martes, diciembre 05, 2006

Adiós María.

Querida María Ros, acabo de enterarme que nos has dejado. Ha podido más que tú una artera enfermedad que ha llegado de forma sorpresiva y a traición. Ahora que estabas en lo mejor de tu vida. Ahora que habías reajustado tus prioridades y te habías prometido que merecía la pena vivir y vivir de otra manera, sin estar tan entregada al trabajo y la producción científica. Casa importantes en tu vida pero que así vistas en perspectiva desde la madurez que dan los años te acabaron apareciendo como cosas menores.

No me lo puedo creer, pero es verdad. Al final no importa mucho si nos lo creemos o no. Quizás ésa es la peor consecuencia de la muerte de los amigos. Te dejan sin fuerzas, se pierde la lógica. Cualquier cosa puede ser, aunque resulte imposible creérsela. ¿Por qué tú? ¿Por qué ahora? ¿Por qué de una forma tan repentina?

Algo muy profundo dentro de mí se rompió esta mañana cuando me enteré. Como en una náusea irreprimible me vinieron a la cabeza todos los momentos que hemos pasado juntos, todas las emociones que hemos compartido, todo el cariño que nos hemos profesado. Por eso me parecía imposible que fuera verdad lo que me decía el email de Valverde: “ha muerto María Ros, siento tener que decírtelo”.

Aún recuerdo nuestras largas e intensas conversaciones de estudiantes de Psicología contándonos cosas que no era fácil contar; nuestra complicidad y apoyo en el trabajo académico asentada en una mutua admiración intelectual. Tengo un recuerdo especialmente vívido de la muerte de tu padre. De cómo eso rompió todas tus lógicas y desestructuró todas tus seguridades. Poco pude hacer en aquellos terribles momentos pero me gustó mucho estar a tu lado y compartir tu desesperación.

Los amores nos llevaron por derroteros distintos, pero así y todo seguimos congeniando igual de bien ya de casados. Y nuestra amistad continuó. Fueron hermosos aquellos encuentros entre los 4, conversábamos sobre todo, discutíamos , nos apreciábamos. Juan y Elvira parecían estar siempre de acuerdo y opuestos a lo que tú y yo pensábamos. Y eso hacía intensas nuestras discusiones y eternas nuestras sobremesas. Cuántas veces fui a vuestra casa a dormir cuando debía quedarme en Madrid. Cuántas veces fui a buscarte a la Facultad para charlar un rato contigo. Me encantaba. Ambos hemos vivido muy intensamente la universidad y hemos peleado mucho nuestra carrera académica. Teníamos mucho en común.

Las últimas veces que nos hemos visto (cuando la Univ. Europea de Madrid me dejaba perdido en su residencia de Villaviciosa y yo os llamaba desesperado y salíamos a cenar) han sido igualmente interesantes. Tú eras mujer que siempre estaba buscando algo. Sólo que ahora querías cerrar el ciclo de la dedicación obsesiva a la universidad y al trabajo intelectual. Una de las veces me contaste que estabas en un curso de danza del vientre, lo que me hizo mucha gracia porque nunca me lo hubiera imaginado en ti. Otra vez te encontré bastante desanimada con la universidad y deseosa de mandarlo todo al carajo. En nuestro último encuentro, Elvira, tú y yo habamos mucho de eso. Ya no eras la María dispuesta a cualquier sacrificio por el éxito académico. Ahora querías vivir, vivir de otra manera. Comenzar a disfrutar de las pequeñas y grandes cosas de la vida. ¡Qué cruel es el destino! ¡Qué inoportuno!

Querida María, mucha gente se cruzó en tu camino. Tuve la fortuna de ser uno de ellos. Todos te estamos llorando ahora. Seguro que cada uno de nosotros, los que te conocimos y te quisimos mucho, tenemos de ti recuerdos intensos que estos días habrán revivido teñidos del dulzor del recuerdo y de la amargura de la pérdida. Cuesta hacerse a la idea de que ya no te tendremos más, de que no podremos hablar más contigo. Cuesta creer que te has muerto, así de sopetón.

Ya sé que este escrito es más para mí que para ti. Necesitaba decirte y decirme todas estas cosas que salen así a borbotones como las lágrimas. He llamado a Juan pero no he sabido qué decirle. ¡Qué se puede decir a alguien en un momento así! Sólo eso, que supiera que estamos cerca de él. Que sentimos con él nuestra propia amargura y que puede contar con nosotros para lo que sea.

Querida María, que seas feliz en esa nueva vida. Ojalá puedas sentir lo mucho que hemos sentido tu muerte y el vacío que nos dejas. Ojalá puedas sentir nuestros sentimientos. Ese beso que no te pude dar de despedida, esas lágrimas que no pude llorar en tu funeral te las ofrezco ahora en la manera en que yo sé. Recordándote.

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