Me resulta especialmente difícil comentar esta película por el torbellino de sensaciones que me ha producido tanto su visionado como su análisis posterior al escuchar y leer los comentarios que se han hecho de ella. Supongo que eso no es malo para la propia película, que genere debate, que se alabe y critique con intensidad. Debe estar contento Alvaro Gago, su director, por haber suscitado tanto interés en su ópera prima.
La idea de la que parte la película ya la había trabajado Gago en un documental anterior que llevaba el mismo título. Supongo que fue el éxito de aquel documental (Gran Premio del Jurado en cortometrajes Sundance 2018), lo que le impulsó a convertirlo en largometraje. La película está protagonizada por la actriz gallega María Vázquez (premio a la mejor actriz femenina en el festival de Málaga 2023) que hace un auténtico papelón y es quien llena toda la película.
La historia nos describe la vida complicada de Ramona, una mujer enérgica y estresada de la costa arousana. La vida no ha sido fácil para ella y debe armar un complejo puzzle vital para para lograr sobrevivir en lo personal, lo familiar y lo laboral. Como ninguno de esos tres mundos le funciona bien, su vida se convierte en un ajetreo y un agobio constante, hasta que decide romper amarras y buscarse otra vida que la película ya no nos aclara si es mejor o peor.
La película está bien. Agobiante pero bien construida. La imagen es buena y correcta. Nos ubica en el hermoso contexto gallego; el elenco de actores cumple su papel, aunque todos ellos quedan minorizados por el gran poder expresivo de la protagonista. La música es adecuada y acompaña bien la historia. En sintonía con el estrés y desasosiego que vive la protagonista, el ritmo de la película es acelerado, un ajetreo constante, un ir y venir en coche de un lado a otro, un viacrucis de muchas estaciones buscando trabajo y consuelo.
En realidad, el juicio sobre la película tiene que ser bueno pues ha cumplido con creces los estándares que se le pueden pedir a un film. Quizás no para catalogarlo de excelente, pero si como bueno. Más compleja resulta su valoración, cuando uno desea analizar el film en cuanto al sentido de la historia y su valor como mensaje, cosa que muchos de los y, sobre todo, las analistas hacen. Es esa interpretación la que a mí ha acabado irritándome.
Empezaré confesando que nosotros, que somos gallegos (bueno, yo gallego de adopción) y vivimos en Galicia, salimos del cine con una sensación agridulce. La película estaba bien, pero sales desanimado. Nos preguntábamos por qué el cine gallego, que es un buen cine, se empeña tanto en contar historias deprimentes. Sea que se sitúen en contextos rurales o urbanos, pareciera que la cultura gallega es una cultura anclada en lo pobre, desfavorecido, problemático, antiguo. Es como si se asumiera que la cultura gallega lleva en su ADN un cierto toque depresivo. Ya pasó eso con “As Bestas” de Sorogoyen. Pese a los méritos reconocibles en el film, mucha gente quedó desencantada por la imagen que se daba de Galicia. Y algo parecido sucedió antes con “Lo que arde”, de Laxe. Seguramente este comentario peca de generalista e infundado porque también debe haber otras películas mucho más luminosas y optimistas, pero llama la atención escuchar a tanta gente su insatisfacción.
Pero lo que me resulta más chocante es la lectura feminista que se ha hecho del trabajo de Gago. La idea viene a ser que la historia que se describe en la película es un buen reflejo de la vida real. Ramona está “casi” condenada a vivir así porque es mujer, es gallega, es trabajadora y es madre (madre soltera, además). Y, aunque se dice entre líneas (en algunos casos de manera explícita), eso le sucede porque su pareja es un borrachuzo indolente, sus patrones unos explotadores y su yerno un tipo del que se dice poco, pero todo suena a que sea un aprovechado de poco fiar. Y esa extrapolación me parece muy fuera de lugar. A quienes hacen esos comentarios, probablemente, les parecería irreal y casi inmoral que en lugar de llamarse Ramona, el protagonista se llamara Ramón y fuera un tipo normal y estresado de 50 años al que le pasa más o menos lo que le sucede a ella. Esa lectura sesgada es lo que molesta. Porque en la película salen otras muchas mujeres, también gallegas, también trabajadoras y, probablemente, algunas de ellas también madres. Y no viven esa vida o no la viven como Ramona. Es decir, la historia que se cuenta es la historia de Ramona. Quizás haya otras mujeres (y otros hombres) que viven situaciones similares a las de Ramona, pero, en modo alguno es ese el patrón que las mujeres gallegas, trabajadoras y madres se ven condenadas a vivir.
Se llama sinécdoque ese error lingüístico (pero también lógico y cultural) de tomar la parte por el todo y creer que cada caso es el reflejo de todos los casos. No sé cuál fue la intención de Gago al diseñar el guión. Él ha contado en una entrevista que ha querido contar la historia de una amiga suya que pasó por situaciones parecidas a las que se cuentan en la película. Es decir, es la historia (algo novelada, supongo) de una mujer concreta. Eso parece justo. No es la historia de las mujeres. Ni los personajes masculinos que aparecen pretenden ser el retrato robot de las figuras masculinas del entorno en que se mueve la protagonista.
Al final, eso es el cine: tener una historia, construir a partir de ella un guión y traducirlo en imágenes. Ir más allá de eso es responsabilidad de quien hace la extrapolación. Desde luego cada quien puede decir lo que le parezca más oportuno y adecuado. No faltaría más. Y esa posibilidad es la que me permite a mí sentirme incomodado con tamañas generalizaciones. Y poder decirlo.
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