lunes, diciembre 29, 2008

Fuerteventura


He de confesar que inicié esta aventura de irse de vacaciones en navidades lleno de reticencias. No era la primera vez, hace dos años nos fuimos a Estambul, pero esta vez más que de turismo (ese turismo agotador de tantas cosas que ver, es decir, como en la vida diaria) parece que venimos de ejercicios espirituales. O tántricos cuando menos. Todo el mundo que conoce esto me ha advertido que aquí no hay nada que hacer, salvo ir a la playa y relajarse. Quizás sea un cambio demasiado brusco para mí, me he ido repitiendo estas últimas semanas. Pero me apetecía mucho romper el invierno con una semanita de sol y playa. Otras veces lo he hecho en Brasil y molaba. Algo así esperaba yo de Fuerteventura.
Y en esas estamos. Sólo que lo de romper el invierno hay que relativizarlo porque aquí hace frío. Los termómetros marcan 20 grados pero hasta la gente más fornida va con su chaquetica. Así que de playa, salvo pasear y, como mucho, mojarte los pies, nada de nada.
Fuerteventura es un gran arenal. Al menos en lo que hemos visto hasta ahora. Las vistas son espectaculares, desde luego. Estamos en Morro Jable, en un hotel a pie de playa, disfrutando de ese soniquete ininterrumpido de las olas y con una terracita a la que no llega la arena de milagro. Con una vista impresionante de una playa que no acaba nunca. Todo un privilegio. No me extraña que la gente de tierra adentro sienta que esto es una maravilla. Lo es, desde luego, aunque para quienes podemos disfrutar de los mares gallegos a pie de casa resulta menos novedoso.
En todo caso se está bien. Un poco aburrido eso sí, porque, a falta de un sol playero, hay pocas alternativas. Aparte de que, calculo, los primeros días son los peores, pues uno ha de pasar por la desintoxicación necesaria de sus barullos cotidianos. Se te cae el mundo encima cuando te ves a las 5 de la tarde y sin una programación por delante. Has de reconstruir todas tus rutinas. Son las 6 y yo ya he abierto dos veces mi correo, he entrado en la web de la Universidad y hasta me he comprado por Internet un billete de avión para final de mes. Tengo todos los síntomas de que he iniciado mi particular “mono”. No me quejo, todavía es lunes y uno ha de darse su tiempo.
Tengo la ventaja de que nos hemos venido con mi amigo Luis, el psicoanalista. Así que si me da un ataque de ansiedad me bajaré al sofá de su habitación para que me reajuste los anclajes.
Pues eso. A falta de sol tendremos paseos por la playa. Y a falta de otra cosa que hacer (volver a los trabajos convencionales me parecería muy poco adecuado y hasta de mal gusto) aprovecharé para leer y disfrutar de la compañía.
Y, como no hay mal que por bien no venga, puede que hasta el blog se beneficie de este superávit de tiempo y energía desaprovechada.

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