viernes, diciembre 21, 2007

Los gremlis




“Son como gremlins, oí que le decía, y los hay buenos y malos, pero los malos pueden más”. Bueno, pensé, ahora mucha gente está dejándose influenciar por los anuncios. Esos de los conejicos de colores que parecen gremlis y que van saltando por la calle e inundándolo todo. Pero, a lo que pude ver, la conversación no iba por esos derroteros. Hablaba de sí misma, de la forma en que llevaba los problemas que se le iban planteando con sus amigos.
Y siguió contando. Tan alto que podíamos escuchar lo que decía en varías filas de asientos a su alrededor. Había tenido problemas con alguien, con quien mantenía una relación especial a lo que pude suponer. Y, por lo que se ve, discutieron. “Ya antes de la discusión, decía ella, estaba muy cabreada. Era como si hubiera ido agrupando y clasificando todos los agravios anteriores como para que no se me olvidara ninguno. Los gremlis malos habían hecho su trabajo a conciencia. Tenía infinitas cosas que reprocharle. Así que la pelea fue a cara de perro”. Pero según ella, por sintetizar, el hablar le vino bien. Muchas cosas que había interpretado en su contra no habían sido tan negativas o admitían otras interpretaciones menos agresivas. Sus sentimientos se fueron relajando y fue recuperando los afectos positivos perdidos. “Eran los gremlis buenos que, finalmente, tenían oportunidades de intervenir, le decía a su amiga. Y todo parecía más fácil. Ellos siempre se empeñan en hacerte creíbles las interpretaciones más favorables. Y, no sé cómo, es como si te curaran las heridas y te hicieran sentir bien. Hasta recuperé mis afectos positivos”. Así que la discusión acabó bien, supuse, y ella se fue encantada.
Un final feliz, pensé. Y me vinieron a la cabeza algunas frases célebres al respecto, sobre el valor de la conversación en las relaciones. Me acordé también de lo que yo les explico a mis estudiantes sobre la importancia de la metacomunicación (hablar sobre las propias relaciones para clarificar los malentendidos y reforzar sus aspectos positivos). Recordé también una frase que le había escuchado a José A. Marina en una charla: que los hombres vamos a una discusión con el propósito de salir ganadores de ella, mientras que las mujeres van a la conversación con el simple deseo de hablar y aclarar cosas. Muy ingenuo, el Marina, pero no vamos a entrar aquí en debates.
En fin, que parecía que la historia había acabado ahí, en una buena discusión terapeútica entre mi vecina de dos filas atrás y alguien. Y ya estaba a punto de concentrarme de nuevo en mi Sudoku cuando volvieron a aparecer los gremlins. “Quieres creer, le decía, que a los dos días, ya tenía mi cabeza igual de revuelta que antes de la discusión”. Vaya, pensé, así que no fue tan bueno el hablar. “Los gremlins, decía ella de nuevo, los malditos gremlis malos. En unas horas habían conseguido dar vuelta a todas mis convicciones y sentimientos. Empezaron por hacerme dudar de lo que me había dicho: parece mentira que le creas,me resonaba en la cabeza, te dice eso por quedar bien, pero las cosas no son así y lo sabes. Si lo que decía fuera verdad habría hecho esto y lo otro. A cada cosa positiva que yo había visto al hablar, ellos le buscaban la cara negativa. Y poco a poco las seguridades que había alcanzado se esfumaron. Y mi alegría y mis sentimientos fueron diluyéndose en la incertidumbre. Total que acabé igual de jodida que estaba antes de hablar”. Vaya, volví a pensar, ¿y dònde carajo estaban los gremlins buenos que no evitaron el destrozo? Pero, ahora sí, ya no supe más. Anunciaron que nos aproximábamos a Barajas y comenzaron a leer las puertas de embarque de los siguientes vuelos.

Me pareció imaginativa y un poco heterodoxa la explicación, pero muy cierta. ¿Quién no ha pasado por situaciones así muchas veces? En ciertas ocasiones, como le dejes dar vueltas a tu cabeza, incluso las cosas positivas (en lo que sabías, en lo que sentías) se vuelven negativas. Y resulta que son los jodidos glemlins. Parecen simpáticos (en las 2 películas que les dedicó Dante lo eran), pero son unos cabroncetes. De hecho, creo que la palabra gremlin viene del inglés antigüo y significa “hacer enfadar, mortificar a la gente”. Moscas cojoneras, en lenguaje de mi pueblo. Que la señora del vuelo a Madrid les atribuyera sus problemas relacionales tampoco es de extrañar. Ya lo hacían, en otro orden de cosas, los pilotos ingleses en la segunda guerra mundial, echándoles la culpa de las constantes accidentes que sufrían: “son unos animalillos, decían, capaces de sabotear cualquier tipo de maquinaria y que lo destruían todo”. Yo no los he visto, pero sí he sentido sus efectos. Y puedo asegurar que como te cojan en una época baja (que es cuando los gremlins malos se hacen fuertes) son una auténtica pesadilla pues te hacen dudar de todo y de todos. Hasta de ti mismo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

el cine tendría que volver a hacer peliculas coo los gremlis que tenian su encanto y poca violencia