viernes, octubre 12, 2007

Los regresos

Ya me doy cuenta que este blog parece, a veces, un diario de viajes. Muchas entradas están hechas en los aeropuertos. Eso me dice mi hermana, “sabemos dónde estás por el blog, porque ya ni te da tiempo de contarnos tus planes”. ¡Qué le vamos a hacer!, así es esta vida ajetreada.
Bueno, pues ya estoy de nuevo en casa.
Hoy me apetece hablar, justamente, de eso, del regreso, de los que te esperan y te acogen una y otra vez con indescriptible paciencia. Porque yo sé por experiencia lo duro que es viajar (¡que me lo cuenten a mí!) pero calculo que todavía es mucho más difícil quedarse y aceptar con resignación que tu pareja, tu padre o tu amigo se vaya. Y si eso se repite mucho, la cosa se debe poner aún más difícil.Yo creo que llevaría bastante peor el quedarme que el viajar.
Me imagino que quienes se quedan deben vivir con intensidad las ausencias. Y necesitarán elaborar sus propias hipótesis mentales de por qué el otro o la otra sale tanto. Tendrán dudas, celos, ansiedad de no saber de ti, frustración por la ausencia. “No te entiendo, papá, suele decirme mi hija, ¿qué necesidad tienes tú de viajar tanto? ¿Qué sacas en limpio de tanto viaje?” Recuerdo que hace ya años, cuando ella debía tener 12 ó 13, yo estaba haciendo un curso en Inglaterra y me escribió una carta tremenda recriminándome por una ausencia tan larga. Me pasé la tarde llorando. A la soledad y desconsuelo que uno siente cuando viaja se añade así el pensar en las personas que “abandonas”.
Pero esta entrada no quiere ser en absoluto triste. Todo lo contrario. No sé qué les pasa a los demás y cómo viven los regresos. Calculo que cada pareja o cada familia lo hará a su manera. Yo he tenido mucha suerte, la verdad. Es una felicidad que te echen de menos cuando estás fuera y llegar a casa y que te estén esperando con ganas de estar contigo, de vivir intensamente la presencia recuperada. Es como ese referente estable y acogedor al que uno siempre regresa. Vas de unos lugares a otros, vives sensaciones muy diferentes, lo pasas bien y lo pasas mal, conoces a gentes, haces cosas, te ries o lloras, pero al final siempre regresas. Y, cuando eso sucede, sientes que has llegado de nuevo a tu espacio, a tu casa, a tu gente. Y aunque el jet lag te amargue los primeros días, te sientes bien. ¿No es magnífico? Toda el sentimiento de provisionalidad que introduce en tu espíritu el viajar, el andar de un lado para otro, el depender de tantos factores imprevisibles encuentra sosiego en el regreso. Y eso solo es posible porque ahí están, pacientes y generosos, los que esperan. Gracias, Elvira.

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