viernes, diciembre 05, 2008

La Ola


Aproveché que se me estaba comiendo el agobio para irme al cine. Dicen que, a veces, es bueno para la salud mental romper con lo previsible y adoptar conductas paradójicas. Y nada mejor que el cine un jueves. Así, por el morro.
Además, se trataba casi de un compromiso académico. Ya había hablado con otros colegas del posible interés de esta película para nuestros estudiantes. Ayer se lo propuse a ellos en clase. Que la vieran y después podríamos debatirla. Seguro que muchos lo hacen. A ver qué les parece.
Digamos, para empezar que la película cuenta la historia de una experiencia educativa en una escuela secundaria alemana. Parece ser un experimento real que llevó a cabo un profesor americano de la Cubberly High School (Palo Alto, California) en 1967. Esa experiencia dio pie a una novela de Todd Strasser: The wave. Ahora el director alemán Dennis Gansel ha vuelto a retomar el tema y a actualizar los elementos de la historia. Utiliza actores, sobre todo jóvenes (es una película sobre jóvenes en la que los adultos pasan bastante desapercibidos) conocidos en Alemania por las series televisivas y que cumplen muy bien su papel. Muy metido en su papel de profesor progre está Jürgen Vogel, el protagonista. Todo ello es suficiente para lograr una película que está batiendo todos los records de taquilla en aquel país. Me ha hecho gracia la clasificación con la que la valoran los internautas de Decine21: Acción 2, Amor 2, Lágrimas 2, Risas 0, Sexo 0, Violencia 1 [de 0 a 4]. La resumen bastante bien.
Pero vayamos al film que tiene mucho que comentar. La historia del film, vista como experiencia educativa es muy interesante. Pura Pedagogía y de la buena. En el centro escolar dedican una semana a la realización de “proyectos educativos”: la semana de los proyectos. Los diversos profesores ofertan propuestas a las que los alumnos se inscriben voluntariamente. Pueden escoger aquella propuesta que más les apetezca. Primer aspecto interesante para nosotros habitualmente acostumbrados a estructuras curriculares rígidas y con escasas opciones. También llaman la atención las temáticas sobre las que versan esas propuestas de proyectos. La anarquía y la autarquía son los que aparecen en el film pero cabe suponer que habría otros similares.
Al profe de la historia le hubiera gustado más dirigir el trabajo sobre “anarquía” pero se lo arrebata otro con más antigüedad (interesante la fría relación entre ellos y el papel desdibujado de la directora). Así que tiene que apechugar con el tema de la autarquía. Y ahí se inicia la historia. Al menos en su eje central, que en realidad son dos ejes: la fórmula didáctica seleccionada (del máximo interés para mí pues eso es lo que enseño) y los contenidos y elementos de la autarquía que los estudiantes van enfrentando.
La dimensión didáctica de la historia (el cómo aprender unos contenidos académicos más o menos convencionales) es lo más interesante del film. Cualquiera de nuestros estudiantes de secundaria ha estudiado qué es la autarquía y qué son las dictaduras. Muchos de ellos podrían hacer, sin excesiva dificultad, un trabajo bien documentado al respecto. Pero enseñar, para este profesor, no es saber, es vivenciar, experimentar lo que se estudia. Y su estrategia es buenísima. Les va haciendo entrar en los aspectos más sustanciales de la mentalidad autárquica de forma que se sitúen en una forma particular de pensar y sentir. Sin eso, no hay aprendizaje real, aprendizaje con todo el cuerpo, no sólo con la cabeza. Seguro que no olvidarán en toda su vida la experiencia escolar en la que han participado. Incluso al margen del final, excesivamente ficticio y dramático para mi gusto. No era necesario y le resta credibilidad a la historia. Lo interesante es que en solo una semana un profesor extraordinario ha hecho vivir a sus estudiantes una inmersión profunda en un tipo de mentalidad social, en unos valores y un estilo de pensamiento. Vivirlo así no tiene nada que ver con estudiarlo como el capítulo 5 de una disciplina de historia o de cualquier otra materia. Vivirlo implica que te pones en situación, te implicas, pones en juego tanto tus ideas como tus sentimientos, tanto tu mundo personal como tus relaciones. Es un modo de aproximación full contact con los temas de aprendizaje. Una forma de aprender que te marca la vida. El sueño de todo profesor que, por lo general, ve como sus estudiantes apenas se implican en un 10-15% de sí mismo en las cosas que les proponen y que, al final, pasan por las clases sin emoción ni compromiso. Por eso les dejamos tan poco rastro.
El segundo eje de desarrollo de la película es el de los contenidos que van abordando. Con una sistematicidad germánica la clase va avanzando progresivamente en los diversos elementos que configuran el pensamiento autárquico o fascista: la ideología como fuente nutricia, la insatisfacción como base del reclamo de control, la presión e, incluso, la violencia como actitud para imponer el consenso, el líder como figura clave para que las cosas funcionen y la disciplina como marca de bienestar y eficacia; el valor del grupo como elemento de identificación, de satisfacción personal y de poder; los signos externos de identificación (uniforme, logo, saludo); la necesidad de conformidad. Lo dicho. Son contenidos habituales para estudiar el tema. Lo que diferencia esta clase de otras miles en las que los estudiantes abordan estos mismos asuntos es que aquí ellos los viven, no sólo los estudian. Y la diferencia es tan importante que hasta puede dar lugar a una película exitosa. Nadie haría una película de unas clases convencionales donde se estudiara la autarquía.

