martes, marzo 05, 2024

EL PROFESOR LAZHAR




Ayer comenzamos el nuevo ciclo de cine educativo CINEDUCA que organiza anualmente el Ateneo de Santiago de Compostela. Para este año hemos seleccionado media docena de películas que tienen como eje de conexión la figura del profesor/a. Obviamente, la educación está constituida por múltiples dimensiones, pero entre todas ellas, junto a la de los estudiantes, destaca la presencia del profesorado con sus diversos perfiles, su forma de actuar, su mochila de condiciones personales, su formación, su salario…

Comenzamos el ciclo con este film canadiense del 2011, dirigido por Philippe Falardeau, que es también su guionista. Está protagonizada por el actor argelino Mohamed Fellag (que es quien carga con casi todo el peso de la película). No es un actor conocido entre nosotros (al menos para mí), pero por lo que nos explicó José Manuel en la introducción, sí es conocido en su país como actor cómico. Y, aunque no sepamos sus nombres, son muy de destacar varios de los niños que forman parte de su clase y que llevan sus personajes con una notable y espontánea sinceridad. Se hacen muy creíbles en el marco de la historia que representan.

De los méritos de la película son buena expresión la cantidad y relevancia de las nominaciones de las que ha sido objeto en el año 2011, incluyendo la Nominación por Canadá al Oscar a la mejor película extranjera de habla no inglesa. Premio del público en Locarno; mejor película canadiense de ese año; mejor guión en la Seminci de Valladolid. Una buena película, por tanto, para iniciar nuestro CINEDUCA 2024.

La historia, basada en una obra de teatro, se inicia con el suicidio de una profesora en un colegio y lo que va desarrollando es el impacto que ese hecho tiene en la institución y los niños. Su vacante la cubre una persona proveniente de Argel y que dice de él mismo que tiene experiencia como profesor en aquel país. La urgencia del proceso hace que su incorporación sea inmediata y es esa combinación de profesor nuevo y culturalmente lejano, por un lado, y proceso de duelo colectivo por la pérdida de la profesora, por el otro, lo que permite construir la malla argumental de la historia.

Obviamente, la muerte en tan trágicas condiciones de una profesora, produce un seísmo tanto institucional como personal. Todos se cuestionan cuál fue la causa y se preguntan si pudieron influir de alguna manera en que las cosas fueran como acabaron siendo. Podría pensarse que la llegada de un nuevo profesor ayudaría a calmar los ánimos y eso es lo que parece suceder inicialmente, aunque poco a poco aparecen disonancias y conflictos porque el profesor nuevo también tiene a sus espaldas una mochila cargada de experiencias vinculadas a la muerte que él vive de otra manera, con otra mirada. Y, también, porque siempre está subyaciendo a la aparente normalidad cotidiana, la enorme anormalidad de que una profesora se ha matado. Cada profe y cada niño lo viven de distinta manera, pero algunos de ellos lo tienen metido como un cáncer en su alma (sobre todo los niños) que no hace sino descontrolarlos y llevarlos a conductas descompensadas.

 Por lo demás, la vida del colegio va bien. El Sr. Lazhar, pese a que no da muestras de grandes dotes pedagógicas y utiliza metodologías antiguas, va haciéndose poco a poco con la clase. Se le nota una cierta prestancia personal, como si fuera alguien que ha vivido mucho y sabe de qué va eso de vivir y morir. Ejerce, además, su papel como profesor con ese toque de auctoritas que tenían los viejos profesores. Pero hay cosas que él no lleva bien en el colegio:

-          - que no se pueda tocar a los niños como si fueran entes frágiles (él es más de un cachete o un abrazo a tiempo).

-         - que se estén constantemente lamentando y culpabilizándose con la muerte de la profesora. Le parece injusto que se preocupen tanto por ella, que la echen tanto de menos, cuando fue ella la que los dejó, la que organizó su muerte de esa manera…

 

Uno acaba por empatizar con él y con las ideas que va introduciendo poco a poco en la vida del cole: que esos acontecimientos dejan heridas que quedan en el alma que precisan atención y hablar de ellas (él también tiene las suyas que curar); que la clase es un hogar (y deja de tener sentido eso de no tocarse); que todos tenemos una vida por detrás que orienta nuestra forma de ser (nuestra mochila); y que, pese a todo, la vida es bella y merece vivirse.

Interesante, también, la dinámica de los padres de familia; sus incomprensiones, sus prejuicios, la sensación de que los educadores les roban espacio (“usted instruya a nuestro hijo, pero no lo eduque”). Lo habitual, por otra parte.

El final, con ese requiebro legal que lo desautoriza por falta de titulación como profesor, podría sobrar. No añade nada nuevo a la historia. Lo que nunca podría faltar es ese abrazo final, porque expresa todo el reconocimiento que esa niña le hace al Sr. Lazhar, a su esfuerzo y cariño, no a su título.

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