domingo, diciembre 16, 2007

Las Irinas de la vida.


El frío sevillano hizo que una opción aceptable para cerrar un día de trabajo fuera el meterme en un cine y esperar la cena en condiciones agradables. Y me fui a ver Irina Palm, de Sam Garbarski. Es una coproducción de varios países europeos que acaba de estrenarse tras llevarse premios importantes en varios certámenes y a la que la crítica no ponía mal. Además, por la sinopsis que ofrecían parecía divertida.

La primera sorpresa fue lo malísimo que era el cine. Malo, pero malo, malo. Con decir que, no sé cómo puede suceder eso hoy en día, pero comenzaron la proyección por el 2º o 3er rollo de la cinta, lo que hizo que varios espectadores nos levantáramos furiosos para ir a avisar a la gente del local de la equivocación. Cuando llegaba yo a la oficina, ya salía de allí otra persona que se me había adelantado. ¡Parece mentira que hoy día pasen estas cosas, le dije resignado!. “Dígamelo a mí, me contestó, que además me he llevado una bronca como si el culpable de su incompetencia fuera yo por ir a avisarles”. No sé si, dada la temática del film, ellos pensarían que la gente iba allí a otras cosas y no se iba a enterar.

Se oía una fuerte discusión en la cabina. Y les llevó algún tiempo arreglar el desaguisado. Luego se estropeó el sonido que andaba desmadrado. Pero, finalmente, conseguimos iniciar la historia sin más sobresaltos. Una historia interesante, distinta. Provocadora desde el inicio. Maggie (Marianne Faithfull) una cincuentona, viuda desde hace años, que precisa conseguir dinero para que operen a su nieto, se ve metida en un sex-shop haciendo pajas (y con mucho éxito, a lo que se ve) a los clientes. El escenario es cutre a morir, las situaciones patéticas (incluído ese agujero en la pared por el que los clientes han de introducir su miembro) pero el clima que se genera a este lado del agujero es simpático e higiénico. La serenidad y madurez de la nueva pajillera lo va impregnando todo, incluído al frío y calculador proxeneta jefe (Miki Manojlovic ) que acaba enamorado de ella. Y entre medias, las complicaciones sociales derivadas del descubrimiento del nuevo oficio de la madre por parte de su hijo y de sus amigas, esto último, quizás lo más divertido del film. El momento en que ella, una señora inglesa respetable, cuenta a sus amigas, pijas y chismosas de profesión, que se dedica a “hacer pajas” a hombres es todo un espectáculo.

Me ha gustado mucho la figura de la señora. Silenciosa, apenada de su situación, avergonzada de su oficio, pero gran señora, al fin y al cabo. Capaz de transformar todo lo que encuentra a su paso, desde el tugurio y las actividades “atípicas” que debe realizar, hasta la gente con la que su nuevo oficio le pone en contacto, hasta a su grupo de amigas y a su propio hijo a punto de rasgar su matrimonio. Paracía una persona gris y es una fuente de vitalidad y energía que ennoblece cuanto toca. Damos poco valor, a veces, a esta gente (mujeres, sobre todo, pero también hombres) porque aparentan poco en el círculo social, porque llaman poco la atención, porque pasan por la vida como estrellas mortecinas (al menos en comparación con otras que derrochan kilovatios). Pero hay que ver qué fuerza interior tienen. Con qué entereza afrontan los problemas y con qué generosidad se implican en lo que haga falta. Sin remilgos. Mientras avanzaba el film iba pensando en algunas de esas personas, empezando por mis propios padres, con las que me he ido tropezando en la vida. Probablemente no acabaron con el “codo de pajillera” de la protagonista pero hicieron cosas no menos sufridas. E igual de importantes para nosotros. Y todo sin llamar la atención.

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