martes, noviembre 18, 2008

1er. Aniversario.

Recuerdo con nostalgia aquellas palabras que ya mencioné alguna otra vez de un sacerdote amigo refiriéndose a los vivos que recuerdan a sus muertos. La muerte y el tiempo que le sigue, decía él, es pasar “de la presencia a la ausencia, del recuerdo a los recuerdos, del dolor a la pena…”. Pero aún se podría seguir. Es pasar de la angustia a la resignación, de la sensación nítida de casi todo a la memoria desvaída, de la herida abierta y sangrante a la cicatriz, del contacto casi diario a los contactos espaciados, de lo extraordinario, impensable, insufrible a la normalidad, a lo irremediable, a lo aceptado. Un largo camino a recorrer en tan solo unos pocos meses. Porque ésa es la primera sensación que uno tiene, parece imposible que haya pasado un año. Pero es fácil reconocer que se trata de un proceso necesario. Duele recuperar la realidad pero la necesitas. Y la vida es sabia, no te permite quedar ahí relamiéndote las heridas.
Ha pasado un año Javier desde que nos dejaste. Ya ves, un año denso de recuerdos que han tenido que ser reelaborados, de emociones que hemos tenido que recomponer, de miradas atrás que poco a poco hemos ido enderezando. Dicen que el tiempo lo cura todo. No creo que sea verdad, pero desde luego es una medicina insustituible. La cosa es, hermano, que nos hemos acostumbrado a vivir sin ti. Casi duele el decirlo. Hace un año, cuando se rompió tu vida creí que con ella se iba también la nuestra, que nunca volveríamos a ser los mismos, que era mucha ausencia para poderla llenar con algo. Pero el tiempo es tenaz. O quizás, la tenas sea la vida que te va llenado los días de cosas, de nuevas emociones, de otras preocupaciones, de más vida. Y el dolor se va mitigando.
Si quien se hubiera muerto hubiera sido yo, me encantaría que las cosas fueran así. Bastante tiene uno con haberse muerto como para estar cargando, encima, con el dolor y la angustia de los que quedaron vivos. Así que lo que un muerto busca, supongo, es descansar. Y que la gente que se ha querido deje de preocuparse y retorne a su vida ordinaria. Que vuelva a ser feliz. Eso desearía yo. Supongo que tú debes pensar también lo mismo. No te veo de muerto-incordio exigiendo diezmos y primicias de tus allegados. Pero para los que nos quedamos aquí, la cosa es más complicada. No es fácil dejar de sufrir, dejar de darle vueltas a los recuerdos, dejar de lamentarse por la ausencia y el vacío que nos dejaste. A cada poco apareces en las conversaciones y te echamos de menos y sentimos tu falta. Y si eso nos pasa a los hermanos, no quiero ni pensar qué debe pasar por la cabeza de tus hijas.
No es fácil relacionarse con los muertos. Aquello de “el muerto al hoyo y el vivo al bollo” es más fácil de decir que de hacer. Y si el muerto es alguien a quien has querido mucho, has necesitado mucho, alguien que ha ocupado un espacio importante en tu vida, la frase, por terapeútica que parezca, casi suena a ofensa. Pues en esas estamos, Pachín, atados a ti en tantas cosas e intentando desamarrarnos del dolor de los recuerdos. Un año ha sido poco tiempo para nosotros. Necesitamos un poco más para que los recuerdos se hagan amigables y para que vuelvas a ser, de nuevo, uno más en nuestras vidas. Ausente pero presente. Con esa presencia dulce y bienhechora con la que recordamos a todos aquellos familiares que murieron pero regresaron a nuestras vidas: los abuelos, los tíos, los amigos, los hijos, incluso. Podemos hablar de ellos sin sufrir, recordarlos con alegría, disfrutarlos. Ojalá podamos hacer eso pronto también contigo.
No puedo decir mucho de la ceremonia del aniversario. La hicimos en los Escolapios de Tafalla. Y había mucha gente. Desde luego, toda la familia (excepto el papá que no se sentía bien y no se atrevió). Y otros muchos del pueblo que os conocían a ti y a nuestra familia. Pero yo conocía a muy poquitos. Todos muy amables y cariñosos. Ya sabes tú que había mucha gente que te quería bien.
En fin, hermanito, mirándolo en positivo, hemos logrado sobrevivir este año terrible. Y bien. Te supongo observándonos desde tu puesto de guardia y alegrándote al ver cómo van las cosas. Tus hijas, estupendas y seguras en los pasos que van dando. La familia, en general, bien y creciendo de manera extraordinaria a base de novios y novias de los sobrinos/as (estupendos todos, la verdad). Los papás ranca que ranca superando la batalla de cada día como si de ella dependiera ganar o perder la guerra. Y los demás (a excepción de Ramón que resulta la parte creativa y renovadora del panorama familiar) en la estela de siempre, con las mismas virtudes y vicios. Y con un año más.
Ya ha pasado un año, Javier. Ya ves que nosotros no te hemos olvidado. Espero que tampoco tú te olvides de nosotros. Y que nos eches una manita con tus influencias. Un beso muy fuerte.

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