martes, diciembre 02, 2008

¡Cuánto tiempo sin escribir! Y debe ser verdad aquello de que cuanto más lo dejas pasar, más te cuesta reiniciarlo. Esto del blog es como un amante. No puedes descuidarlo porque la cosa se enfría. Y luego cada vez te llama menos el hacerle confidencias. En fin, mejor tarde que nunca.

La cuestión es que también necesitaba airearme un poco. Y dejar pasar esa necesidad de "tener que cumplir" con la receta diaria o casi diaria. Pero lo echaba de menos. Me encanta eso de escribir y de contar (contarme) cosas. Cuando no tengo esta salida parece como si me sumergiera en una crisis de apatía. Te pones tras una barrera y vas dejando que las cosas pasen sin más. Sin contarlas que es casi como sin vivirlas. Bueno, a ver si comenzamos de nuevo aprovechando que el avión en que debo regresar a Santiago se ha retrasado de nuevo. Esto de la T4 es para mí como una musa. Tienes que pelearte con los ordenadores de la sala VIP porque casi ninguno funciona pero parece que la espera me estimula.

Ha sido una semana intensa. Con un pelín de drama si no fuera que todo ha acabado bien. Partí el día 21 para México en un viaje bastante accidentado: el avión se retrasó dos horas y, para colmo, no pudimos aterrizar en el D.F. por niebla y nos desviaron a Acapulco (¡7 horas perdidas!). Total que debía haber llegado a Puebla sobre las 10 de la mañana y llegué a las 7 y pico de la tarde. Como allí son muy generosos y de comidas largas, aún pude llegar antes de que se levantaran de la mesa y saborear las viandas que me habían reservado. De Puebla a Monterrey al día siguiente (con la emoción añadida de que la compañía aérea con la que había comprado el billete quebró una semana antes y tuvieron que buscar otro billete a toda prisa). Pero llegué bien a Monterrey y la conferencia que tenía allí salió muy bien. Pero para no decayera el nivel de estrés, el vuelo que debía tomar para San Luis lo cancelaron. Así que vuelta al hotel y a esperar otro vuelo a la mañana siguiente bien temprano. Éste sí salió, no sin antes decirnos el piloto, una vez en la cabecera de la pista, que debíamos regresar a la plataforma porque habían detectado problemas técnicos en el aparato. ¡Glub! El fantasma del accidente de Spanair volvió a aparecerse. Dí tú que éste era un avión de hélices y resultaría menos dramático caerse al comenzar el vuelo. En fin, al final llegué sano y salvo a San Luis Potosí. Bueno, no tan salvo pues en el trayecto perdí mi teléfono móvil. Me dí cuenta en cuanto llegué al hotel pero para entonces ya se había marchado el avión y lo dí por perdido. Creo que fue ahí donde la mala suerte comenzó a torcerse y volverse buena. Me encontraron el móvil y lo recuperé al día siguiente (se ve que las limpiadoras funcionaron bien). Dos días y medio en San Luis con tres intervenciones para tres instituciones distintas. Las tres estupendas (y no porque fuera yo). Quedé contento y ellos también. San Luis volvió a enamorarme, la ciudad estaba preciosa (las placitas repletas de gente disfrutando del solecillo vespertino), los anfitriones atentísimos y cariñosos. Hasta comí bien esta vez. No se puede pedir más a un viaje.
Y de San Luis al D.F. En plena calle Insurgentes. Un lujo. Y efectivamente la suerte fue cada vez en aumento. En contrarte con gente que te admira, que ha leido tus libros, que te ven como alguien que ha sido muy importante para ellas, que te tratan como si fueras de la familia ha sido todo un placer. Se notaba que estaba entre educadoras. Tienen ese algo especial que te atrapa. Sólo puedes rendirte. Y eso hice. Y pasé un par de días entre nubes con ellas. Hasta pude asistir a un espectáculo folklórico mejicano en la comida de despedida. Bastante malillo, la verdad, salvo el mariachi, pero estuvo bien poderlo disfrutar. La otra alternativa era Madona que también andaba por allí, pero no hubo posibilidad porque perdería el vuelo. En fin, fue un buen regalo de despedida.

Y nada, una vez corregidas las coordenadas de la suerte, todo fue saliendo muy bien. El vuelo de regreso salió y llegó en hora. Pude tomar el vuelo a Santiago y llegué a casa con el tiempo justo para salir a cenar a casa de unos amigos.

Entre tantas cosas buenas, ya sería raro que todo saliera bien. Y no salió. Al día siguiente era lunes y yo tenía clase a las 9,30 y gimnasio a las 8. Pues ni madres. Me quedé dormido y desperté a las 10,30. Me levanté como un poseso y en 10 minutos ya estaba en la Facultad, pero obviamente, los estudiantes ya se habían largado. Así que fue un mal comienzo.
Eso ayer, lunes por la mañana. Por la tarde tuve que volar, de nuevo para Madrid pues hoy martes, tenía una jornada completa de trabajo con profesores de la Politécnica de Madrid. Me dió tiempo para cenar con mis amigos Jesús y Juan Manuel. Y hoy ha sido jornada intensa. Pero ha salido muy bien.
Y ya estoy de nuevo aquí en el aeropuerto, esperando que nos llamen a embarcar (otra vez con una hora de retraso). Así que han pasado apenas 24 horas desde que regresé de Méjico y ya han pasado un montón de cosas. Todo sucede demasiado deprisa. Por eso, si no lo cuento en el blog, es casi como si pasara así a escondidas, sin que te des cuenta. Y de eso nada. ha sido una semana bien interesante.

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