domingo, agosto 26, 2007

Nuestro París era otra cosa.


Un fin de semana muy a mi estilo. 1500 kms. de coche para pasar unas horas con la familia (y, de paso, llevarles unos chuletones gallegos que han dejado el pabellón donde se merecía) y una tarde de domingo tratando de recuperar el pulso habitual. La visita familiar estupenda. No hemos podido reunirnos todos porque algunos están de vacaciones y otros lejos de España. Pero los 16 ó 17 que éramos hemos disfrutado como siempre. Sin que faltara la sobremesa con el mus de los hombres y el chinchón de las mujeres. Es cansado pero merece la pena. Está claro que también estas relaciones, aunque sus raíces sean de familia, hay que cuidarlas y alimentarlas (lo que en esta ocasión ha sido hasta literal por la cosa de los chuletones gallegos).

Y la tarde del domingo, como decía, volviendo a la realidad. Y a los pequeños vicios de pareja: cine y pizzería.

Se me habían puesto los dientes largos al leer el trailler de la película seleccionada para hoy, “Dos días en París”, pues decían allí que se trataba de una análisis iconoclasta de las relaciones de una pareja (francesa ella y norteamericano él) que se detienen dos días en París camino de EEUU.
Bueno pues me he quedado frustrado. Ya me parecía a mí demasiado peso para una sola persona: Julie Delpy es la directora (novata, pues ésta es su ópera prima), la protagonista, la productora, la guionista y no sé cuántas cosas más. Quizás lo hizo para ahorrar, pero tanta polivalencia no puede ser buena.

Vista en su conjunto, lo primero que extraña de esta película es que haya sido hecha (y ya dije que completamente, ahí sí que no puede echar la culpa a nadie) por una mujer. Estoy seguro que más de una amiga habría dicho que es una peli “machista”. Julie Delpy hace un dibujo de su personaje (una joven fotógrafa francesa) demasiado histérico, voluble y promiscuo (aunque no estoy seguro de si eso se plantea como una conducta inmadura o como la máxima expresión del modelo francés de mujer de nuestro tiempo). La imagen que se da de Francia es también bastante lamentable y trae a colación todo un espectro de tópicos que encantaría al más encendido antigabacho. No se deja títere con cabeza: ni los padres, ni sus amigos, ni los taxistas (con ellos es cruel), ni las ONGs, ni la policía, ni los artistas. Ni la propia ciudad se salva (el américano llega a decir que aquello más que Francia parecía el Irak post-Bush) En fín, yo que esperaba un canto a París como oasis propicio al romanticismo, me he encontrado con una imagen ácida y rencorosa de la ciudad y la sociedad francesa, como si la directora tuviera alguna cuenta pendiente con ella.

El argumento, la relación de pareja de los protagonistas, sí que da más que hablar. Cierto es que se ha buscado una mirada deformada y exagerada de las situaciones para provocar la risa fácil. Así que tampoco merece la pena ponerse a hacer comentarios serios de situaciones artificiales. Pero la Delpy no reprime su deseo de sentar doctrina sobre el enamoramiento, el amor, la fidelidad, los celos y todas esas cosas que hacen la salsa de una relación de pareja. Dice de su personaje que le aterra pensar en “todo el resto de su vida” como una unidad de compromiso, por eso, busca y mantiene relaciones simultáneas. Interesante también eso de no romper con los “ex”, de seguir siendo amigos y encontrarse de vez en cuando. Me pareció muy atinado su comentario sobre la fragilidad de las relaciones: hasta un momento todo va bien y en un segundo todo se tuerce y se va al carajo. Un momento, el “mach point” de Woody Allen. También yo siento que eso es un absurdo que no acabo de entender.
No estoy de acuerdo, en cambio, con la idea de que la relación de pareja significa ponerlo todo en común, hacer de la vida de los dos una sola. Ya me lo había advertido mi psicoanalista hace muchos años, cada uno debe conservar un espacio reservado que sea propio. Aunque nos enamoremos, aunque queramos vivir siempre juntos y por eso nos casemos (en cualquiera de las modalidades de pareja), seguimos siendo dos y, por tanto, distintos. La unión excesiva sólo propicia que uno e los dos desaparezca en la fusión. Y, a veces, que desaparezcan los dos. Creo que eso, aunque pueda parecer políticamente incorrecto, es básico para que la pareja se mantenga. A mí por lo menos no me ha ido mal (y van para 34 años). Y algo de eso quería decir Borges cuando le preguntaban cómo era que su matrimonio había durado tanto. El respondía: “es que tenemos una casa muy grande…”.
Interesante, aunque traída un poco por los pelos, la teoría del “mundo pequeño” en el que estamos abocados a encontrarnos dondequiera que vayamos con gente conocida. Hasta pudiera ser cierto, pero seguro que planteado en plan de “ley de Murphy”: "por muy lejos que te vayas con una amiga (o amigo) especial y por mucho que te escondas, acabarás encontrándote con un amigo (que, por supuesto, no sabía nada de lo tuyo y, desde luego, conoce a la familia)". De hecho, eso es lo que le pasó a él aunque en una versión de “ley de Alexander”: por muy lejos que te vayas con una amiga (o amigo) especial y por mucho que te escondas, acabarás encontrándote con un amigo de ella o él (del que, por supuesto, no sabías nada).

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