Ya llevábamos tiempo con la chirrinta de volver a un balneario. Habíamos estado en el de Fitero, Navarra, hace varios años y nos pareció una experiencia bonita, saludable y barata (contando con el IMSERSO, claro). Así que volvimos a solicitarlo este año, en conexión con Juan Manuel y Celia. Y, pese a que no es fácil pues son muy demandados, lo conseguimos en Cestona, Guipúzcoa. Y, aunque cuando lo supimos, allá a primeros de Febrero las fechas parecían lejanas, también en este caso el tiempo se aceleró y en cuatro días nos hemos puesto en las fechas marcadas. Así que hubo que ponerse a apañar las maletas y organizar la llegada a buena hora al balneario. Cestona (Zestoa, en euskera) queda lejos de Galicia (600 y muchos kms.), así que salimos de víspera (ellos, desde Madrid) para encontrarnos en Vitoria y, desde allí poder estar a las 10 de la mañana en el balneario. Todo salió según lo planificado y a las diez de la mañana estábamos en la recepción del balneario para iniciar una nueva aventura de hidroterapia.
Los trámites fueron rápidos. Nos señalaron nuestros horarios de tratamiento y, como las habitaciones no te las entregan hasta media mañana, nos mandaron al reconocimiento médico que es como empieza el programa de balnearios. Fue un momento gracioso. El Dr. del balneario no responde a los patrones clásicos de los médicos: pelo largo y rizado recogido con una cinta, mirada juguetona entretenida en detalles ajenos a quienes estábamos con él, competencias justitas en el manejo del ordenador que parecía ponerle palos en la rueda del trámite inicial (se empeñó en que yo venía de Málaga), y con escaso recorrido en lo que se refiere a geografía de España (cuando le confirmé que no venía de Málaga sino de Santiago de Compostela, él comentó: “Ah, sí, ese pueblo con una iglesia grande, verdad?”. Para nuestra ficha le bastaron con las pastillas que tomábamos. Me preguntó si controlaba los esfínteres (lo que me jodió bastante por lo que suponía de la idea que se había hecho de mí; aunque, pensándolo bien es una pregunta relevante tratándose de sesiones que se hacen en piscinas). Todo lo demás lo atribuyó a la edad y salvo recomendarnos que fuéramos a la sauna intermedia (que luego resultó que no era sauna sino baño turco y que no había nivel intermedio), cualquier otro problema lo atribuyó a la edad y nos dio el visto bueno para iniciar los baños. Todo un personaje, el doctor.
Tras un paseo hasta el pueblo y por el pueblo (a kilómetro y pico del balneario), un vermut y un pincho en la plaza del pueblo, volvimos de nuevo al balneario, nos dieron la habitación y, cuando llegó la hora de comer (escogimos el 2º turno: comida 14:15; cena: 21:15), allá fuimos al comedor, un espacio espectacular del SXVIII, en forma de ábside ovalada con grandes ventanales de vidrieras. Conserva todo el glamour y la belleza de su origen, aunque está necesitado de algo más de mimo en su conservación y puesta al día. Pero da gusto comer allí. Todo está muy organizado en el comedor: te debes sentar siempre en la misma mesa; tienes un número según tu posición en ella, y cada mañana en el desayuno debes escoger y anotar la comida que deseas (entre los platos que te ofrecen, claro) para la comida y la cena del día siguiente. Así que una vez que te asignan la mesa, ya sabes dónde y con quien vas a comer y cenar los diez días de tu estancia en el balneario. Como nosotros íbamos 4, todo fue más fácil. Nos sentaron juntos y aquí paz y después gloria.
Por la tarde, me tocó viajar a Pamplona para visitar a mi hermano Ramón,
convaleciente de su último derrame en la clínica San Juan de Dios. Lo encontré animoso y
con ganas de marchar de nuevo a casa. Ramón es reincidente en este tipo de
situaciones que a otros nos destrozarían vivos, tanto en lo corporal como en el
ánimo, pero él abusando de optimismo e inconsciencia hace como que no va con él
y trata de regatear a la suerte y dar esquinazo a los pronósticos. Por ahora le
ha ido bien (bueno, no le ha ido fatal, que
tampoco se puede decir que le
haya ido bien). Lo bueno es que ya está mejor y que en dos días volverá a su
casa y este último trance se quedará en solo un mal sueño.
También me tocó a mí desafiar al destino en un regreso de Pamplona a Zestoa más bien complicado: noche, lluvia, tráfico intenso y acelerado, mucho frío. Afortunadamente, la carretera es buena y si consigues tener templanza para no agobiarte por la presión de los coches y camiones que van con prisa, se te hace largo pero, al final, llegas. Nosotros llegamos para la cena y ahí comenzaron, realmente, nuestros 10 días de balneario.
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