domingo, junio 23, 2024

CERRAR ETAPAS…ESA COSA AGRIDULCE

 



 

En el Acta, la constancia será breve y concisa: “en Valencia, el 21 junio 2024 Miguel Zabalza dejó de ser presidente de la Asociación y fue sustituido por Idoia Fernández que, con su nuevo equipo, asumirá el cargo para los próximos años”. Dicho así, la cosa suena a esquela o cese fulminante, pero tampoco es para tanto.

La cosa es que, al final, llegó el momento de dejar la presidencia de REDU. Llevaba ya más de medio año dándole vueltas a esta cuestión, consultándola con amigos, animándome a mí mismo a dar el paso. Y llegó el momento. Aprovechamos el Seminario que se celebraría en Valencia para convocar, en simultáneo, una Asamblea General en la que se concluiría el proceso de tránsito de la Junta Directiva 2021 a la nueva Junta 2024. En los días anteriores ya había presentado yo mi renuncia formal y habíamos realizado el proceso de elección del nuevo equipo tal como lo marca nuestro reglamento. Solo faltaba darle formalidad al traspaso. Y eso hicimos. Finito. “Un traballiño feito”, se dice en Galicia.

De todas maneras, es verdad que se mezclan muchas sensaciones en esos momentos en que dejas de ser lo que eras o de hacer lo que hacías. Tantas, que sientes como un tornado emocional en tu interior. Te alegras y entristeces a la vez, lo vives como una victoria y como una derrota, como una ganancia (de ti mismo, de tu tiempo, de tu autonomía) y como una pérdida (de quienes trabajaban contigo, de tu presencia pública, de esa pizca de poder y prestigio que te da el rol que dejas). Seguro que, a medida que pasa el tiempo, prevalecerá la idea de ganancia frente a la de pérdida y la satisfacción frente a la pena, pero nadie te quita el tener que digerir estos momentos de duelo y nostalgia.

Claro que la presidencia de REDU no conlleva poseer claves secretas, ni teléfonos rojos para casos de emergencias; tampoco hay que abandonar despachos relucientes, ni otras prebendas de gente importante. No es, desde luego, ese proceso humillante que se ve en las películas en que el cesante mete sus trastos en una caja, mira desolado por última vez el perfecto paisaje que se ve desde la gran cristalera de su despacho y sale de “su paraíso” sin cerrar la puerta y con la mirada baja camino del ascensor en el que se perderá para siempre. Lo nuestro es mucho más sencillo y amigable. Entraste como amigo de quienes ya estaban y sales para que entre otra amiga que ya estaba en el equipo de dirección. Así que tiene más de intercambio que de abandono. Hubiera bastado un abrazo con la nueva presidenta Idoia, compañera y amiga desde hace muchos años.

Pero, incluso si no es algo dramático, tampoco faltan las emociones y ese picorcillo en los ojos que, probablemente, no consigues disimular. Culpa, desde luego, de estos amigos queridos que se empeñan en darte sorpresas que no te esperas y convertir un trámite formal en un homenaje inesperado.

La cosa emotiva comenzó ya con Mónica contándonos su viaje a Kenia para participar como representante de REDU en el Congreso bienal del ICED. Contó los pormenores del congreso y el inicio de los contactos y previsiones para su próximo congreso en Salamanca.  Y hasta ahí todo bien y reposado. Pero luego se refirió al premio del Spirit of ICED que me concedieron allí, y el nivel emocional del relato fue in crescendo con aplausos y esos gestos de cariño que te abruman. En realidad, fue la propia Mónica que lo hizo todo, desde la presentación de la candidatura (con un texto cuidadoso y benevolente), el seguimiento del proceso y la recogida del premio. Así que poco mérito tengo yo, pero claro, estoy encantado y muy agradecido. Es como esa cosa dulce que te ayuda a llevar mejor la despedida.

Y, cuando llegó el final de la Asamblea, antes de que yo la cerrara por última vez, Amparo y Javier pidieron su turno de ruegos y preguntas. Pero no era eso lo que querían hacer, sino volver a los afectos y colorear de cariño mi adiós.  Ambos son amigos y compañeros con los que he compartido innúmeros momentos profesionales. Se da la circunstancia de que ambos dejan, también, la Junta Directiva. Y pensé que querían despedirse. ¡Qué va!

