misma tarde ha estado con su amante descubriendo que es feliz con otra mujer y estaba a punto de anunciarle que lo dejaba para irse con ella. Es decir, cada uno en un mundo distinto e ignoto para el otro. No pude sino identificarme con el pobre tipo y pensar para mí: “Dios mío, con toda la ilusión que ha puesto y no le vale para nada. Creía que estaba en el 7º cielo y donde está en el puro sótano”. El amor…

No sé si he sabido leer bien las relaciones que se reflejan en el film, pero mi sensación es que los guionistas han construído historias de mujeres. Dicen hablar del amor, pero hablan de cómo aman las mujeres. Son ellas las que cortan el bacalao en las historias que se narran. Los hombre no pasan de ser unos pobres panolis que viven sus historias al ritmo que ellas les van marcando y, algunos, con traspiés tan notables como el que conté más arriba. Como justificación ante su amante para casarse con su nuevo novio, ella lo describe señalando los defectos de los que carece. No encuentra en él méritos positivos, pero como al hablar de hombres “la falta de descalificaciones no es nada frecuente”, se anima a casarse con él. Eso uno, el otro es un pobre exdrogadicto, exenfermo, extodo, que sólo se salvará por el ímpetu y la entrega que pone su pareja. E, incluso, el maduro, cabal y experimentado Freeman precisará de la ayuda de su esposa para poder superar sus traumas. Tampoco es que uno piense que las cosas pudieran plantearse de otra manera. Eso es lo que hay y lo que hemos vivido casi todos nosotros. Pero verlo representado tan explícitamente, agobia un poco.

En fin, ¿qué es el amor?, parece preguntarse la película. ¿Es una mala jugada que te hace la vida o es lo mejor que te puede pasar, aunque la historia pueda acabar mal? Aunque para ser políticamente correctos, todos responderíamos que lo segundo (el protagonista lo hace y yo, ciertamente, también diría eso), las historias que se cuentan no son muy optimistas al respecto. Y aparece al final, en boca de Freeman, una de esas frases que suenan como un latigazo: “el final siempre está presente desde el principio”. Pero eso es pasarse de listo. Y quebrar el principio de la “equifinalidad”: las relaciones acaban no en función de cómo comienzan sino de cómo van evolucionando. Esto es lo que las hace imprevisibles. Y divertidas.

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