sábado, noviembre 09, 2024

JORDANIA (5): Los castillos del desierto.

 

Hoy es el día más flojo del programa general. Y lo es porque está planteado como media jornada, para dejar la tarde para una excursión opcional (fuera de programa y a pagar aparte) por la ciudad de Amman.

En  realidad nos fuimos a visitar dos castillos no muy distantes de Amman. El  primero el castillo de Qasr Kharana que fue un castillo de alojamiento para las caravanas que hacían la ruta de la seda. Se trata de un enorme castillo cuadrado de piedra rosa con una torre circular en cada esquina.  Se accede por una puerta monumental a un patio interior con una serie de cubículos en los cuatro lados. Nos explicaba Habibi que eran las caballerizas y los lugares para depositar los productos que transportaban las carabanas. Una escalera lleva al piso superior donde estaban las salas y habitaciones (61 espacios decorados y bastante bien conservados).


 

A poco distancia estaba el segundo de los castillos a visitar hoy, el Qusayr AMRAH que por peculiaridades y su buen estado de conservación fue declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO. La pequeña construcción que se conserva está cubierta por una bóveda que la da un aspecto muy atractivo. Pero lo más valioso de este castillo Omeya son los frescos desvergonzados (350 ms. de imágenes de animales y figuras humanas, con mujeres desnudas y posturas eróticas) que cubren sus paredes, lo que no deja de ser una anomalía en el mundo islámico, poco propicio a este tipo de alegrías. Lo que se ha conservado (el termario y la sala de reuniones) permite suponer que esos edificios formaban parte de un conjunto de edificaciones y jardines donde los omeyas reinantes se retiraban a descansar y satisfacer sus caprichos. Su gran riqueza era el agua (el termario tenía piscinas de agua caliente, templada y fría) que extraían de la tierra y de sus aljibes. Unos pillos estos califas.

 Con eso concluimos las visitas de hoy y nos queda una parte importante de la jornada: comer en uno de los buenos restaurantes de Amman: Los Molinos. Nosotros ya llevábamos desde España la referencia de este restaurante como uno de los que debíamos visitar para saborear las comidas típicas jordanas. Así que nos alegró que nuestro Habibi lo hubiera elegido para comer hoy. Y mereció la pena: una primera fase a base de platillos con diversas delicateses de verduras, hummus, y combinaciones varias apoyadas en una especie torta caliente riquísima.  De segundos la combinación de las tres carnes básicas de la comida jordana: res, pollo y cordero. La atención del  personal muy cuidadosa y el ambiente del local fantástico. Será  uno de los mejores recuerdos, historia aparte, de esta visita a Jordania.

Tras la sobremesa, el grupo se dividió en función de su plan de tarde: quienes habían contratado la visita a la ciudadela de Amman se fueron a ello; quienes preferían visitar la ciudad a su aire hicieron otro tanto y nosotros nos quedamos en el hotel a descansar un rato y con la idea de regresar a la ciudad después para dar un paseo por el centro y ver el ambiente. Eso  hicimos y tras una siestecita reparadora llamamos un Uber que nos llevó, no sin penurias por el enorme atasco existente hasta el puro centro de la ciudad. Tuvimos que bajarnos antes de llegar porque aquello se eternizaba por el tráfico y nos echamos a andar por aquellas calles llenas de tiendas de todo tipo y miles de personas saturando la calle. Aquello era un zoco pero a cielo  abierto, lleno de coches, de gente, de ruido (incluidos los permanente canticos de los muecines desde sus altavoces). Un poco agobiante, la verdad. Dimos varias vueltas por las calles céntricas,  pero nos rendimos pronto. Buscábamos como locos una cafetería donde poder tomar un refresco pero no dimos con ella hasta mucho después cuando comenzó a cundir el desánimo. Al final, encontramos una en un segundo piso en el que solo había hombres y al ver a nuestra mujeres nos indicaron que mejor en el piso de arriba, donde había solo chicas jóvenes fumando narguileque nos miraron con cara rara como si no fuera correcto que los hombres ocupáramos su espacio. No nos dimos por enterados, nos sentamos en la mesa libre y pedimos nuestros granizados de limón y menta. Mano de santo, aquel combinado estaba riquísimo y nos elevó el ánimo. Una ves repuestos volvimos al  frenesí de la calle, pero modificando la ruta. Entramos en la calle Shari Al Malik que nos pareció más interesante. Y efectivamente aquello era otra cosa, con comercios magníficos (entre ellos la famosa pastelería Habibiah, donde disfrutamos de uno de sus espléndidos productos), muchos restaurantes y otro ambiente. Y como  se iba haciendo tarde, echamos mano del primer taxi que vimos y nos regresamos al hotel, no sin sufrimiento pues el taxista se perdió y nos dio un largo paseo por Amman by night, que en su caso no fue por malicia pues el precio ya estaba acordado antes de montar.