Amparo, amiga de antiguo, se despachó recordando el largo camino que hemos hecho juntos en esta aventura de la dedicación al estudio y mejora de la docencia universitaria. Una aventura que se inició en los años 90 del siglo pasado y que ha durado ininterrumpidamente hasta hoy a través de reuniones, cursos, investigaciones, congresos, publicaciones y viajes. Siendo, como es Amparo, una pura sangre llena de energía, simpatía y cordialidad, una relación tan amplia con ella acaba modelándote con su manera de ser y colaborar próxima, exigente y amigable. Con ella aprendes y disfrutas a la vez. Liberada de las presiones de los escalafones académicos, se ha ido enriqueciendo técnicamente a través del contacto directo con el profesorado y con la realidad institucional de su Politécnico. Poco dogmática en sus creencias y posicionamientos, resulta fácil e ilusionante trabajar con ella porque, como siempre van un paso por delante de los demás, cada encuentro descubres cosas y posibilidades en los temas que se van abordando.

 En realidad, esta reunión de Valencia la había pensado yo, desde hace ya meses, pero como homenaje a ella y a su trabajo de tantos años en el ICE del Poli. Quería hacerlo coincidir con su anunciada jubilación, pero no, ella no se jubila y ahí sigue incombustible y pletórica de ideas y energía para llevarlas a cabo. Así que me voy sin hacerle el homenaje que se merece. Llegará en su momento, eso es seguro.

Y tras Amparo, allí salió, también, Javier Paricio a echar más leña al fuego. Otro amigo de antiguo al que, además de sus muchos méritos personales y académicos, le distingue su condición de mañico, que no es igual que ser navarro, pero se le parece mucho. Mi vida universitaria comenzó en Zaragoza y ese hecho dejó una huella tan fuerte que ahí sigue tras más de medio siglo. Hace ya tiempo que conozco a Javier, pero ha sido en los últimos 10 o 12 años que nuestra amistad se ha asentado en esfuerzos compartidos en relación a la docencia universitaria. Siendo él mañico y yo navarro, es decir tercos ambos, es fácil suponer que disfrutamos tanto cuando nuestras ideas coinciden plenamente como cuando son divergentes y nos dan pie a largas y amigables discusiones. Pero el aprecio mutuo es enorme y yo disfruto trabajando con él y escuchándolo. Y vivo como un privilegio contar con su amistad y su colaboración.

En fin, que allí hablaron los dos recordando experiencias que hemos compartido. Y a las palabras añadieron un regalo colectivo, un precioso grabado con la técnica del socarrat, con dedicatoria incluida. Me encantó, aunque eso de tratar de reflejarme en la imagen de un mago es mucha fantasía. ¡Quién me diera tener un poco de mago… outro galo me cantaría!”.

Todo ese momento fue muy emotivo. No me lo esperaba. Pensé que bastaría con que yo mismo dijera unas palabras de despedida. Pocas, porque ya les había escrito una carta de despedida a todos los socios. Pero los amigos son así y está bien.  Suele decirse que los homenajes ni se piden ni se buscan, pero se aceptan y se agradecen. Bienvenidos sean, es verdad. Al menos te evitan la sensación de que te vas y nadie te va a echar de menos. Claro que todo en REDU va a seguir funcionando y seguramente mejor de lo que lo había hecho conmigo, pero siempre me quedará en el recuerdo ese regustillo de los aplausos y los cariños de la despedida.

En fin, ya está.  Ahora me queda ir desalojando poco a poco ese espacio mental en el que había alojado las cosas de REDU. Soy de los que tienen su mesa de despacho siempre llena de papeles, libros, cachivaches… Y mi cabeza no se diferencia demasiado de mi mesa, así que me toca ir despejando espacios y desprendiéndome de preocupaciones que ahora ya corresponden a otros/as. Tampoco tengo prisa, la verdad, porque corro el riesgo de que antes de que haga hueco ya se me hayan amontonado otros empeños que colocar. Y sería un mal negocio.

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