sábado, junio 08, 2024

DON VICENTE

 



Hay personas grandes que han llegado a serlo por su sencillez y laboriosidad. “¡Je!, me dice el blog guiñando un ojo, vas a hablar de ti”. Pues no, listo, voy a hablar de mi cuñado cura. Fíjate que ha estado a nuestro lado más de 50 años y nunca ha sido protagonista de una de mis entradas al blog. Me siento en falta con él.

La cosa es que hoy estamos aquí en el Hospital de Montecelo, en Pontevedra, porque le ha tocado internarse, una vez más, para hacer frente a las magulladuras que la edad va dejando en su organismo, ya tocado desde hace muchos años, cuando tuvo que someterse a un trasplante de riñón porque los suyos ya no funcionaban. Desde entonces, dice él, su vida ha sido un auténtico regalo, porque tuvo suerte y ese riñón prestado que habitualmente tiene una caducidad de 10-12 años, a él le ha durado treinta y pico. Desgraciadamente, hace ya un tiempo comenzó a ir mal y hubo de volver a la diálisis.

Si la experiencia del trasplante fue una especie de resurrección, de vuelta a la vida con esperanza, el retorno a la diálisis ha sido como una ruptura del propio proyecto de vida. Vicente vivió muy mal ese momento, pero sacó a relucir su capacidad de resiliencia (y, supongo, sus convicciones religiosas) para echarle ganas y tratar de sobrevivir, aunque sea chapoteando en la amargura de los tres días semanales de diálisis (4 horas conectado a una máquina, dos kilos de basura eliminada de su sangre en cada sesión, 6-7 horas de trajín cada mañana, de las siete a las catorce horas, desde que le coge la ambulancia en la puerta del Monasterio hasta que vuelve a dejarle de nuevo allí).

 ¡Qué verdad es aquello de que cuando tú crees que ya tienes la respuesta a tus inquietudes vitales, porque has organizado tu día a día y estás instalado en una rutina más o menos cómoda, resulta que, justo entonces, viene la vida y te cambia las preguntas! Vicente se cuidaba mucho, tenía su labor de sacerdote bien organizada (estaba feliz con sus dos parroquias funcionando aceptablemente y en un ambiente de aprecio y afecto de sus feligreses y colegas), y ejercía un fuerte liderazgo afectivo en su familia alargada, a la que era capaz de reunir periódicamente. En fin, todo seguía el ritmo normal, hasta que el riñón trasplantado falló y todo se fue, de nuevo, al carajo. 

 Aunque su fe recia debió ayudarle, ese tránsito de una calidad de vida aceptable a una vida condicionada a lo que aguante el organismo, fue un duro trance para Vicente. Pero siendo, como es, tozudo con la vida, aún medio noqueado por sus ineludibles dependencias médicas (las penosas mañanas de lunes, miércoles y viernes en diálisis), siguió manteniendo sus rutinas parroquiales y sus cosas. Total, que está delgado como un suspiro (“es que todo lo que me pase de peso, me lo quitan al día siguiente en la diálisis…, dice él, y, además me riñen”), pero ahí sigue. Ahora, con ese agobio añadido de las visitas frecuentes al hospital por los mil reclamos que su organismo cansado le va planteando.

Pero bueno, este recuerdo no quiere ser un parte médico del Vicente paciente crónico. La mucha vida que hemos vivido juntos da para un relato mucho más alegre y luminoso. Cuando uno se casa, se une no solo a una persona, sino a todo el pack que esa persona trae consigo. Así que en el pack de Elvira venía toda su familia y todo el entorno en el que ella había vivido hasta la boda. No siempre esa alianza forzada funciona bien, pero en nuestro caso sí que lo hizo. Así que conocí a Vicente desde mis primeros viajes de novio a Galicia, allá por el 1973. Él ya era cura, así que nuestra historia común se ha producido siempre bajo esa doble condición de cuñado y cura. Si mi pasado hubiera sido de guerrillero o de líder ácrata, quizás la entente con él hubiera sido más complicada, pero siendo exseminarista y buen chico, todo se hizo más fácil.

La cosa es que Vicente nos casó en el 1974, nos volvió a recasar en las bodas de plata en el 1999 y ha vuelto a hacerlo en las bodas de oro del 2024. O sea, nos hemos tenido constancia y nos hemos dado compañía y apoyo durante muchos, muchos años. Dentro de ese amplio calendario caben tantas cosas… los muchos oficios religiosos celebrados con él; su modo de vivir austero (no quiero tener calefacción ni comodidades en casa hasta que no la tenga todo el mundo, decía Vicente, y su madre se ponía de los nervios anticipando enfermedades y penurias sin cuento); las fiestas de Poio cada Agosto (con comidas con curas en Casa Solla y con familiares en Lourido; con bailes en la plaza y con noches de poco dormir porque la música se alargaba hasta la madrugada); su enfado con patrimonio por las dificultades para arreglar su iglesia de siempre y por quedarse con las laudas aparecidas; su capacidad para ir haciendo milagros que le permitieron construir una nueva iglesia; los muchos días pasados en su austera casa parroquial, disfrutando de su huerta, padeciendo su pozo de agua y saboreando aquella fruta de un sabor tan rico que resultaba inalcanzable en las fruterías… Y claro, todos los eventos familiares, las fiestas, los lloros, los encuentros en los que él ha sido siempre una pieza clave.

