Hoy es el día más flojo del programa general. Y lo es porque está planteado como media jornada, para dejar la tarde para una excursión opcional (fuera de programa y a pagar aparte) por la ciudad de Amman.
En realidad nos fuimos a visitar dos castillos no muy distantes de Amman. El primero el castillo de Qasr Kharana que fue un castillo de alojamiento para las caravanas que hacían la ruta de la seda. Se trata de un enorme castillo cuadrado de piedra rosa con una torre circular en cada esquina. Se accede por una puerta monumental a un patio interior con una serie de cubículos en los cuatro lados. Nos explicaba Habibi que eran las caballerizas y los lugares para depositar los productos que transportaban las carabanas. Una escalera lleva al piso superior donde estaban las salas y habitaciones (61 espacios decorados y bastante bien conservados).
A poco distancia estaba el segundo de los castillos a visitar hoy, el Qusayr AMRAH que por peculiaridades y su buen estado de conservación fue declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO. La pequeña construcción que se conserva está cubierta por una bóveda que la da un aspecto muy atractivo. Pero lo más valioso de este castillo Omeya son los frescos desvergonzados (350 ms. de imágenes de animales y figuras humanas, con mujeres desnudas y posturas eróticas) que cubren sus paredes, lo que no deja de ser una anomalía en el mundo islámico, poco propicio a este tipo de alegrías. Lo que se ha conservado (el termario y la sala de reuniones) permite suponer que esos edificios formaban parte de un conjunto de edificaciones y jardines donde los omeyas reinantes se retiraban a descansar y satisfacer sus caprichos. Su gran riqueza era el agua (el termario tenía piscinas de agua caliente, templada y fría) que extraían de la tierra y de sus aljibes. Unos pillos estos califas.
Con eso concluimos las visitas de hoy y nos queda una parte importante de la jornada: comer en uno de los buenos restaurantes de Amman: Los Molinos. Nosotros ya llevábamos desde España la referencia de este restaurante como uno de los que debíamos visitar para saborear las comidas típicas jordanas. Así que nos alegró que nuestro Habibi lo hubiera elegido para comer hoy. Y mereció la pena: una primera fase a base de platillos con diversas delicateses de verduras, hummus, y combinaciones varias apoyadas en una especie torta caliente riquísima. De segundos la combinación de las tres carnes básicas de la comida jordana: res, pollo y cordero. La atención del personal muy cuidadosa y el ambiente del local fantástico. Será uno de los mejores recuerdos, historia aparte, de esta visita a Jordania.
Tras la sobremesa, el grupo se dividió en función de su plan de tarde: quienes habían contratado la visita a la ciudadela de Amman se fueron a ello; quienes preferían visitar la ciudad a su aire hicieron otro tanto y nosotros nos quedamos en el hotel a descansar un rato y con la idea de regresar a la ciudad después para dar un paseo por el centro y ver el ambiente. Eso hicimos y tras una siestecita reparadora llamamos un Uber que nos llevó, no sin penurias por el enorme atasco existente hasta el puro centro de la ciudad. Tuvimos que bajarnos antes de llegar porque aquello se eternizaba por el tráfico y nos echamos a andar por aquellas calles llenas de tiendas de todo tipo y miles de personas saturando la calle. Aquello era un zoco pero a cielo abierto, lleno de coches, de gente, de ruido (incluidos los permanente canticos de los muecines desde sus altavoces). Un poco agobiante, la verdad. Dimos varias vueltas por las calles céntricas, pero nos rendimos pronto. Buscábamos como locos una cafetería donde poder tomar un refresco pero no dimos con ella hasta mucho después cuando comenzó a cundir el desánimo. Al final, encontramos una en un segundo piso en el que solo había hombres y al ver a nuestra mujeres nos indicaron que mejor en el piso de arriba, donde había solo chicas jóvenes fumando narguileque nos miraron con cara rara como si no fuera correcto que los hombres ocupáramos su espacio. No nos dimos por enterados, nos sentamos en la mesa libre y pedimos nuestros granizados de limón y menta. Mano de santo, aquel combinado estaba riquísimo y nos elevó el ánimo. Una ves repuestos volvimos al frenesí de la calle, pero modificando la ruta. Entramos en la calle Shari Al Malik que nos pareció más interesante. Y efectivamente aquello era otra cosa, con comercios magníficos (entre ellos la famosa pastelería Habibiah, donde disfrutamos de uno de sus espléndidos productos), muchos restaurantes y otro ambiente. Y como se iba haciendo tarde, echamos mano del primer taxi que vimos y nos regresamos al hotel, no sin sufrimiento pues el taxista se perdió y nos dio un largo paseo por Amman by night, que en su caso no fue por malicia pues el precio ya estaba acordado antes de montar.
Aún nos dio tiempo en el hotel a jugar una partidita de rummi que, por supuesto ganó Celia y perdí yo. Después la cena y a descansar que mañana toca el Jordán y el mar Muerto.
IMPRESIÓN DEL DÍA
Dejo un poco de lado la visita al castillo de AL MARA y la incoherencia que supone que los mismos que exigen a su gente (y sobre todo a las mujeres) una vida estricta y llena de restricciones, sean tan libertinos en lo que se refiere a su propia vida. Pero, claro, siendo Califas, ¿qué tiene que ver con ellos la coherencia?
Pues eso, olvidando la honestidad de los califas, ha sido el paseo por el centro de Amman lo que me ha impresionado más en el día de hoy. La calle central de Amman es indescriptible y multicolor, pero, pese a ser un mar de estímulos y colores lo que sientes más fuerte es una especie de pesadumbre interna que se va acumulando a medida que avanzas por la calle. Mucho ruido, mucha gente, mucha mercancía, mucho ruido, mucho tráfico. Y todo un poco triste: productos de poca calidad, gente vestida de negro u obscuro que camina cabizbaja, coches que pitan y se pelean por progresar, mezquitas que ululan sus salmodias. No sé, me agobió mucho. Y no porque sintiera miedo o inseguridad, en absoluto. Fue porque los veía tristes y pesarosos. Estoy acostumbrado a entornos muy parecidos en ciudades iberoamericanas, pero allí todo es música, gritos, gente alegre y multicolor. Tardamos más de una hora en encontrar una cafetería, que al final estaba en un segundo piso, como ocultándose. No hay terrazas en la calle, no hay espacios de disfrute ni lugares donde encontrarte con la gente para disfrutar del ocio. Salí un poco desolado, como huyendo. Menos mal, que ya de vuelta dimos con la pastelería Habibia y pudimos endulzar un poco el paseo verpertino.