sábado, diciembre 23, 2006

El frío

Dice el dicho andaluz que existen, con sentido bien diferente, "el calor", "la caló" y "los calores". El primero es esa sensación agradable que te hace sentir bien. Lo que es “la caló” lo saben sólo quienes hayan paseado por Sevilla en Agosto, algo que te hace hervir la sangre y calcina las ideas. Los otros pertenecen al mundo de las sensaciones que se acumulan con la edad.
Pero quizás se podría decir algo parecido del frío. Existe el frío normal (ése que los bilbaínos llaman fresco) o el frío-frío como el que hacía ayer en Logroño y hoy en Pamplona. Y luego esta ese otro frío menos visible pero mucho más penetrante, que te cruza las vísceras y te deja, literalmente, helado. A veces, ni siquiera tiene que ver con la temperatura. Puede ser una noticia, una mirada, un enfado, la pérdida de algo que considerabas valioso para ti.
Al primer frío, el que viene de fuera, es fácil hacerle frente. Te abrigas o te echas dos copas y la cosa puede ir aliviándose. El segundo es más difícil de neutralizar porque actúa sobre los propios mecanismos de recuperación que podrías utilizar. Es un frío que, por un lado, duele (un dolor intenso como cuando uno juega con la nieve) y por el otro te deja frío, apático, incapaz de reaccionar. Eso es lo que cuentan los alpinistas que sucede cuando se te hiela el cuerpo. Es un frío que mata si no le buscas una solución rápida. Pero cómo hacerlo.
¿Quién sabe como se puede afrontar ese frío interior? ¿Bastará con tener paciencia y esperar que se pase solo? ¿Será peor si lo dejas estar porque al final perderás cualquier posibilidad e recuperarte?
Hace unos días me sentí así. El frío exterior se coaligó con el interior. Fue una sensación terrible donde todo parece fuera de control. Afortunadamente las cosas han ido mejorando mucho. Por dentro. Por fuera no, estamos ahora a menos 3 grados.
¡Señor, señor! ¡Qué comedura de coco! Y al final, a lo mejor es sólo una gripe que estoy incubando.

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