domingo, marzo 05, 2023

EL CIELO NO PUEDE ESPERAR

 

Estamos ante una película que se sale de lo habitual. Resulta peculiar tanto por el tema, por su construcción cinematográfica, por su mensaje e, incluso, por la audiencia (tanto por los destinatarios virtuales a los que va dirigido el film, como el tipo de personas que acuden a verla, al menos, en la experiencia que yo he vivido). Vayamos por partes.

La película es del año 2020, aunque se acaba de estrenar en España el 24 de Febrero de 2023, es una especie de biopic sobre Carlo Acutis, un joven italiano que falleció a los 15 años a causa de una leucemia. La película está dirigida por José María Zavala, que es, también, autor del guión. Zavala es un director habitual en películas de este tipo (las hizo sobre Teresa de Calcuta, sobre el papa Wojtyla, sobre el Padre Pío, etc.). Técnicamente la película se mueve en un territorio intermedio entre el documento antropológico y el trabajo periodístico basado en los relatos de personas y conocidos o devotos del personaje que se biografía. Debido a que han trabajado con documentos antiguos, el resultado final adolece de ciertas insuficiencias en cuanto a la calidad técnica, pero resulta comprensible y ameno.

El beato Carlo Acutis nació en 1991 en Londres, en el seno de una familia italiana. Falleció en Monza (Italia) el 2006, es decir, hace muy poco tiempo. Fue un muchacho muy de su tiempo (su gran afición era la programación informática) y con un fuerte apego a la vida religiosa (dedicó sus últimos años a crear, y expandir como influencer, una web donde fue recogiendo una base de datos y relatos sobre milagros eucarísticos a lo largo del mundo). La iglesia católica lo beatificó en Asís el 10 de octubre del 2020.

La película se construye sobre la base de los relatos de su madre y de algunas personas que hablan de él, aunque no lo conocieron personalmente. Relatos todos muy positivos, como es de suponer, que dejan una imagen de un chaval espabilado (probablemente de altas capacidades) que vivió su etapa escolar de forma intensa y que se vio atrapado, como tantos otros, por el atractivo de la informática. Lo que le hace especial es su particular vinculación a las creencias religiosas que tiñen de un color especial y de una intensidad poco habitual los pocos años que vivió. Otros chicos pueden dedicar esa intensidad al deporte, a los viajes o al voluntariado. Él se creó un camino especial y propio: ser influencer de la religión católica que tan intensamente él profesaba.

Al final, lo que cabe decir es que es una película católica y que dirá poco a quienes no profesen ideas religiosas. Pero, incluso siendo católico, como es mi caso, meterte en la historia, tal como nos la cuenta Zavala, te golpea. Tengo que confesar que no iba preparado para ver una película hagiográfica de este tipo y que esa despreparación me hizo más vulnerable al conjunto de ideas y mensajes que se iban sucediendo. Tuve dificultad para ir decodificando lo que escuchaba y, al final, se me hizo bola. Salí del cine preocupado por el efecto que había hecho en mí. Tanto, que llamé a un amigo para que fuera a verla para poder debatir y aclarar con él mis sensaciones.

Siendo tan evidente el motivo pastoral y evangelizador del film y tan clara la moraleja que habría que sacar de lo que se nos cuenta, la pregunta que yo me hacía era ¿por qué no me sentía yo satisfecho, por qué me sentía tan alejado de algunas de las ideas que se habían ido desgranando a lo largo del film? Lo que es seguro es que la historia (no tanto la historia del chaval, sino las cosas que se dicen sobre él y los argumentos que se utilizan para avalar sus méritos), pondrá en cuestión la idea de fe y de religión que el espectador tiene.  Al menos, eso fue lo que me pasó a mí.