Aún nos dio tiempo en el hotel a jugar una partidita de rummi que, por supuesto ganó Celia y perdí yo. Después la cena y a descansar que mañana toca el Jordán y el mar Muerto.

IMPRESIÓN DEL DÍA

Dejo un poco de lado la visita al castillo de AL MARA y la incoherencia que supone que los mismos que exigen a su gente (y sobre todo a las mujeres) una vida estricta y llena de restricciones, sean tan libertinos en lo que se refiere a su propia vida. Pero, claro, siendo Califas, ¿qué tiene que ver con ellos la coherencia?

Pues eso, olvidando la honestidad de los califas, ha sido el paseo  por el centro de Amman lo que me ha impresionado más en el día de hoy. La calle central de Amman es indescriptible y multicolor, pero,  pese a ser un mar de estímulos y colores lo que sientes más fuerte es una especie de pesadumbre interna que se va acumulando a medida que avanzas por la calle. Mucho  ruido, mucha gente, mucha mercancía, mucho ruido, mucho  tráfico. Y todo un poco triste:  productos de poca calidad, gente vestida de negro u obscuro que camina cabizbaja, coches que pitan y se pelean por progresar, mezquitas que ululan sus salmodias. No sé, me agobió mucho.  Y no porque sintiera miedo o  inseguridad, en absoluto. Fue porque los veía tristes y pesarosos. Estoy acostumbrado a entornos muy parecidos en ciudades iberoamericanas, pero allí todo es música, gritos, gente alegre y multicolor. Tardamos más de una hora en encontrar una cafetería, que al final estaba en un segundo piso, como ocultándose. No hay terrazas en la calle, no hay espacios de disfrute ni lugares donde encontrarte con la gente para disfrutar del ocio. Salí un poco desolado, como huyendo. Menos mal, que ya de vuelta dimos con la pastelería Habibia y pudimos endulzar un poco el paseo verpertino.

viernes, noviembre 08, 2024

JORDANIA (4): Desierto de Wadi Rum.

 

Como cada día, madrugón a las seis y poco de la mañana, desayuno tranquilo (aunque cada día aparecen en el hotel grupos de turistas de diversas procedencias) y todos a punto para iniciar el día a las ocho de la mañana. Es muy de agradecer que en este grupo todo el mundo es bastante puntual y no hay que esperar a que lleguen los retrasados. Hoy, además, debíamos partir con las maletas pues por la tarde regresaríamos a Amman.

Hoy toca visitar el desierto de Wadi Rum en camionetas pick up y suena muy interesante.

La primera parada la hacemos saliendo de Petra en un mirador que nos permite ver Petra desde lo alto y distinguir una buena parte del recorrido que ayer hicimos a pie. Llegamos pronto a los paisajes desérticos (en realidad, la propia Petra está en un desierto) que nos van asombrando sobre todo por sus montañas que son espectaculares. Parecen conformadas por estalactitas y estalagmitas generadas por el agua, como si las rocas se fueran derritiendo y generando chorretes calizos. Preciosas montañas, en verdad.

 Llegamos a Wadi Rum y nos distribuimos en 6 camionetas Toyota, algunas, por ejemplo la nuestra, bastante antiguas y descacharradas, pero con ellas nos fuimos adentrando en un paraje desértico pero montañoso. Configurábamos una curiosa caravana de camionetas rodando sobre la arena del desierto. Los choferes, muy jóvenes algunos de ellos, casi críos, se iban retando, acelerando y adelantándose.

Paramos en una duna cuya cumbre ofrecía un mirador estupendo. Y comenzamos a subirla con no poco sufrimiento. La cuesta era empinada y los pies se te hundían en la arena. Era muy difícil avanzar, pero poco a poco fuimos llegando a la cumbre y disfrutando la vista desde el mirador. Fue una estupenda muestra del coraje colectivo del grupo. Incluso llegó a la cima la compañera que caminaba con dos bastones. No sé qué diablos hizo, pero le echó coraje y lo logró. La bajada ya fue fácil, los pies resbalaban, pero en este caso a favor.

