Blue Jean es una película inglesa del 2022. Está dirigida por Georgia Oakley, que es también la autora del guión. Tras un par de cortos, este es su primer largometraje, que ha sido recibido con grandes halagos, nominaciones y premios. Está protagonizada por Rosy McEwen, una joven y preciosa actriz que cumple perfectamente con su papel de profesora lesbiana sumida en los incontables dilemas que supone compatibilizar su identidad personal y su oficio docente.
Técnicamente la película está bien. La fotografía se regodea en escenas de sexo lésbico, como para dejar bien sentado su propósito de reafirmación feminista. La música (y el sonido en general) es fantástico y logra hacerte sentir dentro del ambiente que en cada momento vas viendo en pantalla: erotismo, tensión, agobio, confusión. Sonido y ritmo se van combinando para mantenerte atrapado. Me ha parecido espectacular ese rumor machacón e insistente (como si fuera el resoplar ensordecedor de una gran fábrica siderúrgica), que acaba taladrándote el cerebro y que venía a contarnos la enorme confusión mental por el que estaba pasando en ese momento la protagonista, incapaz de ver la luz en el pozo de contradicciones y movimientos erráticos en el que se había sumergido.
La historia que Georgia nos cuenta es hermosa y dramática a la vez. Situada históricamente en la época de los 80, con Margaret Thatcher en el poder, no resultaba fácil ser profesora siendo homosexual. La libertad sexual aún era incipiente en la sociedad, pero resultaba impensable en el contexto escolar. La homosexualidad era considerada algo inmoral y causa de despido inmediato de la profesión docente. Y esa era la batalla que le tocó pelear a la protagonista. Una batalla imposible de ganar y que, por tanto, exigía estrategias permanentes de disimulo, cuando no de negación explícita.
Así es que la protagonista se ve en la necesidad de establecer una barrera rígida entre su mundo personal y su mundo profesional. En el primero vive su vida a tope (la película es un permanente canto a la sororidad como amalgama defensiva para las mujeres homosexuales) y para el segundo construye su personaje como profesora a la medida de lo que la cultura escolar le exige. Pero no es una dicotomía demasiado compatible y eso la hace caer en constantes contradicciones. Ambos mundos se condicionan mutuamente: su novia no entiende que lo que vive con ella haya de quedar al margen de su espacio profesional; y ella vive con angustia que alguien de su familia o de su profesión pueda enterarse de lo que es su vida fuera de la escuela. No es fácil sobrevivir en ese conflicto permanente.
¿Qué tiene que ver esta historia con el ciclo de cine educativo en el que la hemos incluido? Desde luego hay más escenas de sexo y ocio homosexual que de enseñanza, pero ello no es óbice para que la protagonista de ambos tipos de situaciones sea una profesora que ha de construir desde ellas su propia identidad, como persona y como docente. Probablemente esa identidad de doble cara se produce en casi todas las profesiones. Dados los tiempos que corrían en los 80, tampoco le resultaría fácil a Jean ejercer su trabajo como médica en un hospital o como funcionaria en una oficina, pero con seguridad, la pelea por ser ella misma se desarrollaría de forma menos dramática en esos escenarios. La película comienza recordando que en aquellos años (1988) se discutía en el Reino Unido la aprobación de la Sección 28 que tenía que ver con el rechazo a la homosexualidad sobre todo en educación (porque se suponía que en el profesorado homosexual podría influir en blanquear una identidad de género confusa y promover la homosexualidad). De hecho, la norma se aprobó y estuvo vigente hasta final de siglo. Y no sé si las cosas han mejorado en exceso desde entonces. Carmen Fernández Morante, que fue quien dirigió la sesión, nos decía que los discursos cambian, pero la forma de afrontar estos problemas sigue permaneciendo.
Obviamente, la combinación de homosexualidad y escuela no afecta solamente al profesorado. También los estudiantes han de sobrevivir en ese contexto complejo en lo que se refiere a la identidad sexual. Y la película incorpora una trama paralela referida a una estudiante que vive su propio calvario. Cuando ambas tramas se mezclan es cuando las contradicciones se hacen más fuertes y ambas, profesora y estudiante, comienzan a chapotear en un oleaje que amenaza con destruirlas a ambas.
En definitiva, es una película que nos ayuda a entender la complejidad de ser homosexual en una cultura académica heterosexual. Nos pone ante los ojos el pozo de soledad e incomprensión en el que pueden caer tanto profesores como estudiantes LGTBI. Y si nuestro bienestar personal está en relación directa con la positividad de las relaciones que mantenemos con los otros (que nos conozcan y reconozcan, que nos apoyen, que nos hagan sentir bien), está claro que la situación de quienes se salen de la homogeneidad establecida es penosa.
Para la estudiante parece que resulta más fácil salir del armario, pese a la difícil posición en que ello le sitúa frente a sus compañeras (que la acosan con posturas de bulling y menosprecio). A la profe le agobia más hacerlo por las consecuencias profesionales que le acarrearía, pero finalmente lo logra en su vida extraacadémica. Y ser capaz de decir “soy lesbiana” lo vive como un climax personal, como un estallido de salud y alegría al estilo de quien abre una botella de cava. Ella salta y grita y se ríe mientras en el fondo de la pantalla, la Oakley nos muestra unos caballos salvajes que corren libres por el prado.
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