Kiarostami se ha especializado en films y documentales que retratan la infancia y el período escolar. Son muchos los títulos de su autoría sobre esta temática, sobre todo en su primera etapa. Podríamos decir de él que es un experto dirigiendo niños, es decir, actores no profesionales y con todas las ventajas e inconvenientes de trabajar con ellos. Y le gusta, Eso se nota en esta película: en los primeros planos de las caras y miradas de los niños, en el silencio, en la lentitud persistente de sus respuestas, en su evidente agobio interior...
La historia que nos cuenta se sitúa en una zona rural y pobre del Norte de Irán. Los protagonistas son dos niños, alumnos de una escuela unitaria que reúne niños de todas las aldeas del entorno. El profesor, seco y amargo, propina una enorme bronca a uno de ellos porque no ha traído los deberes en su cuaderno como él les ordenaba hacer. No solo le abronca, sino que le rompe las cuartillas donde los había escrito y, además le recuerda que es la segunda vez que eso sucede. Una más y le expulsará de la escuela, que es lo peor que a él le puede pasar. Y a partir de esa escena se va trenzando toda la historia. Perder el cuaderno o no traer los deberes hechos en él es una tragedia de difícil reparación. La desgracia hace que, dado que todos los cuadernos son iguales, un mal día sucede que uno de los chicos (el protagonista) mete en su mochila el cuaderno de su amigo (el del ultimátum del docente) y se va a casa con él. Cuando se da cuenta, el pobre chaval entra en pánico pensando en todo lo que esa distracción suya puede ocasionarle a su amigo. Y decide obsesivamente ir a su casa (el amigo vive en otra aldea alejada) para devolvérselo y que pueda hacer sus deberes en el cuaderno como les tienen ordenado.
Pero no es una tarea fácil. Ni su madre que no entiende el problema, le ocupa en otras cosas y le exige que haga sus deberes; ni su hermano que, una vez acabados los suyos, se va tranquilamente a jugar; ni las circunstancias que se confabulan para que no pueda cumplir su propósito, le dan un respiro. Finalmente, se escapa y todo va a ser una correría, un ir y venir por caminos imposibles en busca de la casa de su amigo. Nadie le ayuda y quienes pretenden hacerlo en lugar de ayudarlo, todavía se lo ponen más difícil. Al final, Kiarostami, nos hace una pequeña trampa tomando un atajo narrativo (que es muy de agradecer, pues así no cae en el vicio de los directores actuales de alargar las películas más allá de lo recomendable) y nos lleva a la escena final en la que, afortunadamente, triunfa la amistad.
Muy buen trabajo de este magnífico director que nos mete de lleno en el contexto cultural y lingüístico iraní. Ya nos había advertido Fernando Redondo, el coordinador de la sección de hoy, que una de las características del cine iraní de Kiarostami es el alto nivel de redundancia en las conversaciones: las frases se repiten y se repiten. Eso ralentiza los diálogos y te sume en una especie de letargo intelectual cansino para nuestro ritmo lingüístico y de vida habitual. Pero lo que tiene de bueno esa parsimonia es que resulta coherente con el ritmo global de lo que sucede: las posturas, los movimientos, el ritmo machacón de la vida.
De la historia que nos cuenta la película debemos fijarnos, pues estamos en un ciclo de cine educativo, en los contenidos que tienen que ver con esa dimensión educativa. Y en cosas educativas, la película de Kiarostami es pródiga. Por supuesto, lo primero que hay que destacar es que se trata de una visión poética sobre la amistad en la infancia, sobre el valor que el protagonista le concede al bienestar de su amigo llegando a arriesgar el suyo propio para que él no tuviera que arrostrar las dramáticas amenazas que pendían sobre su cabeza.
Y junto a ese eje central van apareciendo otros detalles que describen los claroscuros de la compleja cultura educativa del entorno iraní que nos presenta. Son muchas cosas interesantes las que fueron apareciendo en el debate:
-la divergente presión que escuela y familias ejercen sobre los niños, cada una tirando en una dirección, aunque ambas coincidiendo en el tema de los deberes.
-la cantidad de veces en que el niño habla o se dirige a un adulto sin que estos le respondan, ni le hagan el menor caso. La infancia ignorada, comentaban algunos.
-la relación
rígida y formal entre niños y profesor. Y algo parecido sucede con la relación
entre los niños y sus padres, o los niños y los adultos.
-muy llamativa, nos pareció, la ausencia de niñas en toda la trama. Salvo la relación con la madre, todo el mundo que se describe es masculino.
-el viaje como metáfora constante del film, aunque en este caso, se trata de viajes a pie. El centro de la película es ese ver al niño corre que te corre, monte arriba y monte abajo, con idas y vueltas infructuosas, incansable, en una búsqueda agobiante de su amigo. Ese movimiento que sirve para descargar la angustia del niño, hace el efecto contrario en el espectador a quien va cargando de angustia sintiendo la soledad del chico e imaginando los peligros que se pueden cernir sobre el pobre chaval en cualquier momento (que se caiga, que se pierda en alguno de los recovecos por los que se mete, que le ataquen los perros que le ladran, que se le eche la noche encima, que alguien le haga daño, que sus padres le castiguen al regresar tarde y sin el pan… un agobio).
-la sensación de dignidad de los niños. Podrían mentir o copiarse, pero eso no parece una opción elegible para ellos. Incluso en su relación con los mayores. Resulta dramática su conversación con quien parece ser su abuelo. Y también dramática, aunque divertida, la que mantiene con el anciano que quiere ayudarle a encontrar la casa del amigo, pero que no hace sino estorbarle y retrasar su viaje.
-muy relevante la lección de educación que se pone en boca del abuelo. El castigo injustificado como arma educativa, la sumisión incondicional a los mayores, la obediencia ciega. Asusta una visión así de la educación. Retrotrae a tiempos muy lejanos.
Muchas cosas, como puede verse. Y es que la película es muy buena. Es una mezcla de poesía visual (ese camino en zigzag por el monte por el que se ve subir y bajar al chico) y relacional (la amistad como compromiso sin retroceso) que no deja de sorprenderte a lo largo del film. Ese contraste entre la lentitud de la métrica de la historia y la rapidez de las carreras del chaval, ayuda a meterse en esa contemplación sorprendida de lo que sucede, a vivirlo internamente, a empatizar con el personaje.
Alguien se planteaba en el debate por qué el chico no había hecho sus deberes y los de su amigo en los cuadernos y dárselo a él antes de que llegara el profesor. Y así se libraba de todo el follón en el que había metido. Pero copiar, le respondió Fernando, no era una conducta elegible por los niños, no se lo permitía su moral. Y casi mejor así, concluyó, porque de hacerlo ya no habría tema para la película.
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