sábado, diciembre 27, 2008

Australia


Esta vez no teníamos escusas y nos fuimos al estreno de Australia, la nueva peli de Baz Luhrmann. Ya la venían anunciando desde hace meses y los “traillers” resultaban prometedores. Y con el frío que hacía en Santiago, no había opción (honesta) comparable. Pues allá nos fuimos, a disfrutar casi tres horas de los amores y sinsabores de Nikole Kidman y de Hugh Jackman en un escenario maravilloso y en el marco de la visión épica de unos guionistas que tratan de reconstruir los difíciles momentos que anteceden a los bombardeos de la segunda guerra mundial en Darwin.
La historia viene contada por un pequeño y simpático indígena mestizo (que no es blanco ni es negro, quizás por eso le llaman Nullah, "Nada", y a quien la sociedad bien pensante del lugar se siente en la obligación de internar en centros para reeducarlos de forma que pierdan esa parte negra de su herencia biológica). Pero, de todas formas es una historia compleja, muy construida ad hoc. Uno tiene la impresión de que los guionistas hicieron primero una especie de torbellino de ideas para ver qué tipo de cosas deberían entrar en una historia que quiere ser una representación condensada de la “historia global” de Australia e, incluso, de la humanidad. Tiene que haber de todo, se dijeron: gente buena y genta mala (y que se les distinga con facilidad); indígenas y extranjeros; curas y militares, ricos y pobres, paisajes de ensueño; amores y guerras, comedia y tragedia; realismo y magia. Alguien ha dicho que el film Australia quería ser como “Lo que el viento se llevó" del S.XXI. Eso debieron pensar los guionistas cuando se pusieron a la tarea. Después sólo había que encajar las diversas piezas del puzle. Lo han logrado sólo a medias. Se notan en exceso las costuras. Y al final resulta una historia excesivamente abigarrada. No tanto por los personajes que son muy lineales y previsibles cuanto por la historia en sí.
Con todo, Kidman y, sobre todo, Jackman están impresionantes. Ella un poco más rígida en su papel. Él derrochando humanidad y poderío. Muy natural y creíble el pequeño indígena Brandon Walters. Los paisajes, como era de suponer, impresionantes: cañones, desiertos que se convierten en grandes pastizales verdes, secarrales que acaban siendo lagos en la época de las lluvias, diluvios que hacen renacer la vida. Y en medio de esas maravillas de la naturaleza, las maravillas de la vida: el ganado y sus desplazamientos; los peligros constantes de la vida en el campo, los contrastes entre la vida indígena y la occidental, entre ricos pijos y pobres, entre la buena sociedad y la masa.
No se hacen largas las dos horas y tres cuartos que pasas a oscuras. La historia está bien trabada y con su punto de suspense en cada secuencia. Técnicamente, el film es muy bueno y posee una estructura narrativa muy bien diseñada. Lo que menos me gustó fueron las escenas de guerra, aunque entiendo bien que para un director como Luhrmann era todo un desafío. En cambio, la estampida del ganado y la cabalgada para evitar que se fueran por el precipicio fue un auténtico placer estético.
Pude conocer Australia hace unos años, aunque menos de lo que me gustaría. Me gustó tanto (Sydney sigue siendo para mí la ciudad más bella del mundo) que todo lo que tiene el film de documental de aquel continente me parece maravilloso. Casi seguro que va a provocar toda una oleada de turistas hacia allí. Al margen de sus bellezas, por razones profesionales, he ido siguiendo, también, en los últimos años el gran esfuerzo de aquel país por recuperar las culturas indígenas. Ese compromiso se nota también en el film. De una forma demasiado superficial, probablemente. No habría que mezclar lo indígena con la magia, ni identificarlos con esa figura demasiado original y carismática del hechicero omnipresente. Pero me ha parecido importante la importancia que dan a la “travesía”, a ese periodo de iniciación a la edad adulta que el niño ha de hacer con su abuelo. En el fondo, es incorporarse a la propia cultura, volver ella para hacerse “hombre”. Si no lo hace, se repite varias veces, “no tendrá una historia propia, no tendrá sueños”. Preciosa forma de sintetizar el valor de la cultura: te da historia (te une a la historia de los tuyos) y te permite soñar. Lindo también el poder de la música. “Yo cantar para tu venir”, dice Nullah, el pequeño indígena, en varias ocasiones. Y, efectivamente, la música está presente en todo el film como un arcoiris hermoso que los une y los dirige. De hecho, es la música la que permite que el barco con niños que huyen del bombardeo pueda llegar a puerto.
Y, como siempre, dentro de la macro historia que quiere contar la película, nos encontramos con muchas microhistorias muy interesantes. La forma en cómo se construye el enamoramiento entre los dos protagonistas es muy interesante y romántica. Las luchas de poder y ambiciones (porque “el orgullo no da poder”), con sus correspondientes dosis de corrupción, que se suceden a lo largo de la historia son más de lo mismo a lo que nos tiene acostumbrados el cine. La relación de los indígenas con sus muertos resulta entrañable: ya no podemos decir más su nombre. Pero de todas ellas, destacaría la que más angustia produce (seguramente porque llueve sobre mojado entre nosotros ahora que estamos en esa fase de recuperación de la memoria histórica): ese robo de niños mestizos para internarlos en una institución religiosa que debe reeducarlos. La “generación robada”, dice el film. Y aunque sucediera hace ya mucho tiempo uno no puede por menos que escandalizarse de que cosas así hayan podido suceder. Y apoyadas por la Iglesia y los médicos (las frases frías del doctor aludiendo a la necesidad de borrar su parte negra, producen escalofríos).
Bueno, pues esto fue Australia en el día del estreno. Interesante película. Acaparará varios oscars, sin duda.

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