domingo, noviembre 09, 2008

Javier Cortizo



Esta vez le ha tocado a Javier. Otro más de la pandilla (otro en masculino, porque ellas tienen bula de género y ya se negaron a cumplir años tiempo atrás) que entra en la cofradía de los sesenta. Ya solo quedo yo y me falta el canto de un duro. Así que vamos a tener que cambiar la letra del viejo tango y pasar de aquel “que veinte años no es nada” (¡Dios mío, si era ayer que lo cantábamos entusiasmados!) al nuevo grito de guerra “que sesenta años…no es tanto”.
Hoy, dentro de un ratito, lo celebraremos con Javier Cortizo. Nos ha invitado a cenar a su casa. Espero que nuestros dislates y bromas habituales le hagan distraerse del recuento de años y pesares y meterse de lleno en la baraúnda de nuestras sobremesas. Por supuesto, tendrá su enciclopedia de 60 tomos y algunas otras bromas propias del acontecimiento. Tendrá también los versos y chascarrillos de nuestro vate titular, el poeta Gestal. Será, sin duda, una hermosa cena, llena de nostalgia y de ese tono afectivo y dulzón que Javier sabe introducir en sus gestos y palabras.
Es que Javier, me decía el otro día un amigo común que venía de tomarse un vino con él, es de esas personas cariñosas que saben ser buenos amigos y no les cuesta expresarte su cariño. Eso creo yo también. Javier es de los que personalizan su amistad. Trata a cada amigo a su medida, de una forma diferente, como si conociera de sobra tu punto G personal y supiera lo que te gusta (¡y ahí te va!) y lo que te duele (¡y nunca lo menciona!). Buen amigo y excelente conversador. Posee esa inteligencia natural de los gallegos de buena casta que pasan por el mundo sin perderse detalle. Lo sabe todo de todos. Da lo mismo que se trate del mundo de la empresa, de la política o de la universidad. Da lo mismo que se trate de informaciones sustanciales o de cotilleos colaterales. Si algo importante o curioso ha sucedido en la ciudad él nos lo cuenta. Otra cosa es que se lo creamos, pero es que así se construyen nuestras veladas, a base de contrastar fuentes de información y de contraponer opiniones incompatibles. Nosotros no hablamos, pasamos directamente a discutir. Hasta la tantas.
Pues eso, javierito, hoy te toca a ti pasar por las horcas caudinas de los 60. Es como esas sesiones de circo en las que los leones han de saltar y atravesar un aro ardiendo. Primero hacen unos gestos amenazadores y rugen para darle emoción y mérito al asunto, pero al final siempre saltan y los cruzan. Por el cero no es difícil pasar. Eso ya lo hemos hecho antes, en los 40, en los 50. Más jodido es acertar en esa mierdilla de agujero que te deja el 6. Ahí es donde hay que ajustar el salto para no abrasarte vivo. Pero hasta en eso tú nos llevas ventaja. Ya estás acostumbrado a superar aros y horcas complicadas. Y lo has ido haciendo muy bien. Con un gran esfuerzo y con mucha fe en ti mismo. Con paciencia y buen ánimo, incluso cuando lo natural sería desesperarse. Así que esto de los sesenta para ti no pasa de ser una anécdota, una carallada.
Voy para allá.
……….
Y pasó. Nuestro Javier tuvo su cena, su enciclopedia, sus versos (por duplicado esta vez, con una parte seria y otra más coñera), su gorrito sesentón, sus hojas otoñales, su chupete de abuelo primerizo, su regalo para el recuerdo. Y tuvo, sobre todo, a sus amigos de tantos años haciendo piña con él en este tránsito a otra década. No faltó el toque emotivo (no sería Javier sin él) y alguna lagrimilla indiscreta recordando la importancia de tener amigos cuando uno ha de librar grandes batallas. Esas nunca se superan a solas. Y ahí es donde la familia (unas santas, Ma. Eugenia y las niñas) y los amigos, empiezan a jugar un papel imprescindible. Y es que yo, nos decía Javier, frente a consejos que decían lo contrario, escogí el camino de hablar y confiar en los amigos, de no esconderme. Y me salió bien.
Por supuesto que salió bien. Bastaba verlo con su gorro y su chupete. Un señor sesentón todo músculo, cargado de vida y sabiduría (y ahora, incluso, con una sobredosis de cultura enciclopédica). Nos ofrecieron una cena riquísima y generosa. Bebimos más de lo necesario, como suele suceder en estos casos (¡excelente el Coto de Imaz!), incluyendo la guinda un buen oporto vintage que, extrañamente, ni siquiera suscitó discusión. Definitivamente, nos estamos haciendo mayores.Y lo que hubo con derroche fueron fotografías. Hasta 140 contabilicé a lo largo de la cena. Darán para un buen álbum que podremos revisar dentro de 10 años cuando celebremos los setenta y nos maravillemos de lo jóvenes que estábamos en aquel lejano 2008.
Felicidades Javier. Y ánimo, que “sesenta años…no es nada”. Y menos para un purasangre como tú.

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