miércoles, agosto 22, 2007

De vuelta a la cotidianeidad


Aunque se trata, todavía, de una cotidianeidad mitigada, ya estamos de nuevo en el “tiempo ordinario”. Al estrés vacacional (“¡qué dura es la vida del turista!”, solía decir una amiga) sucede ahora el estrés posvacacional. Y así seguimos navegando en aguas conocidas.
Lo duro de estos días es “la narrativa” vacacional. Uno debe ir previendo qué es lo que va a contestar a sus colegas y amigos cuando le pregunten: “Bueno, y qué tal las vacaciones. ¿Descansaste?”. La respuesta tópica no es difícil de montar: “Ah!, muy bien. Lo peor es que duraron poco”.
Lo difícil son los matices. Sobre todo en la cosa esa del “descansar”. Además, ¿cómo se sabe si uno descansó? Supongo que si tu trabajo es descargar camiones o algo por el estilo es fácil diferenciar entre cansarse y descansar. El cansancio físico se reconoce bien y, supongo, que otro tanto sucede con el descanso. Pero para quienes trabajamos con la cabeza, la cosa no debe ser tan fácil.
Uno puede saber cuándo tiene la cabeza llena y la neurona rebosante: ya no le cabe más, no puede más. Por eso pensé que quizás para nosotros descansar es vaciar la cabeza, como cuando se deja vaciar un tanque porque se estaba sobrando. Pero dudo, primero, que se pueda vaciar la cabeza (salvo que uno se vaya a la India a hacerse budista) y, después, dudo también de que una cabeza vacía esté más descansada que una llena o medio llena. Así que se trataría de vaciar la cabeza pero sólo un poco, hasta donde está la marca de “normal”. Pero, además, cómo se vacía una cabeza. Podría ser repitiendo mantras, pero resulta aburrido. Podría ser no haciendo nada, pero es muy pesado, acabas agotado. O al contrario, poniéndote a hacer trabajos físicos como loco (tareas del campo, deportes, bricolage, en fin, todo eso que va quedando durante el año para cuando te quede algún rato libre). No está mal, y puede que ayude a vaciar la cabeza, pero desde luego no a descansar.
Leí en la prensa que alguien decía que él sería feliz en una isla leyendo y escribiendo durante todo su mes de vacaciones. Yo podría suscribir eso, pero no tengo claro que eso sea descansar. Yo solía entenderlo más que nada como un cambio de ritmo y una alteración de los horarios o las rutinas habituales. Pero como a nuestro cuerpo y nuestra mente les debe pasar como a los dientes, que tienen memoria, parece como si tendiéramos a volver a los hábitos más establecidos. Es curioso lo difícil que resulta (a mí al menos) romper con los viejos vicios (el correo electrónico, por ejemplo, o el ir a la Facultad de vez en cuando o el seguir pensando en cosas que tienen que ver con el trabajo). “Una dependencia la droga del trabajo, muchacho, eso es lo que tenéis algunos, por eso las vacaciones os producen el mono”. Eso me ha dicho mi otro Yo.
De todas formas, he de confesar que me he sorprendido a mí mismo estas vacaciones. Muchos días andaba sin reloj. Me olvidaba constantemente los teléfonos móviles y ni los echaba de menos. No he perdido ni un día de playa y eso hace que esté “negrillo”. Hemos dado largas caminatas por el paseo marítimo. Mi postura preferida era el “despatarre” sobre un sofá. No he tocado ni un solo libro serio. Así que puedo decir que, aunque el vaciado de la cabeza no ha sido perfecto, algún lastre sí he soltado. “Y el sexo, ¿se ha notado en el sexo?”, me interrumpe mi otro Yo. "Eso pertenece al negociado de Asuntos Internos, le he dicho, que, como sabes, funciona muy bien".

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