jueves, diciembre 18, 2008

My blueberry nights




Van pasando los días y aún no he tenido un rato para poder comentar esta peli del fin de semana. No es que me dejara una gran huella, pero tampoco está mal. Y hace pensar sobre uno mismo, sobre la soledad, sobre las relaciones…
El primer encanto de la película, a ojos de los entendidos, era el propio director Wong Kar-Wai que, después de muchas películas orientales, se estrenaba en el cine americano. Tengo que reconocer mi ignorancia porque no lo conocía ni recuerdo haber visto ninguna de sus obras. Obras que, por otro lado, tienen unos títulos preciosos: “Eros”(2004), “In de mood for love” (deseando amar ) en el 2000, “Felices juntos” y “Ángeles caídos” del 97 y 95 respectivamente. No me suenan. Y con esos títulos, con seguridad que habría ido a verlas. En fin, es un magnífico director, con toda esa sensibilidad oriental que logra encuadres coloristas y estéticamente perfectos. Y, sin sexo, pero con escenas de un gran erotismo. En My blueberry nights está el beso más impresionante y erótico que yo he visto en el cine.
La historia es bonita. Una chica que rompe con su novio y tiene que rehacer su vida. Siente que ha perdido tanto, se siente tan vacía que se lanza a la carretera a buscar algo que llene el vacío que lleva dentro. Y no es que se lance como una loca a sustituir a su novio casquivano por otros hombres o experiencias. No hay sexo en la película, pero sí mucha soledad. Soledad sin drama (salvo unos pequeños excesos). Soledad que se salva a través del contacto humano con otras personas. Lo que más me gustó de la película (beso aparte) es el gran poder terapéutico de la palabra. Lo bien que les hace a los personajes el hablar, el encontrarse con otros y compartir con ellos su propia soledad.
En ese camino de reconstrucción, Elisabeth (Nora Jones) va conociendo a gente y compartiendo con ellos sus historias. Primero el dueño y camarero del bar (Jude Law) al que solía acudir su novio que ahora anda con otra; después cuando se marcha lejos de su ciudad y se pone a trabajar en un bar, conoce a un policía alcoholizado que no logra superar que le haya dejado su mujer de la que sigue aún enamorado. Pero también se marcha de allí hasta Las Vegas y allí se encuentra con una jugadora empedernida que está sola y mantiene una relación de amor-odio con su padre. Tres historias de ruptura y soledad. Y aunque todas las historias tienen su punto de dramatismo están muy bien llevadas. Sin exageraciones. Sin movimientos raros de cámara. Y con un envoltorio estético magnífico. Incluida la música.
De todas formas, lo más interesante es la vida que late a lo largo de todo el film. Vas encontrándote con figuras que están bien jodidas. Casi siempre por problemas de amores y relaciones. Es como si hubieran perdido su norte, su estabilidad, su proyecto de vida. Y sin embargo hay mucha vida en ellos, mucha humanidad. Los ves cercanos, corrientes, sintiendo lo que podrías sentir tú. Eso hace que la protagonista, una chica en crisis pero con una gran capacidad de empatía vaya desarrollando comportamientos de apoyo como quien simplemente respira. Ayuda sin aspavientos, como quien no quiere la cosa. Pero es capaz de introducir en el descoloque de sus sucesivos amigos el sentido común y una cierta racionalidad. Pero sin atosigarlos, sin ocupar su espacio. Sólo escuchando y generando sinergias positivas con ellos. La verdad es que tiene mucha vida dentro de sí misma. Y aunque la tiene un poco alborotada en ese momento, es una tía magnífica. De esas que saben transmitir sosiego incluso en las situaciones más complejas.
Y así, ayudando a los demás, va recomponiendo su propio puzle y encontrando su camino. Se merecía ser feliz. Una historia muy aleccionadora. Y al final, el beso. Ese beso en scorzo. Dulce, intenso, divino. El mejor. Sólo por eso, merecería la pena no perderse esta película.

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