sábado, marzo 30, 2024

DÍAS DE BALNEARIO 2

 



Si vas a un balneario, pues ya sabes lo que toca: mucha agua. Pero si no fuera porque tenemos un río que pasa por debajo, un tiempo que alterna la lluvia con raticos de sol, y una humedad más que notable en el ambiente, tampoco daría para quejarse por lo del agua. El programa de baños dura solo una hora al día, así que es perfectamente asumible. En nuestro caso, aunque tuvimos un par de días iniciales con inicio un poco más retrasado, comenzamos a las 9 de la mañana y a las 10 estamos listos. Así que te queda todo el resto del día para montártelo a tu gusto. Tienes la pejiguera de los horarios de comida y cena (14:15 y 21:15 en nuestro caso), pero si te permites la licencia de comer o cenar fuera algún día (cenar menos, que ya no tenemos edad y luego hay que conducir de regreso), te queda mucho día del que disfrutar en paralelo a las aguas. Por eso, cuando se escoge balneario importa no solo el balneario sino su entorno, las cosas que puedes visitar desde él. Y en eso, nuestra elección de Cestona ha sido magnífica. Estamos en el Euskadi profundo y tenemos muchos sitios que visitar con pequeños desplazamientos.

Y así, entre baños mañaneros, paseos por parajes estupendos (por la orilla del río Urola), visitas a los pueblos del entorno (Zestoa, Azpeitia, Zumaia, Getaria, Zarauz, Oñate y Aránzazu, Itziar, Loyola, Azcoitia…), se han pasado los primeros 7 días de balneario sin darnos cuenta. Es lo que tiene estar entretenido, en buena compañía y con voluntad de resetear tu cabeza de las preocupaciones y temáticas en las que estás metido habitualmente. Ni prensa, ni televisión, ni ordenador, ni agobios… Volverán pasado mañana cuando regresemos a casa, pero estos días nos hemos liberado de ellos. Probablemente, esa es la filosofía de los balnearios: que el lavado externo que haces con el agua posibilite, también, un cierto lavado interno; que el relax que te producen las burbujas y los aerosoles acaben apaciguando las turbulencias internas de quienes lo necesiten.


 Para mí, además, volver a esta zona es como regresar sesenta y pico años después a los lugares en los que viví de estudiante con los pasionistas. Pasamos por Gabiria y Zumárraga, pero muchos de nuestros compañeros eran de los pueblos de esta zona y me suenan mucho de oírles hablar de ellos. Hasta pudimos compartir chacolí y comida con Joseba Zulaica en Getaria donde vive y celebrar con él y su esposa Goretti la Pascua en Itziar que era su pueblo. Una vuelta al pasado en lo que se refiere a paisajes, a escuchar el euskera en todas partes, a un tiempo revuelto, a los caseríos, a la gente…

7º día ya…pero bien aprovechados. ¿Qué decir de las aguas? Pues no sé, quizás haya sido lo menos novedoso del viaje, porque ya teníamos experiencias previas. Se comienza el día tomando un vaso de agua del manantial de los riñones (el chorro del manantial del hígado, está fuera de servicio). Baah!, sabe raro, pero sin ese toque sulfuroso que la hace intragable en otros lugares. Intentas armarte de fe (ya nos advirtieron de que la fe es conditio sine qua non para que sus efectos funcionen, al menos como placebo), la sorbes toda de golpe, la tragas sin pensarlo, esperas que se pose en el estómago y te deseas suerte. En eso hemos sido fieles y cada mañana hemos tomado una dosis generosa. Ahora a esperar.

Para los que hacemos el programa a primera hora (lo tienen muy bien planificado: cada media hora entra un grupo de 20 personas), la cosa va bastante relajada. Se trata de un menú de tres platos: sauna de vapor, aerosoles y piscina. Algunos comienzan por los aerosoles, pasan después al caldarium y finalmente a la piscina; nosotros comenzábamos por el vapor, seguíamos por aerosoles (que los había de dos tipos que se alternaban: de mascarilla y de piscina) y acabábamos en la piscina. 

