Nuestra última película (22-03-2023) en este ciclo de CINEDUCA ha sido la chilena Machuca. Película del 2004 dirigida por Andrés Wood, que forma parte, también del equipo de guionistas. Wood es uno de los grandes cineastas chilenos, con películas tan notables como Historias del fútbol (1997), La fiebre del loco (2001), La buena vida (2008), Violeta se fue a los cielos (2011) o Araña (2019). Ha ido recogiendo numerosos galardones en cada una de las producciones que nos ha ido ofreciendo, antes y después de Machuca. La película llega, por tanto, a nuestro ciclo con buenos avales.
El guión de la película lo construye Wood recurriendo en parte a su propia historia. El asistió en Santiago al colegio católico Saint George que tuvo como director al sacerdote Gerardo Whelan a quien pudo conocer allí. Ese director carismático fue destituido tras el golpe y sustituido por un militar.La película se la dedica a su memoria y así se hace constar al final de la película.
Sobre esa experiencia (que debió quedarle muy grabada en su memoria) construye el guión. Nos cuenta la historia de dos muchachos, pertenecientes a clases bien diferentes (clase media alta uno; clase baja, el otro), que se encuentran como compañeros de clase en un colegio privado religioso (y, por tanto, frecuentado habitualmente por hijos de familias con recursos económicos) que ha iniciado un proyecto educativo que incluye una experiencia novedosa de integración social. Un grupo de niños de clases bajas se incorporan al colegio. Más que en cuestiones de tipo didáctico o vinculadas al aprendizaje, la película se centra en ese aspecto concreto de la vida del colegio: ¿es posible una integración entre chicos provenientes de contextos y situaciones tan diferentes y enfrentadas?
Esa era, realmente, la pregunta que se hacían en Chile en todos los órdenes de la vida. La vida era ya compleja en un país dividido en posturas ideológicas y políticas muy enfrentadas. Todo hacía prever que el conflicto estallaría pronto. El Colegio St Patrick, con toda la ingenuidad y tenacidad de su director irlandés, el padre Mc Enroe, está dispuesto a aportar su granito de arena para evitarlo. Pero todo es demasiado difícil, la fractura social es demasiado fuerte. A los problemas típicos de la convivencia entre los adolescentes se añade, en este caso, ese poso de prejuicios e incomprensiones que cada uno de ellos ha ido inoculando en su entorno familiar y social. Las asambleas de padres son palestras de lucha y contrastes viscerales. Un claro reflejo, por otra parte, de lo que también sucedía en las calles con manifestaciones y luchas. Difícil llegar a una integración adecuada y constructiva.
Probablemente, las cosas hubieran mejorado en el colegio con un poco más de tiempo y experiencias positivas de encuentro. Pero no tuvieron tiempo. Los militares dieron el golpe de estado y, entonces, todo se fue al carajo. La media hora final de la película es todo un recital de violencias, un apocalipsis sin sentido. A uno se le hunde el mundo y la moral si compara la ingenua voluntad del director de colegio por conseguir algún avance en la paz social, con la postura del militar que se arroga el liderazgo posterior. Y más aún si se encuentra con la violencia extrema de los soldados. La verdad, se sale del cine con un pesar y un dolor interior inconmensurable. De hecho, finalizada la película, ni siquiera fuimos capaces de mantener un diálogo posterior, para frustración de Antón Porteiro que era el animador de la sesión.
Con todo, la película es buena. Buena técnicamente: fotografía estupenda con momentos de documental (las vistas de las diversas zonas, ricas y pobres, de la ciudad, las secuencias del ataque al palacio de la moneda); otros momentos de reportaje (las manifestaciones) y momentos de ficción (las clases y la vida del patio, la asamblea de padres y madres, la vida familiar en los dos estratos sociales, etc.). La música excelente. El guión es rico, aunque con un lenguaje chileno tan cerrado que hay secuencias enteras que apenas se entienden (precisaría subtítulos). Los actores principales, los dos niños, Pedro Machuca (Matias Quer) y Gonzalo infante (Ariel Mateluna) hacen un papel fantástico y lleno de matices. Su recorrido personal de tránsito de la adolescencia púber a la juventud es hermoso. Y en esa evolución que ellos recorren desde la amistad, a la atracción sexual de su compañera (Manuela Martelli: fantásticos los besos de leche condensada que suponen su gran hallazgo erótico), y de ahí, nuevamente, a la incomprensión, el desprecio y la lejanía, sitúa Wood el reflejo de la dificultad de un cambio social y personal. También hace un gran papel el director del colegio (Ernesto Malbrán). Interviene Federico Luppi, pero su personaje es secundario y su participación poco añade a la historia. El ritmo del film es vibrante y con una gestión de actores que te mantiene en vilo. Wood se recrea mucho en las acciones, buscando los detalles, poniéndonos en contexto. Eso hace que algunas escenas se alarguen y, al final, el film se va, siguiendo la moda actual, a las dos horas.
¿Qué decir de la dimensión educativa de Machuca? No sé si se puede decir que sea una película estrictamente educativa, pero desde luego permite un gran debate sobre la educación. De la educación como misión social, más que de la educación como tarea didáctica. La gran cuestión pedagógica que aletea en el film es ¿qué puede hacer la educación en un contexto de ruptura social? Y la respuesta implícita que da es que no puede hacer nada. Respuesta desesperanzada que agrada poco a quienes vivimos la educación desde dentro.
Quizás habría que señalar, en primer lugar, que el proyecto educativo del St Patrik es bien intencionado, pero está poco planificado. Las cosas no se hacen así. No se trata de meter, sin más, a niños “pobres” o “diferentes” en una clase o un contexto institucional habituado a funcionar en otras coordenadas. De esa manera, se les condena a una doble inadaptación: ya la traían de sus familias marginadas y, ahora, se ven insertos en un ecosistema que no es el suyo y en el que ellos son, nuevamente, la parte débil. No se ve que ni los docentes, ni el propio colegio hagan nada para apoyar el proceso, para cambiar la cultura previa. Es ingenuo pensar que el convencimiento personal del director o sus bellas palabras resulten suficientes. O que lo sea el mero acto protocolario de pedirse perdón. Para que algo cambie (sobre todo si es algo tan valioso y central en el comportamiento humano como la comprensión y el apoyo mutuo) es necesario que todo cambie. Y eso no sucede en el St Patrik.
La palabra machuca se emplea bastante en Navarra, mi tierra. Seguramente como acepción derivada de machacar. Algo te machuca cuando te rompe por dentro (un accidente, una desgracia, un mal negocio). Estar machucado es estar destrozado. Esa sensación se parece mucho a la que me produjo la película. A mí como a casi todos los que asistimos a la sesión final del ciclo, Machuca nos dejó machucados. Alguien hizo la observación de que para el próximo ciclo busquemos una película final un poco más optimista y que nos deje a todos un buen sabor de boca. Buena idea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario