viernes, marzo 08, 2024

LA PROFESORA DE PARVULARIO

 



Nuestro ciclo de CINEDUCA siguió ayer con la película “La profesora de parvulario”, una película estadounidense del año 2018, dirigida por Sara Colangelo que es, también, autora del guión. En realidad, la película es el remake de otra película israelita cuatro años anterior, dirigida por Nadav Lapid y que en España se ha distribuido con el mismo título. La que vimos nosotros fue la americana.

Está protagonizada por Maggie Gyllenhaal, que lleva a cabo su complejo rol de profesora obsesiva con un registro de matices extraordinario. Y le acompaña en su papel de niño prodigio, Parker Sevak, un chavalito de 5 años que está fantástico y natural. Es una película de interiores con buena fotografía y un ritmo muy ajustado a los diversos momentos por los que transita la historia.

Se trata de una historia sencilla, lineal, nos decía Inés Iglesias que actuó maestra de ceremonias, sin enigmas que resolver. Y es cierto, aunque todo va in crescendo a medida que avanza el metraje, que la historia es simple y sin ramajes. Una profesora de niños y niñas pequeños, a la que le gusta la poesía, aunque se siente insegura de su vena poética. Ella descubre que uno de los niños de su clase es capaz de crear poemas. Y ahí se une el hambre con las ganas de comer y ella comienza a dar pasos errados que la meten en un callejón de muy difícil salida.

En realidad, no hace falta recordarlo, esto es cine.  Y los guionistas precisan de dosis de morbo y suspense con que atraer e involucrar a los espectadores. Una historia simple y amable no lo conseguiría. Y así es como, en este caso, trazan una historia llena de imaginación y desmesura. Cabe suponer que eso la hace más atractiva, aunque, desde luego, la convierte en una historia menos natural y creíble.

Los niños no suelen entrar en trance y, si lo hacen, tienden a perder la cabeza más que a construir poemas. Y, si por arte de magia lo consiguieran, luego no serían capaces de recordarlos como si su cabeza no solo emanara palabras, sino que las grabara para posteriores búsquedas. Pero estamos en el cine, y la condición básica que el cine exige es que entres en el juego, que te metas en la historia que te están contando.

Lo que sí resulta creíble es Lisa, la profe, que aparece desde el inicio como una persona segura y competente en su papel de profesora, pero muy insegura en su deseo de ser poeta. Una persona como ella, con esa necesidad de ser reconocida como poeta, sí puede derivar su proceso obsesivo hacia conductas anómalas. Y la actriz Maggie Gyllenhaal convierte en creíble ese proceso. Alguien como Lisa sí puede caer en ese barranco de despropósitos, puede, incluso, racionalizarlo, elaborar mentalmente un plan,  marcarle fases, diseñar la estrategia.

Pese a todo, Lisa, la profe, nunca deja de ser una buena profe. Se le va la olla en un momento determinado, pero a la larga resulta perdonable. Con los niños en general es muy cariñosa y se toma su trabajo con responsabilidad. Incluso su relación obsesiva con el niño poeta es buena en su inicio, quiere lo mejor para él (aunque en eso hace una falsa trasposición de lo que es bueno y busca para ella a lo que sería bueno y deseable para él). Pero en ningún momento da la impresión de que el niño corriera peligro alguno. Acaba respetando su autoría como poeta, lo lleva a declamar, aunque ello signifique destrozar su reputación engañosa, lo cuida y busca que esté bien durante la huida. Incluso en los peores momentos, cuando ya todo está perdido y es consciente de su delito, le da al niño la dirección correcta del hotel y la habitación donde están. En ningún momento hay amenazas, ni maltrato, ni descuido. Su corazón de educadora es incapaz de controlar a su cerebro desbocado, pero no le permite romper la relación de cariño y cuidado que toda maestra de infantil mantiene con sus niños y niñas.

 La película la vemos en el marco de un ciclo de cine educativo sobre profesorado y ahí quisiera volver. Como ya ha sucedido en las dos películas anteriores (Profesor Lazhar y Taller de escritura) lo que siempre se nos pone delante de la vista es que la condición de profesor o profesora se encarna siempre en el cuerpo y la mente de una persona con creta. La persona que cada uno/a es, siempre está bajo el ropaje del profesor (o el de padre o madre): no se deja de ser lo que se es cuando uno se viste y ejerce de educador. La Lisa, profesora de parvulario, es una buena maestra con una vida personal y familiar complicada. De alguna manera, el vacío que ella siente en la esfera de lo personal pretende compensarlo con la búsqueda de su desarrollo creativo como poeta. Y no le resulta fácil. Y en esa crisis de crecimiento personal, tropieza con el chollo de un niño poeta. Y comienza a mezclar lo personal y lo profesional, y a compensar sus problemas personales con la fortuna sobrevenida del niño poeta. Y pierde los papeles, porque los criterios profesionales difícilmente sobreviven cuando lo personal se desmadra y descontrola.

A partir de ese momento todo su saber profesional se va desmoronando: desatiende a los otros niños para atender al niño poeta; su relación y vigilancia sobre el niño y su familia se convierte en tóxica; olvida la poesía como valor educativo y se apropia de ella para utilizarla en su propio beneficio; y, en su locura, pretende apropiarse del propio niño. Una locura que, pese a todo, está limitada por el cortafuegos de su vocación educativa. Y en sus momentos de lucidez aún sabe dar pasos que la rescatan, siquiera sea momentáneamente, del desastre: lleva al niño a declamar, le reconoce la autoría de los poemas, vuelve a pensar en él y en su futuro y no en su propio provecho.

Por lo demás, la peli nos muestra una bonita escuela infantil con sus rutinas diarias, su piscolabis de verduras a media mañana, sus fichas de letras, sus siestas milagrosas, sus trabajos de grupo. ¡Qué pena que una profe tan cariñosa y creativa, ante el milagro de un niño poeta en su clase, no hubiera decidido hacer de la poesía (que, además, a ella le gustaba y se le daba bien) uno de los ejes de su trabajo con los niños! Ella se hubiera sentido feliz, luciendo como poeta ante ellos y se hubiera ganado ese reconocimiento del mundo literario que tanto buscaba como una profe capaz de lograr que niños de 5 años disfruten de la poesía y sean capaces de crear sus propios poemas.

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