Paramos, también, en un montículo donde aparecían las primeras muestras rupestres de Wadi Rum, aunque entre mezcladas con pinturas y mensajes irreverentes de turistas que iban dejando sus huellas y contaminando el valor de los signos originarios. 


 

Desde allí algunos compañeros montaron en dromedarios para hacer un pequeño recorrido en su grupa. Los recogimos un poco más adelante para ir juntos a visitar una jaima beduina donde nos mostraron algunos productos de la zona y algunas costumbres beduinas. Tomamos un te, descansamos un poco y partimos hacia el desfiladero donde se filmó la película de Lawrence de Arabia.

Y de allí al restaurante que estaba ubicado en zona desértica. Durante todo el recorrido fuimos pasando por hoteles instalados en el desierto. Hoteles tipo resort conformados por burbujas o bungalobs que según nuestro Habibi eran carísimos pero muy relajantes porque permitían vivir el desierto en toda su intensidad, pero sin perder el lujo y bienestar.

La comida estuvo muy bien,  aunque después de tantos días de buffet, ya todo nos va pareciendo un poco igual. Quizás por el esfuerzo en subir la duna, o por el bamboleo intenso en la camioneta, yo me sentí mareado al sentarme en la comida y comencé a verlo todo borroso y temí caer al suelo, pero duró poco y yo todo volvió a su estado natural. El comedor estaba enclavado en un entorno dispuesto como parada para caravanas (en este caso, grupos de turistas) con diversas jaimas para reuniones o actividades diversas.  Estaba todo muy bien arreglado y cómodo.

 El autobús nos esperaba en el restaurante.  Así que tras una corta sobremesa nos subimos al transporte y pusimos rumbo a Amman que estaba a 400 Kms. de Wadi Rum. El viaje se hizo largo, pero nos permitió una pequeña siesta reparadora, y unas risas con Habibi. Luego de nuevo al hotel, nuevo reparto de habitaciones, cena y a la piltra para estar mañana listos de nuevo a las 8 de la mañana.

IMPRESIÓN DEL DÍA

Sentir y vivir (así, en dosis mínimas) el desierto no es novedoso para mí: he estado en Sonora (México), en Atacama (Chile), en el Sahara (Marruecos). Pero lo que me ha parecido más impresionante de este viaje han sido las montañas de Wadi Rum, esas montañas roídas por la combinación de agua-frío—arena. Hermosa perspectiva, hermosas montañas.

También me ha impresionado la subida al mirador de la duna.  El  esfuerzo que exigía, la forma en que cada uno de nosotros/as lo iba afrontando, la sensación de éxito personal que suponía el llegar a la cima y recibir el premio de aquellas preciosas vistas. Me admiró ver a nuestra compañera de los dos bastones el empeño que puso en superar el reto y su alegría al conseguirlo. Toda una lección de resiliencia.

 

jueves, noviembre 07, 2024

JORDANIA (3): Petra.

 

El gran día de nuestro tour ha llegado. Claro que tras la visita a Petra pequeña y el paseo de ayer por la noche, la sorpresa ha quedado algo mitigada, pero bueno ver el paisaje que nos rodea sigue siendo igual de alucinante. Las montañas pétreas que nos rodean parecen dibujadas por el viento, el agua y la arena. Es un paisaje espectacular que te lleva a imaginar lo que debió ser en su momento el fondo marino de un gran océano.

Petra, la capital del reino de los nabateos, fue reconocida en el 2007 como una de las maravillas del mundo. Como comenta con acierto la guía Anaya que manejo, esta “ciudad roja” (por el color ocre que lo tiñe todo) es una combinación feliz de la capacidad artística del hombre con el  enorme poder modulador de la naturaleza.


 

Se inicia el paseo en un paraje abierto que es el cauce seco de un torrente.  Es como si se nos permitiera iniciar la excursión con una mirada expansiva y horizontal que se irá poco a poco tornando más restringida y vertical. En el camino  nos vamos encontrado con monumentos sucesivos, los cubos, la tumba de los obeliscos, el triclinio. Pronto se llega a una  angostura entre elevados acantilados que los nabateos utilizaban para cobijarse cuando eran atacados. Pese a lo angosto del pasadizo uno se sigue encontrando con maravillas tanto humanas como naturales, sobre todo de estas últimas con juegos de luces y sombras provocados por el entresijo de montañas que van aproximando y alejándose jugando con sus volúmenes. Imposible dejar de hacer fotografías de cada nuevo encuadre o posición. Tras el desfiladero natural se llega a la plaza central, la puerta del tesoro que es donde ayer se hizo el espectáculo nocturno. Es una especie de punto de encuentro de inmensos grupos de turistas. Difícil moverse  en la plaza entre los transportes, los dromedarios, los guías explicando a sus grupos y todos ellos buscando encuadres favorecedores para fotografiarse y asegurar su  recuerdo.