Y visto todo lo anterior, uno sale del cine con el alma perturbada y con muchas sensaciones contradictorias en su cabeza. Y con una sana envidia por ese profesor que es capaz de montar una coreografía tan perfecta para que sus estudiantes aprendan. Y con el sentimiento de que la buena enseñanza, como todo aquello que asume desafíos y riesgos, es una actividad bien compleja. Y contradictoria.
Mi primera sensación, la que me fue golpeando a lo largo de todo el film, fue que resulta muy difícil distinguir esa fina línea que distingue lo brillante de lo pernicioso. Yo hubiera dicho que el profesor lo hacía bien, que me parecía modélico su planteamiento. Pero aparecían en la historia voces discrepantes que sentían y expresaban que las cosas no podían seguir así: la alumna de rojo, la esposa. Y efectivamente aparecían ciertos comportamientos problemáticos, ciertas exageraciones derivadas de un exceso de celo en algunos muchachos más propensos a ello. Pero parecían simples efectos colaterales de un proceso que en sí mismo estaba funcionando bien: los alumnos se sentían interesados como nunca en la escuela, fortalecían su solidaridad, se hacían fuertes como grupo. Los comentarios finales que ellos hacen sobre la semana de proyectos son muy positivos: se han sentido bien, han aprendido mucho, ha mejorado la imagen que tenían de sí mismos y su capacidad de colaborar con sus compañeros. Pero había una fina línea muy difícil de distinguir entre tanta acción y tanto entusiasmo. Me estuve preguntando todo el tiempo dónde estaba esa línea, qué le faltó a este profesor para no cruzarla.
Se me ocurre pensar que fue la falta de elementos críticos y autocríticos a lo largo del proceso. Fueron avanzando en el proceso de identificación de los componentes del pensamiento autárquico sin pararse a pensar en los riesgos de cada uno de los avances. Incluso el progreso en dimensiones valiosas en el comportamiento social (como en la ciencia o la medicina o el arte) trae consigo riesgos que conviene prevenir. Sentirse fuerte como grupo es un valor, abusar de esa fortaleza para exigir el consenso y eliminar a los disidentes es un problema grave. Implicarse en cuerpo y alma en un proceso de aprendizaje es magnífico, ser incapaz de tomar la distancia necesaria para poder revisar lo que uno hace es un riesgo. Tener un líder que te marque el camino resulta necesario para que las cosas puedan funcionar sin excesivos diletantismos (el ejemplo de la caótica sesión para preparar la función de teatro que quieren organizar es un magnífico ejemplo) pero alienarse, perder la propia identidad como sujeto que toma conscientemente sus decisiones es un pecado capital en educación. Ser un profesor capaz de entusiasmar a tus estudiantes es una virtud inapreciable, llegar a seducirlos tanto como que te sigan incondicionalmente es perverso. No era fácil distinguir la línea ni ser consciente de en qué momento la has cruzado sin darte cuenta. Pero resulta esencial para que el proceso educativo avance como un proceso que te enriquece como persona y no sólo como repositorio de informaciones o como un cocktail de emociones que te hacen sentir bien y fuerte pero sin saber dónde estás o a dónde vas.
Hay otras cosas en la película que la hacen muy interesante a la vista de un profesor. Los espacios del colegio, por ejemplo. Aunque el aula donde se desarrolla la acción no es nada extraordinaria (razón de más para entender que una buena didáctica no es solo cosa de recursos técnicos), sí pueden verse otras aulas llenas de materiales para la enseñanza de las ciencias, de la lengua, etc. El acceso libre a la fotocopiadora, incluso por parte de los estudiantes. La existencia de una revista escolar donde ellos pueden opinar. De extraordinaria importancia me ha parecido la estructura curricular: esa posibilidad de dedicar una semana a un proyecto de trabajo sobre una temática de actualidad que rompa con la rigidez de las disciplinas.
Y junto a toda esta historia escolar, el film desarrolla, como no podía ser menos (al final, la vida nunca puede reducirse a la escuela por muy interesante que ésta sea), otras historias personales. Los amores inciertos entre adolescentes, la solidaridad generacional, la construcción de la propia identidad y sus avatares, la presencia de la música dura, de las drogas, del poder de las pandillas, la complicada relación con los padres, la presencia de sujetos complejos y vulnerables que están viviendo su juventud cómo un match point que tanto puede ir bien como mal. También aparecen los amores entre la pareja de profesores, cuya relación parece envidiable durante todo el film y que, al final, también se ve afectada por el proceso que el profesor va viviendo en paralelo a sus estudiantes. Él también tiene su vida, sus demonios internos, sus insatisfacciones. Y lo que hace en clase no puede ser ajeno a lo que él es. Al final, también él aprende con su proyecto. Aprende a reconocerse a sí mismo y a darse cuenta de que, en realidad, el proceso que propone a sus estudiantes es un proceso que se propone a sí mismo. Por eso le cuesta tanto distinguir la línea entre lo positivo y lo negativo de su proyecto. Debe ser verdad aquello de que a nada que rasques en una teoría (quizás también en un método didáctico, en una forma de ser o de relacionarse) aparece, enseguida, una biografía.

Bueno, pues ya está bien, para mí. Veremos ahora qué dicen del film mis estudiantes, qué cosas les llaman a ellos y ellas la atención. También de eso habré de aprender yo porque si de algo se da cuenta uno en historias como éstas, es que su mirada es parcial, que apenas eres capaz de ver una cara de ese caleidoscopio de matices que aparecen en procesos tan apasionantes como éste. Y la pregunta inicial con la que se abre la película sigue resonando ahí, aún después de dejar la sala: ¿creéis que es posible que una dictadura vuelva a implantarse en nuestros días? Posible es, desde luego, pero angustia sólo el pensarlo.

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