Bueno, tampoco hay que dramatizar. Incluso analizando la película desde la perspectiva doctrinal católica (cosa que, obviamente, pocos espectadores harán), tiene cosas interesantes. En el fondo es una película sobre la santidad: ¿qué significa ser santo o santa?, ¿qué tienen de especial los santos? ¿Cómo nos relacionamos los demás, los normales, con los santos, qué pensamos de ellos, qué les pedimos?  La santidad, como la super-excelencia en la vida profesional, es un estado que pocos alcanzan. Y en ese apartado, resulta muy estimulante que se le haya reconocido esa cualidad a un muchacho de 15 años que juega a informático y que hace una vida normal. Es decir, se reconoce santidad en un tipo joven que no ha sido mártir, ni eremita, ni monje, ni ha pasado por trances sublimes que le haya hecho especial. La santidad en vaqueros, dicen de él. Y en eso coincido totalmente con la película. Si hay que destacar méritos, si los santos son modelos a seguir, sirven de poco que siempre pensemos en santos que son frailes o monjas, vírgenes o mártires, personas excepcionales y fuera del alcance de los currantes de lo cotidiano. Carlo Acuti ha merecido ese honor y eso me parece fantástico. Y no porque tuviera sorbido el seso por cuestiones religiosas (en lo que no va a ser modelo), sino porque supo vivir su vida de una forma digna y rica para él y los demás (en lo que sí puede ser un real influencer). La beatitud de la vida cotidiana. Una santidad que se nutre de eucaristía (la Eucaristía como autopista al cielo, repite él constantemente), de devoción a la virgen, de compromiso con otros jóvenes con los que compartir sus ideas sin vergüenza. Son méritos entendibles y valiosos desde una visión religiosa de la vida.

 Pero la película, en el juego de intervenciones y halagos que se le dedican al nuevo beato, plantea otras ideas y posiciones que resultan chocantes. La idea de que nuestra vida ya está predefinida por un plan divino (Carlo ya estaba destinado a vivir una vida corta e intensa, dice su madre); la idea del tránsito por el purgatorio y la necesidad de rezar para que nuestro tiempo en él se reduzca; el propio concepto de los milagros como forma de reconocimiento de la santidad; el uso de la oración y la devoción a los santos para alcanzar beneficios, etc. Sinceramente, me ha admirado la convicción con que unos y otros (su madre en especial) hablaban de Carlo, pero me he sentido extraño a sus relatos y argumentos. E inquieto por ese contraste y lejanía. Hablando de verdades religiosas, resulta difícil evitar el run-run de la idea de que quizás sea yo quien está equivocado, quien necesita revisar sus creencias para vivir la fe de una manera más simple y convencional. ¿Podría ser que, como le pasó a alguna de las personas que habla en la película, este tropiezo fortuito con la figura de Carlo Acutis no sea tan fortuito y haya llegado ahora como una enésima oportunidad para reordenar mis ideas y, quién sabe si, también, mi vida?

El amigo a quien pedí que fuera a ver la película, lo hizo. Después hablamos. Resulta que para él todo fue más sencillo. Le pareció un relato amable sobre la vida de un joven bueno que murió de forma prematura y que hizo méritos para obtener un reconocimiento por parte de la Iglesia. También él se conmovió con las personas que recordaban a Carlo y constató que lo que decían era coherente con las habituales creencias y expresiones religiosas de los fieles católicos. No se hizo problema de no coincidir con algunas de las cosas que contaban. Forma parte, decía, de la manera diversa en que unos y otros pensamos y vivimos la religión católica. A él le emociona y empatiza con la forma en que la gente sencilla vive sus creencias religiosas y las expresa.  En definitiva, su mensaje era que yo estaba exagerando un poco y que las cosas chocantes que pudieran aparecer en los relatos de la gente que habla sobre Carlo Acutis había que interpretarlos en el contexto social y personal en el que surgen. La fe y la religión católica se viven de forma muy diferente entre estudiosos de la cosa teológica y gente de la calle. Y, sencillamente, me aconsejaba que me quedara con el recuerdo de un chaval amante de las cosas de chavales (los viajes, los ordenadores, las redes sociales, etc.), sólo que en su caso lo hace desde una entrega total a las ideas católicas que su madre le había inculcado desde pequeño.

Bueno, dejémoslo ahí. Como dicen ahora, se lo compro. Me quedo con la idea de que, aunque estemos ante una película simple y sin excesivos méritos como producto cinematográfico, cuenta una historia que, en función de las creencias religiosas de los espectadores, les va remover bastante. Probablemente con menos intensidad que a mí, pero lo cierto es que se sale de la sala inquieto y conmovido. De hecho, finalizada la sesión (que por cierto estaba casi llena, una cosa anómala en esta época) escuché bastantes comentarios que decían: “¡preciosa!”.

 

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