 Lo mejor del programa hídrico, sin duda, la piscina final que contaba con toda una serie de posiciones con chorros o movimientos de agua variados y orientados a diversas partes del cuerpo: desde los chorros fuertes y directos para la espalda; hasta los chorros a diversa altura de forma que pudieras ir relajando desde las plantas de los pies, las piernas, los muslos, los glúteos (y anexos), la cintura, la espalda, los hombros, el cuello. Estaba muy bien la piscina y, al haber alternativas, tampoco te quedabas sin opciones. Había mucha rotación y casi todos pasábamos por todas las posiciones. Todo en tiempos marcados: 15 minutos en los dos primeros y media hora de piscina. Una horita en total. O sea que a las 10 estábamos listos. Claro que, después, teníamos que desayunar lo que te ponía en las 10:45. Y ya el día era todo tuyo hasta la comida (14:15), o hasta la cena (21:45) si decidías pasar de la comida colectiva.

El capítulo de las comidas en los balnearios es una cuestión que tiene su mandanga. Son muchas las lógicas que se cruzan en su planificación, y en todo el proceso de preparación, servicio de restaurante y atención a los usuarios (lo de clientes, aquí hace un poco de ruido, porque en realidad tú has contratado todo el pack del balneario en base a una lógica del ahorro y el patrocinio del IMSERSO: has pagado poco y eso te deja poco espacio para exigir). Lo primero que hay que decir de la comida es que es abundante. En eso no cabe protesta alguna. Y para comenzar por los aspectos positivos, tengo que señalar que, en mi opinión, lo mejor, sin duda, han sido los potajes y las verduras (alubias blancas, pintas, garbanzos, alcachofas, vainas…) y lo peor la carne y el pescado. Hay que entender que no es fácil preparar buen pescado para tanta gente y, menos aún, en un marco de limitaciones presupuestarias. El cocinero se ha lucido (dentro de lo que cabe en un balneario) en los primeros y ha quedado flojo en los segundos. Opinión personal, por supuesto, que la comida va mucho en gustos.

Pero más criticable aún que el cocinado, me ha parecido la secuencia de los alimentos, su adaptación a la edad de los comensales. ¿A quién se le ocurre poner secreto de cerdo, o solomillo de cerdo, o carne guisada para cenar a gentes cuyo promedio de edad puede rondar los setenta y pico años, muchos de ellos siguiendo dietas de colesterol o de cualquier cosa? Incluso la cantidad, que antes valoraba positivamente, vista desde la edad del colectivo IMSERSO, me parece desmesurada. Claro que el cocinero pensará que cada uno aguante su vela, que él bastante hace con dar de comer a toda la tropa con el presupuesto que le dan. Y que el que tenga que cuidarse que se cuide, que ya no somos niños. En fin, ahora que las escuelas y hospitales están obligados a contar con dietistas, no vendría mal que hubiera alguien con conocimientos de alimentación en la edad madura para orientar el trabajo de cocina de los balnearios.

En cambio, hay que alabar al cocinero la puesta en marcha de una estrategia que dota de mayor sostenibilidad a todo el proceso. Cada día en el desayuno debías marcar tu elección en la propuesta de comida que te hacían para el día siguiente. Te ofrecía dos platos para elegir uno (tampoco es que la oferta sea muy grande, la verdad), pero así ya sabía él de víspera que cantidades o porciones necesitaba de cada cosa y eso evitaba que sobrara de algo, mientras faltaba de lo otro. Luego no permitía cambios, y si te habías equivocado o veías que el otro plato te apetecía más, te aguantabas. Eso me pareció muy bien. Justo.

En fin, ya se puede ver que irte de balneario es meterte en un sistema de vida complejo. Como en alguna de las posiciones de la piscina, los balnearios son un sistema de chorros que te van atacando a diversas partes de tu organismo: a los músculos, al estómago (y al peso), a la cabeza, al corazón (por eso los paseos). Y a más cosas, seguramente, pero a eso me referiré en otra entrada.

 

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