 Todo eso ha sido hermoso y me llena de alegría recordarlo, pero Vicente es mucho más que eso. Al final, quizás sin quererlo, no sé, él ha sido, también, todo un modelo de vida. Es lo que lleva consigo el ser cura. Y como suele pasar, los modelos no siempre son fáciles de entender, de apreciar y, menos aún, de imitar. Vicente tiene sus cosas; se ha construido una identidad clara, sin ambages. Ejerce de sacerdote y lo hace de forma sencilla y simple. Añade a ello, además, un cierto toque místico que hace muy especiales sus misas, sus oraciones, su forma de ser y relacionarse con los demás. Le gusta estar cerca de la gente y, aunque probablemente es un meritorio teólogo (sus años en Roma, coincidiendo con el Vaticano II, dejaron una profunda huella en él), no lo exterioriza ni se permite utilizar la jerga experta de otros colegas (más que a las del birrete, prefiere aparentar que pertenece a la cofradía de la boina, pero lo hace por disimular). Claro que, al final, es un cura y sus códigos de conducta, lo que le toca predicar de palabra y con su ejemplo, necesariamente genera disonancias con los modos de vivir actuales. En algún momento eso le supuso grandes frustraciones con respecto a personas a las que quería mucho (entre ellos, nosotros, su familia). Yo creo que con los años ha ganado en flexibilidad y mano izquierda. Y no porque sus ideas hayan cambiado o se hayan difuminado, sino porque su capacidad de adaptación (y de resignación, supongo) se han ensanchado con la edad.

Algo que no se me olvidará nunca de esa parte humana de Vicente, es el momento que compartí con él delante del cadáver de su padre recién fallecido y al que debíamos amortajar. Su oración por él, bañada en lágrimas, fue hermosa y dramática a la vez. Inolvidable. Y algo parecido sucedió en la trágica muerte en accidente de tráfico de su hermana Pili, o en la posterior de su hermana querida, Ma. Carmen. En esos momentos se sentía el dolor del hijo y hermano despojado de los ropajes del sacerdote. Y supongo que momentos de esos ha habido muchos. Y algo de eso está pasando ahora con la diálisis y los problemas de vejiga. Es el Vicente hombre mayor y enfermo crónico el que aparece, al que ves sufrir y angustiarse ante cada nueva intervención, ante el futuro incierto que tanta ambulancia y tanta visita al hospital anticipan. No hay nada que humanice más que esa bata con el culo al aire que te ponen como uniforme hospitalario. Y en su caso, como el trance va de vejiga y orinas, también te pone a prueba de humanidad el que  médicas y enfermeras te anden trasteando en tus partes púdicas, que te ensarten una cánula en salvo sea el miembro… en fin, todo ese agobio del estar hospitalizado. A tomar por saco cualquier rastro de pudor que pudiera quedarte. Cuando me ha tocado pasar por algo así, lo he llevado fatal.  Supongo que para él está siendo toda una cura de humildad. A veces no sé si decir a las enfermeras y médicas que le atienden que Vicente es cura. Me inquieta que para algunas personas poco afectas a la religión esa sea una información con efectos negativos. Elvira tiene razón y me regaña cuando lo propongo porque, dice, esa información no aporta nada; él es un enfermo más y lo van a tratar como tal. Lo sé, le digo, lo sé, pero sus condiciones son diferentes a los demás y su vida un poco más complicada.

En fin, no sé. Son muchas cosas a recordar de todos estos años que hemos vivido juntos. Ya decía al inicio que hay personas sencillas, tranquilas, muy de andar por casa, a las que es eso, justamente, lo que las hace grandes, por la forma en que las viven, por la forma en que se ponen al servicio de los demás, porque creen en lo que hacen. Es una forma de vivir que resulta, en sí misma, toda una lección.

“Oye, tío, me reconviene el blog, ¿no se te ha ido de las manos el panegírico? Va a pensar Vicente que, con tanta alabanza, le das ya por amortizado”. ¡No, por Dios, qué va! Al contrario, él ya está suspirando porque en unos días comienzan las comuniones en la parroquia. Y en Agosto llegan de nuevo las fiestas de Poio y, aunque ya no tenemos la cita en Solla, no faltarán las comidas familiares. Él, pobre, tendrá que seguir con sus diálisis día sí día no, pero ahí seguirá, vivito y coleando, llevando sus dos parroquias y haciendo de tío Vicente para toda la gran familia Cerdeiriña. Amén

 

 

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