Tras un tiempo libre para disfrutar de aquel entorno, seguimos el paseo por el cardo máximo, pudimos admirar el teatro, caminamos por la avenida de las columnas  con los restos del mercado y algunos templos, dejamos a la derecha el monte de las tumbas  y llegamos a la iglesia bizantina y, posteriormente, al palacio de la hija del faraón (Qasr alBint), el primer edificio que aparece ya construído y no como excavación en la roca. Se ascendía por  una escalinata hasta la plataforma del templo rodeada de hermosas columnas.


 


Y así llegamos al lugar donde almorzaríamos. Para la sobremesa había quedado la subida al Monasterio por parte de los más osados. Fue la primera cura de realismo para muchos de nosotros, entre ellos yo mismo, a quienes las fuerzas o las condiciones físicas hacían poco recomendable el sobreesfuerzo  de los ochocientos y pico escalones para acceder al monasterio de la cima. Existía la posibilidad de subir en burro, pero tampoco parecía una opción atractiva. Nos vamos haciendo mayores y aunque uno siempre tiene la  tentación de engañarse, nos pudo el temor a las consecuencias de una temeridad tan desproporcionada. Juan Manuel sí se animó y, aunque según cuenta la subida la hizo bien y con fuerza, al descender le dio un bajón que a punto estuvo de dar con él en el suelo mareado. Le ayudaron y logró subirse a un burro que penosamente cargó con él hasta abajo. Pero llegó  con las manos desechas de tanto agarrarse al arnés del burro pues tenía la sensación de que a cada agacharse del burro para bajar al siguiente escalón iba a salir disparado por encima de la cabeza del animal.  Y así ochocientas veces. Un martirio.


 

El regreso a la entrada fue ya fácil. Ya conocíamos el camino y pudimos ir refrescando los las imágenes y comentarios de Habibi durante la ida. Fue como un repaso escolar. Nosotros aún alcanzamos a añadir la visita a la ladera de las tumbas con fachadas y excavaciones realmente asombrosas. Elvira volvió a perderse. No se animó a subir a las tumbas y quedamos en encontrarnos en la plaza del tesoro, pero cuando llegamos allí ella no estaba. Nuevo estrés preguntándonos a dónde se habría ido. Y lo que pasó es que ella siguió adelante sin darse cuenta que ya estaba en la plaza. La encontré casi ya al final del camino y extrañada ella misma de lo lejos que quedaba la plaza. En fin, llegamos al final con tiempo suficiente para tomarnos en el centro de visitantes un fantástico granizado de limón y menta que nos disipó la tensión y nos devolvió la energía consumida en el  paseo.

Después lo de siempre: autobús, hotel, cena, sobremesa y a dormir. Un día estupendo en Petra. Y mañana al desierto de Wadi Rum.

IMPRESIÓN DEL DÍA

La impresión de ayer en Petra pequeña se ha mantenido también hoy en la Petra grande. Ha sido todo un espectáculo en un estado de sorpresa mantenido durante toda la jornada porque tras cada monumento o punto de parada para admirar algo, llegaba el siguiente que te mantenía en el  mismo nivel de  asombro. Ha sido un paseo  hermoso, un descubrimiento permanente. Si en Petra pequeña te enamoraba la naturaleza, en la Petra grande no es solo la naturaleza sino esa combinación entre naturaleza y arte humano.  Lo  humano está muy presente en cada rincón, en cada templo o tumba.

Lo  humano está,  también, en el propio caminante que se adentra en Petra. Ya no es simple contemplación.  Petra exige esfuerzo personal: tienes que recorrer largas distancias; tienes (si puedes) que ascender a alturas medias y altas; tienes de moverte por zonas de sol y zonas de sombra con lo que ambos entornos pueden significar en un contexto desértico. Tienes, por tanto, que reconoce tus posibilidades y dilucidar dónde pones tus propios límites. Para mí ha sido una experiencia interesante, una cura de realidad, el tener que asumir que no podía arriesgarme a ascender al monasterio y que eso forma parte del aceptarme tal como soy ahora.